Pocas dudas tengo de que, si se lo pide, Sánchez hará vicepresidente al indigno Puigdemont y lo venderá como un fichaje necesario para afrontar tiempos de cambio. Si Calviño consigue su puesto en el Eurogrupo es probable que ya haya algún articulista escribiendo en Moncloa un loable texto a favor de los conocimientos económicos del sedicioso Carles, que lo encumbraría hasta las más altas de las esferas de la gobernanza financiera española, y el coro de palmeros que se dicen periodistas tendrían apenas unas horas para aprenderse un argumentario que les sonaría a chino, pero que repetirían con la misma fe que lo hacen en Beijing los afectos a Xi Jinping.
Que Sánchez traicione su palabra, su compromiso, sus promesas, es algo que no debiera sorprender a nadie. Pocas personas quedan en este mundo con menos palabras que él. Eso mismo no se puede decir del traidor Puigdemont. Es un delincuente cobarde, felón, sectario, racista y oligárquico, que se muestra muy orgulloso de los delitos que ha cometido y que no tiene empacho en pavonear sus ofensas. Es como un Rubiales pero no sexual, la misma memez, el mismo chuleo, la misma capacidad de ofensa. Eso sí, como sus siete votos en el Congreso son decisivos para elegir al presidente del gobierno va a pasar de ser prófugo a líder de la democracia catalana y europea en un enjuague perpetrado por la maquinaria de propaganda y mentiras de Moncloa que no pocos tragan sin apenas emitir queja alguna. Entiendo a los que, trabajando en algunos medios, cobran poco, se han embarcado en hipotecas caras y pagarlas exige traicionarse a sí mismos y a las ideas por las que, presuntamente, escriben artículos que no son sino sesiones diarias de peloteo al poder que garantiza sus nóminas mensuales. Creen que son periodistas, pero son meros siervos, y como tales, incapaces apenas de salir de la opresión en la que se encuentran. Abandonen todas esperanza de que cambien de opinión, al menos hasta que terminen de pagar las cuotas del piso. Los que no tienen excusa alguna son los que ya tienen la vida asentada, los jefes de esos siervos, sin ir más lejos, que cobran mucho más que ellos, que yo y que, probablemente, usted, querido lector. Personajes que han medrado peloteando al poder y conseguido puestos de relevancia en empresas, medios y chiringuitos oficiales o creados directamente para ellos, que viven de maravilla y que desayunan hipocresía con leche todas las mañanas. Sólo creen en su ingreso y en el amor cerrado a quien se lo garantiza. Sus ideas hace tiempo que dejaron de existir, y todas las mañanas reciben el mantra de Moncloa de lo que deben opinar, lo leen antes de pasárselo a los siervos que lo difundirán sin freno, y de ahí a otro día de no trabajo, de figurar, de hacer caja, de que nada les importe más allá de cómo luzcan en las fotos. Esos sí que no tienen excusa alguna a la hora de ser señalados como colaboradores de la felonía que pretende Sánchez con tal de agarrarse al poder. Cambian de opinión como las veletas porque, como las veletas, carecen de opinión, es el viento que sopla el que la determina. Si hoy a Sánchez le toca decir A para seguir en el poder, dicen A con la boca muy abierta, y si mañana hay que decir NO A, lo gritan a pecho descubierto, niegan haber dicho A apenas unos días antes y, los más osados, o sinvergüenzas, reconocen que dijeron A, pero como las circunstancias cambian, ellos también. Son unos buenos émulos de su maestro jefe, aunque carecen del aplomo que emana del de Moncloa para mentir con el estilo maestro con el que lo ejercita el jefe. Que por algo lo es.
Sigo pensando que la mejor estrategia de Sánchez es no ceder y acudir a unas elecciones repetidas como aquel que no se bajó los pantalones ante el capullo puigdemoniaco, pero también creo que a Sánchez no le da ningún apuro mentir y desdecirse en todo porque nada le importa más que el mantenerse en el poder. Sabe que, fuera de él, todos conocen su falta de palabra y no podrá comprar voluntades para acallar el vacío que lo domina. Por eso, la probabilidad de que conceda amnistía, condonación de deuda del FLA, cargos a Puigdemont y la obligación de que todos se plieguen al paso del sedicioso, postrados, y le denominen “molt honorable” mientras le arrojan pétalos de flores es muy alta.
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