Al llegar ayer las primeras noticias del terremoto ruso y las alertas de tsunami en todo el Pacífico era imposible no recordar el desastre que se produjo en 2004, cuando un tsunami enorme, originado también por un terremoto, arrasó las costas de gran parte de Asia y causo víctimas en un balance que se pudo medir en cientos de miles, una de las mayores catástrofes de los tiempos modernos. Desde entonces tsunami se asocia a devastación, a miedo absoluto, y, en parte, esto es lo que ha permitido que ayer no se reprodujera un balance similar, ni a la escala más pequeña imaginable. Hemos tenido suerte y se ha actuado bien.
Transcurrido un día, el saldo del evento es, afortunadamente, nimio. Se han registrado destrozos en tierra, principalmente en la remota zona de la península de Kamchatka, uno de esos sitios donde se puede situar, de manera figurada, el fin del mundo. El tren de olas que ha generado el fuerte terremoto se ha sentido en ambas orillas del Pacífico, pero ni ha sido de una gran intensidad ni ha pillado a nadie en la costa. Hay zonas en las que el mar ha entrado anegando tierra, pero no son muy significativas, y las evacuaciones preventivas decretadas han minimizado los efectos en la población, de tal manera que se habla de uno o dos muertos, y creo que se han debido a infartos provocados por la angustia de la evacuación más que a otra cosa. Los daños materiales probablemente sean significativos en la zona rusa donde se ha dado el movimiento, pero en general son menores. Hemos tenido suerte. Dada la magnitud del sismo, de 8,8, enorme, las posibilidades de catástrofe eran muy altas, pero el movimiento de las placas que ha generado el temblor ha sido de desplazamiento entre ambas, no de levantamiento o subducción, y esto hace que las masas de agua que se encuentran sobre la placa se agiten, obviamente, pero en menor medida. Ante un movimiento de placas que se alzan o subduccionan el agua sufre un impulso vertical directo mucho más intenso y, por tanto, el oleaje generado también es de mayor potencia. Tsunami ha habido, pero menor del esperado. El otro factor que ha contribuido a que el desastre sea menor es el del aviso y evacuación de la población de las zonas potencialmente afectadas. En Japón más de dos millones de personas fueron ayer desplazadas a toda prisa de la zona en la que los modelos indicaban que se producirían los mayores efectos, lo que hizo que al llegar la ola no se encontrase a nadie allí. Este ha sido un perfecto ejemplo de lección bien aprendida, algo que no se da frecuentemente. El desastre de 2004 pilló a gran parte del mundo sin protocolos, sin sistemas de aviso mediante móviles o sirenas, sin planes de evacuación ni estrategias claras para responder ante algo así. Sumado a que la marejada era mucho más intensa, el desastre estaba servido. El trauma que generó aquello se tradujo en la creación de unos sistemas de alerta global en toda la cuenca del Pacífico, que desde entonces se han disparado más de una vez, siendo la de ayer la primera en la que se ha dado de manera efectiva un tsunami real. Esos sistemas de alerta están coordinados con los de emergencia de las naciones y localidades costeras, de tal manera que móviles, sirenas, policía y demás efectivos de protección civil se movilizan de manera casi instantánea, y coordinada, para responder ante lo que pueda suceder. Las rutas de evacuación para escapar de la costa y dirigirse a las zonas altas están bien señaladas, y aunque es imposible que no se produzcan escenas de aglomeración o miedo, como algunas de las vistas ayer en Hawái, el resultado global es que en un tiempo muy corto es posible sacar a casi todas la población de la franja más peligrosa, los primeros kilómetros de costa, de tal manera que las pérdidas materiales no puedan ser vitadas en caso de impacto pero sí las humanas, salvándose vidas que, sin información, estarían en un grave riesgo.
La imagen que ofrecieron ayer las naciones de la cuenca del Pacífico fue positiva, y aleccionadora. Se puede aprender de desgracias pasadas en las que o no se hizo lo debido o se falló al hacer cosas. Si alguno está pensando en la DANA de Valencia, sí, quizás lo único bueno de desastres de ese tipo, donde la naturaleza se alió con la necedad administrativa, es que cuando la naturaleza vuelva a castigar, que lo hará, nos pille con unas autoridades, medios y sistemas preparados para minimizar las consecuencias. Si al menos logramos eso habrá salido algo bueno de estos desastres. Ojalá tardemos mucho mucho tiempo en tener que comprobar si nos sabemos la lección.