lunes, septiembre 10, 2012

César Molinas y un artículo de premio


Y fíjense que han pasado cosas el fin de semana para hablar de ellas, como la tormenta del sábado, que por fin regó Madrid tras mes y medio en el que sólo han caído rayos de sol, o el final de los juegos paralimpícos, que todo el mundo alaba pero sólo a cuatro importan, o el estreno de Raquel Martínez como presentadora de los telediarios del fin de semana, pero cuando se publica un artículo de la profundidad, seriedad y alcance como el que César Molinas firmaba ayer en El País el resto de asuntos pasan a un segundo plano, y cualquier glosa que se haga del mismo, y esta ni les cuento, palidecerá ante el original.

Molinas teoriza sobre la clase política española, dando argumentos a los que consideramos que su actual diseño es uno de los problemas que la crisis económica ha puesto de manifiesto con toda la crudeza posible. Y sobre todo lo hace justificando el término de “clase” que se le otorga al estamento, como grupo diferenciado, privilegiado, y cuyo fin principal es el de sostenerse así mismo y mantener su cuota de poder. Parte del origen del sistema de partidos creado en España en la transición, sistema que en aquel momento era el más conveniente, dad la inexistencia de los mismos y el tratar de crear una democracia tras el erial social y político que habían supuesto las décadas de dictadura franquista. Se definió una estructura de partidos fuertes, jerarquizados, controladores de todo, poseedores de los escaños y de los votos de ellos emitidos, con listas electorales cerradas y bloqueadas, que dan el menor peso posible al voto y el máximo a la organización electoral que asigna candidatos en esas listas. Es un procedimiento muy rígido y nada transparente, pero que en aquel tiempo sin embargo quizá fue necesario para dotar a los partidos de esa estabilidad que carecían. Con el tiempo, a medida que las estructuras se consolidaban, hubiera sido necesario ir desmontando esa rigidez en los partidos y en las listas, haciéndolas abiertas y eliminando poder de las cúpulas de las organizaciones, pero ha sucedido exactamente lo contrario, y ahora partido político, que debiera ser sinónimo de democracia, es visto como un concepto peyorativo, arcaico y pseudodictatorial. En paralelo a todo esto, la organización territorial de España en diecisiete reinos de taifas ha permitido la creación de organizaciones políticas territoriales tan posesivas y ansiosas de poder como los aparatos centrales, convirtiendo su terruño en su mundo y, tratando desde allí, en convertirse en fuerza hegemónica que convierta sus prebendas en derechos adquiridos y su monopolio en algo natural. La deriva de todo este proceso ha sido perversa y arrasadora, de tal manera que no hay institución, organismo regulador ni ente de carácter más o menos público que, a todos lo niveles de gobierno, no haya sido cooptado por parte de los partidos, convirtiéndose en meros apéndices de sus estructuras de poder y en premio objeto de reparto entre vencedores y de consolación entre perdedores. Entre tanto la gestión del día a día, la correcta administración de las cuentas públicas, la eficiencia en el gasto y la lógica del buen gobernante han sido destrozadas con el ánimo de esquilmar recursos y mantenerse en el poder a toda costa. Es lo que el ya famoso libro de Acemoglu y Robinson “Por qué fracasan los países” (que acabo de comprar) califica como clases extractivas, tal y como referencia el propio Molinas. En todas las naciones existen comportamientos similares, sí, pero en España la dimensión de la extracción (saqueo me salía en primera instancia) ha alcanzado tal dimensión que amenaza con acabar con al estabilidad y sostenibilidad de la nación. Mientras la burbuja creció, alentada por todos, los recursos pudieron abastecer todo este sistema, pero el derrumbe inmobiliario muestra a las claras la insostenibilidad del mismo.

De ahí Molinas extrae muchas conclusiones, explicándose el porqué de que ningún político haya pedido perdón por lo sucedido, porque nadie se disculpa cuando defiende sus propios intereses, o cómo la ciencia, la investigación y al educación, palancas para el desarrollo económico, social y (ojo) mental, son siempre despreciadas y marginadas en los presupuestos por parte de aquellos que las ven como fuente de crecimiento de riqueza y, por tanto, creadores de “rivales” a la hora de compartir el poder de la sociedad, y muchas otras cosas. Un artículo largo, denso, que se lee en un instante y que, como los buenos, te deja todo el día dando vueltas a su revulsivo y, esta vez sí, revolucionario contenido.


Por cierto, esta noche, si no pasa nada raro, haré una retransmisión comentada vía twitter de la entrevista de Rajoy, a ver que tal me sale, y a ver si el hombre contesta a alguna pregunta

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