martes, abril 16, 2019

Notre Dame de París, del mundo


Hay días, semanas, que como poseídas por un anticiclón de verano, resultan serenas, tranquilas, sosas, en las que apenas pasa nada relevante. Y tardes tormentosas, como la que ayer se abatió en forma de rayos, truenos y granizo sobre el norte de España, en las que la actualidad se acelera y parece estar poseída de una furia descontrolada. De mientras la tormenta se abatía sobre mi pueblo y otras muchas zonas, una chispa prendía en el tejado de la catedral de Notre Dame de París, y cuando la lluvia dejaba de caer tras el paso del chubasco las llamas ya eran incontrolables en unas cubiertas que empezaban a dejar de ser tales. La caída de la aguja fue el símbolo de la debacle que todos veíamos, atónitos, en directo.

El incendio de Notre Dame deja a uno de los edificios más bellos y valiosos del mundo convertido en poco más que una carcasa que se mantiene en pie a duras penas. Hoy se sabrá mejor en qué estado ha quedado la estructura, de la que ayer por la noche se tenían serias dudas sobre su completa estabilidad, pero es evidente que los daños son inmensos, letales para el conjunto artístico que atesoraba la catedral, uno de los más ricos, densos y completos del mundo. Como todo edificio gótico, impone por su volumen y altura, por la grandiosidad de sus torres y por esos arbotantes que la rodean por completo, que como un costillar externo, como un exoesqueleto, la mantienen recta y firme en su deseo de alcanzar los cielos. Y como todo edificio gótico, deslumbra en su interior, porque es esa estructura exterior y el diseño ojival de sus bóvedas lo que permite que las paredes dejen de ser lienzos de sustentación y se puedan convertir en lo que se desee. Y sus vidrieras y rosetones bañan así de luz el interior de un edificio en el que uno se siente empequeñecer hasta ser nada, y al mismo tiempo se llena de la grandeza de pertenecer a algo inmenso que lo rodea por completo. Como lugar de culto y centro espiritual, la catedral gótica es la obra absoluta de devoción hacia lo alto, de sumisión del hombre a Dios y de ofrenda de lo más complejo que se puede crear hacia el altísimo. Edificios mucho más delicados de lo que parecen, las catedrales góticas estuvieron a punto de ser derruidas en muchas ciudades europeas cuando la modernidad, mal entendida, las veía como restos de una época remota, olvidada en forma y fondo. La catedral parisina sufrió varios expolios y abandonos y riesgos severos de derrumbe, y, cosas de la vida, fue otra obra de arte, la novela de Víctor Hugo, al que hizo que el edificio entrara para siempre en el corazón de los parisinos, y que estos la salvaran y cuidasen. Convertida en una joya turística con poca competencia en una ciudad que rebosa de atractivos, entrar en ella era visita obligada para todo turista, y para el amante del arte resultaba un deleite quedarse quieto allí, sentirse rodeado, abstraerse de las multitudes que en todo momento deambulaban por su interior, y dejarse llevar por la luz y el sonido que se engarzaban en ese fondo infinito al que parecían llegar sus bóvedas. Notre Dame se comenzó a levantar en el siglo XII, una fecha absurdamente antigua vista desde nuestros días, pero el fuego que la ha devorado era igual de letal entonces que hoy, y las tecnologías de las que tan orgullosos estamos hoy en día han servido, espero, para salvar parte de la obra de fábrica, pero no han evitado su destrucción interior. Eso sí, lo hemos visto todo en un riguroso, estremecedor y doliente directo. Esa parece ser la principal diferencia entre un incendio en un edifico catedralicio con el paso de los siglos.

En septiembre de 2017 visité esa catedral por segunda vez. Los domingos había una misa temprana cantada en gregoriano y luego una sesión de liturgia cantada con coro, órgano y pueblo. Fueron varias horas de la mañana de un domingo las que pasé allí, emocionado ante el sonido, la pureza de su enfoque, el poder y sensibilidad del órgano y el arrullo de la voz humana en esa soberbia caja de resonancia. Se dice que allí Perotín inventó la polifonía con el “Viderunt homnes”, en torno a 1198. Y es muy posible que así fuera. Esta noche los cantos de vigilia de penitentes se han escuchado en la calle, con las llamas sobre Notre Dame de fondo, sin resonancia, pero con profundo sentimiento de angustia y pena. Cuánto dolor, cuánta pérdida.

No hay comentarios: