Este fin de semana comienza en la India la cumbre del G20, principal foro de gobernanza global práctico del mundo. Existente desde hace tiempo, fruto de ampliaciones del original G7, languidecía hasta que la crisis económica de 2008 obligó a tomar medidas globales y el G20 fue el foro ideal para ello. Eso le otorgó una relevancia probablemente superior a la de sus capacidades reales, y algunos países pujaron para acceder a él aun sin pertenecer realmente al grupo. Es nuestro caso, España, que estamos como invitados desde hace ya varios años pero que nos autoconsideramos miembros permanentes. Sánchez, con Covid, no podrá acudir y se perderá la foto, una de esas que tanto le gustan.
Si en tiempos de crisis pasadas el G20 sirvió como instrumento para repararlas, en este momento en el que nos encontramos me da que sólo va a reflejar el creciente abismo que separa a dos formas de comprender el mundo que, cada vez, están más en disputa. Por un lado, las economías occidentales, basadas en sistemas democráticos, que diseñaron las estructuras de gobernanza global del siglo XX y se han, hemos, beneficiado de ellas. Por otro, países con autocracias más o menos severas, en los que la democracia es poco más que un formulismo, allá donde al menos se acuda a votar, que también se han beneficiado notablemente de la apertura comercial fruto del liberalismo económico, pero que quieren empezar a ejercer un poder global que ponga sus propios intereses por encima de los de los demás. El anfitrión, India, pertenece al segundo bloque de países. Desde este año es, oficialmente, el país más poblado del mundo, escala puestos entre los más contaminantes y, siendo como es una democracia, su gobierno resulta cada vez más populista y nacionalista hindú, lo que aumenta las tensiones internas entre los millones de no hindúes que residen en ese subcontinente. Su reciente éxito en la misión a la Luna le va a permitir presentarse a esta cumbre como un país en alza, una nación orgullosa que exhibe sus éxitos y quiere rentabilizarlos. Junto con China, y con Rusia agazapada, encabeza el grupo de naciones revanchistas, por llamarlas de una manera, y aunque tienen grandes diferencias entre ellas, en lo económico y geopolítico están de acuerdo en que su rival es occidente. Por nuestro lado, con EEUU como obvio líder, acudimos a esta cumbre con la guerra de Ucrania como una de las grandes fallas de las relaciones internacionales, y el soterrado enfrentamiento entre Washington y Beijing como telón de fondo. Muchas naciones africanas y asiáticas, donde la influencia rusa y china ha suplido al abandono de las inversiones occidentales, se muestran indiferentes ante los combates en las llanuras de Kiev, y no condenan como es debido la agresión imperialista de Rusia. La sucesión de golpes africanos de estos últimos meses hace patente la debilidad de un occidente, en este caso representado por Francia, que es expulsado de la zona entre vítores de la población y abundante presencia de intereses rusos, y de dinero chino. Algunas de estas naciones, cuyas poblaciones llevan sometidas a dictaduras desde hace décadas, están en tránsito de pasar de un poder exterior dominante a otro sin que la ciudadanía experimente mejor alguna. Probablemente el nuevo régimen se vista de coloridos discursos descolonizadores, que serán comprados por no pocos de los ilusos que viven entre nosotros, pero no serán sino tapaderas para enmascarar una explotación de recursos y personas que se mantendrá, y cuyos frutos cambiará de destino cuando, como siempre, salgan del país para encaminarse no en este caso a occidente, sino más probablemente a China. El foro de naciones, por lo tanto, puede ser en esta ocasión el ejemplo palpable de la división que cunde en el mundo y de la bipolarización, de la nueva versión de la guerra fría, con similitudes y diferencias, entre dos visiones de la vida y de los negocios que pretenden ser hegemónicas. Y los terceros países, como antaño, se verán forzados a escoger.
La guerra de los chips, Taiwán, aranceles comerciales, subvenciones proteccionistas, espionaje, la agonía de la OMC, la inteligencia artificial, la mala salud de la economía china, la creciente división política en EEUU, la desaceleración europea y los miedos a una recesión global que siguen en el aire… todos estos temas y muchos más estarán presentes en el foro del G20, pero es poco probable que se encuentre solución alguna a ellos. Más bien servirán de excusas para ahondar una brecha que parece ser ya insalvable en algunos aspectos, y eso es malo, porque problemas globales, como la reducción de emisiones de CO2 o el impacto de la tecnología en nuestras vidas sólo pueden afrontarse con la cooperación de todos.
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