martes, septiembre 04, 2012

El derrumbe del estado autonómico


La petición de rescate que realizó Cataluña la semana pasada al aún no constituido Fondo de Liquidez Autonómico (FLA), la calificación de su deuda como bono basura por parte de S&P y el apremio con el que ayer demandó una solución provisional para financiarse este mes es la muestra más calara de que la crisis económica no sólo está destrozando nuestro tejido productivo, sino que pone al entramado institucional que llamamos España ante un brete de muy difícil salida. Junto con las reformas económicas, debemos rediseñar el país de arriba abajo, y la existencia misma de eso que llamamos CCAA está puesta en entredicho.

Las CCAA son un invento moderno que tarta de paliar un viejo problema, que se crearon de manera improvisada y que se han demostrado válidas en determinados aspectos pero, en función de su diseño, inviables. Al diseñar la Constitución de 1978 uno de los problemas a lidiar era la existencia de regiones mal llamadas históricas, País Vasco y Cataluña, a las que luego se sumó Galicia, que exigían un estatuto diferenciado del resto del país. Frente a la postura de hacerlo de esta manera triunfo otra idea, basada en la creación del ente “Comunidad Autónoma” mediante el que cualquier región española podría articular una autonomía más o menos limitada, permitiendo así encajar a las históricas en el conjunto de España sin generar agravios comparativos. Se pensó que, de todas maneras, hubiera CCAA de primera y de segunda, en función de sus distintos techos competenciales, pero distintos avatares políticos, en los que el referéndum de autonomía de Andalucía supuso un rubicón, llevaron a la práctica lo que se llamó el “café para todos” de tal manera que todas las CCAA lucharon por conseguir el nivel den competencias más elevado que pudieran obtener, y para aplacarlas el estado empezó a renunciar a obligaciones suyas y a transferirlas a los entes regionales, con lo que el problema de la gestión del estado central no desapareció y, a cambio, surgieron diecisiete miniestados cada vez más orgánicos y menos funcionales. Políticos y autoridades locales encontraron aquí un filón en el que expandir su cuota de influencia y el número de cargos, consejerías, puestos de influencia y entidades de representación fue creciendo exponencialmente a medida que las CCAA se convertían en repositorios de políticos desahuciados y cuna de emergentes líderes. Poseyendo cada una de ellas una estructura económica muy diferenciada y perdiendo las economías de escala derivadas de la agrupación nacional, la gestión autonómica en materias como sanidad y educación ha estado asociada a unos costes crecientes derivados no sólo de la carestía propia del servicio, sino sobre todo de la ineficiencia señalada asociada a la dispersión. Ver como los laboratorios farmacéuticos organizaban algo parecido a una subasta para saber que CCAA pagaría más por ellos era tan sangrante como ridículo, amen que rentable para el negocio de las pastillas, y así hay muchos más ejemplos. Sucesivos gobiernos de distinto signo no han hecho nada en estos años para evitar todos estos problemas, y nos encontramos hoy en día con una estructura cuasifederal pero que no dispone de las herramientas de coordinación de las federaciones reales. Un quiero y no puedo de muy difícil gestión.

A ello se debe sumar, y es el gran problema de fondo, la asimetría derivada de que la supervivencia económica de las CCAA no se deriva de lo que recaudan, sino de las transferencias que reciben de la caja central, de tal manera que el político regional que inaugura la obra en el pueblo no es el que pone impuestos a los residentes en el municipio, disfrutando por tanto sólo de los beneficios del cargo y no de las insatisfacciones de la recaudación. Un sistema perverso y suicida que ha exacerbado los gastos sin fin, llevando a un punto en el que, sostengo, la mayor parte de las CCAA españolas son inviables y deben ser disueltas. ¿Cómo lo hacemos en medio de este temporal? ¿Quién tiene valor para ello?

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