lunes, abril 15, 2019

Maite Pagazaurtundua


Ayer, en uno de los actos de la campaña electoral, Ciudadanos se fue a Rentería, una de las localidades de Guipúzcoa en la que más intensamente actuó no ya el terrorismo etarra, que también, sino todo el submundo radical que le otorgó cobijo, excusa y defensa durante décadas. Hoy en día los terroristas no existen, y parte de ese entramado social se ha deshecho, pero aún persiste en muchos de los residentes, que en hostil actitud recibieron a la comitiva de Rivera. La Ertzaina mantuvo en todo momento un cordón policial denso en torno al acto e impidió que los insultos y amenazas de los violentos fueran a más, pero sus gritos y cacerolada no cesaron en ningún momento. Sin esa seguridad, el acto no hubiera sido posible. Y frente a ellos, una mujer valiente, Maite Pagazaurtundua.

En esto del valor, como se decía en la época de la mili, se le da por supuesto a muchos y realmente anida en muy pocos. Pareciera que hay que tenerlos bien puestos por defecto, como se diría a lo bruto, para hacer actos de este tipo, y es cierto, pero resulta que los valientes, casi siempre, son pocos, porque el arrojo se muestra fácilmente cuando no existe el peligro real, y escasea cuando la amenaza es palpable. Dignos y estoicos como Savater, presente ayer también en el acto, los hay pocos, y por su actitud, de enfrentamiento a la dictadura pasada franquista y a la semipasada etarra, serán recordados. Pero las Pagaza están en otra dimensión. En una sociedad como la vasca, matriarcal de puertas para adentro, pero tan machista como todas hacia afuera, ellas demostraron tener un arrojo y valor que casi nadie fue capaz de expresar. Joseba, hermano de Maite, policía local en Andoain, llevaba tiempo siendo seguido por los pistoleros etarras y por varios cómplices del pueblo, que sin disparar tiros, ayudaban a que estos dieran en el blanco. Se sabía perseguido, amenazado, y desprotegido. Ninguna institución le amparaba, porque todas ellas eran silenciosas o directamente serviles ante la mafia etarra. Llegó el día que tanto temía, y un comando terrorista le asesinó en una cafetería de su pueblo, en medio de un silencio cobarde que hizo aún mayor el eco que desataron aquellos disparos. El funeral de Joseba fue un duelo familiar, un dolor de clan, que se arropaba entre los suyos ante el odio de muchos convecinos, que secretamente celebraban aquel asesinato, o se limitaban a acallar. Constitucionalistas devotos arroparon a la familia en aquellos días, pero fueron demasiado obvios los silencios y desprecios como para ignorarlos. Maite, su hermana, y Pilar Ruiz, su madre, se erigieron entonces como baluartes de la dignidad. Dos mujeres menudas, de voz firme pero suave, mostraron el arrojo que decenas no fueron capaces ni de disimular. Arremetieron contra un gobierno vasco que era, de entre los silenciosos, el mayor de los culpables, por ser el que más podía haber hecho para evitar aquel asesinato, y clamaron contra el PNV que, vendido ante el terror, se atiborraba de nueces y conseguía que, de momento, las nucas de los suyos apenas fueran rozadas. El mandamás del PNV el recientemente fallecido Arzalluz, racista y misógino como pocos, encontró en Pilar Ruiz, la madre, la encarnación de todo lo que odiaba, y arremetió con ella con toda su saña, intentando acallarla, ejerciendo un papel de capo mafioso que ni Coppola hubiera sido capaz de narrar con mayor precisión. Pero, oh sorpresa, a Pilar Ruiz no le daba miedo la mafia y sus pistolas, los capos y sus mentiras. Pilar Ruiz se enfrentó, desde su menudencia, al todopoderoso Arzalluz, y le hizo callar. Con el cadáver aún caliente de su hijo recién enterrado, gritó sin alzar la voz, y dijo lo que casi nadie se atrevía a decir. Denunció la complicidad del nacionalismo en el poder con el terrorismo, la ley del silencio que reinaba en los pueblos y ciudades vascas, y con su actitud y testimonio levantó un monumento a la dignidad que no hay granito en el mundo que pueda igualar en solidez y tamaño. Pilar Ruiz y Maite Pagazaurtundua se convirtieron, ya lo eran para muchos, en estandartes de libertad frente al autoritarismo. Y devolvieron la dignidad a muchos.

Ayer, años después, en un País Vasco en el que el terrorismo no actúa pero la política sigue estando dominada por el silencio, Maite volvió a alzar su voz frente a aquellos que sólo quieren oír un discurso único, el que emana de sus ruidosas gargantas y mentes totalitarias. En tiempos de extremismo político, de sectarismos y extremistas, la voz de Maite Pagazaurtundua es un oasis en el que encontrar refugio. La democracia y la libertad significan que todos podemos expresar nuestras ideas, sean acertadas o no, buenas o malas, legítimas o desvariadas, y que la violencia debe quedar siempre, siempre, siempre, erradicada. Maite volvió ayer a ser un símbolo vivo, un ejemplo, y a no pocos les debió doler la claridad de su voz, y su demanda de libertad.

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