viernes, abril 05, 2019

Ángel Hernández, o cuando llega el final


Ya por la noche salía Ángel Fernández en libertad con cargo y sin medidas cautelares de los juzgados de Plaza de Castilla. Horas antes había colaborado activamente para acabar con la vida de su mujer, Maria José Carrasco, que llevaba varias décadas enferma de esclerosis múltiple y que, reiteradamente, había solicitado ayuda para morir, dado que su estado le impedía ejercer acción alguna, sobre ese respecto y sobre cualquier otro. Ángel ha documentado las peticiones de su mujer al respecto y el proceso final en el que acerca un vaso con barbitúricos diluidos en agua y una pajita a la boca de Maria José, y ella bebe, siendo ese su último acto en este mundo.

Es fácil pontificar y opinar sobre cosas que suceden a miles de kilómetros de distancia, trivial hacerlo sobre realidades que uno no vive o conoce, qué fácil es hablar y escribir. Lo difícil es vivir. Durante décadas Ángel ha visto la descomposición de su mujer y el mantenimiento de la firme voluntad de ser asistida en el final cuando ella, sabedora de la evolución de la enfermedad, ya no podrá hacer nada. Años y años de descenso en las condiciones de vida, en las expectativas, en la luminosidad de las tardes para convertirse en angustiosas noches eternas, de jornadas de reclusión, de abandono de todo. En cuerpo y alma se ha dedicado Ángel a cuidar a Maria José, negándose a acabar con la persona que más quería, aún a sabiendas de que era el deseo de ella y que tarde o temprano se iba a enfrentar al dilema moral de si ejercerlo o no. Qué fácil es, desde la distancia, emitir un veredicto, juzgar en pocas palabras hechos tan profundos  y complejos, y aún es más sencillo volcarlo en las redes y ajusticiar o alabar la conducta de Ángel, siempre que uno no pase por un trago similar. ¿Cuántos, en la situación de Ángel, hubieran huido? En un mundo en el que las parejas se rompen por cuestiones cada vez más triviales, tontas y banales, en el que prometemos amor perpetuo a otro semejante, pero rompemos nuestro encariñamiento por auténticas bobadas, en una época de nula paciencia, escaso compromiso y casi ninguna entrega personal, Ángel ha dado su vida por Maria José durante unos años que nadie, excepto él, será capaz de recordar hasta qué punto han sido de entrega y dolor. Su decisión, el acto de ofrecer ese vaso, quizás haya sido el más duro de su vida, aquel que nunca pensó que llegaría, el que deseó con todas sus fuerzas que no tuviera lugar. Y paradójicamente, puede que haya sido su último acto de amor, de entrega, su postrera inmolación ante Maria José, a la que se entregó en vida y ahora, una vez ella muerta, sigue ofreciendo su existencia en forma de proceso judicial y de dolor personal. Durante el resto de su existencia Ángel no podrá olvidar nunca ese momento del vaso, momento en el que su amor cruzó el Rubicón que separa la esperanza del vacío, y sabrá para siempre que sus manos, que con cariño infinito cuidaron a la persona que más quería, fueron las mimas que ayudaron a acabar con esa vida que para él era todo. ¿Es esto un enorme, inmenso acto de amor? Creo que sí, y creo que también lo es de dolor. Sólo a quien se quiere con pasión y locura se le puede acatar hasta la orden más loca, la que permite acabar con su propia vida. Tantos son los casos de maltrato y violencia, fruto de celos y deseos de posesión que son perversos, y frente a ellos, el ejemplo de Ángel y Maria José nos muestran hasta qué punto el amor, palabra desgastada hasta el extremo, posee un sentido y significado tan poderoso que nos puede enfrentar a dilemas como estos sin que haya manera racional de abordarlos, sin que podamos discernir con razones. Qué fácil es juzgar desde fuera, pero con qué instintivo pavor deseamos que situaciones como estas no se den en nuestro entorno, que no nos pase nunca nada así.

Hace unos años Michael Haneke realizó una película llamada “Amor” tan seria y amarga como casi todas las suyas, en la que se plantea un dilema similar en una pareja de ancianos. La película es excelente y de visión obligada, pero comprobé asombrado que muchas personas, de mi entorno y de medios de comunicación, decían preferir no verla porque era triste, porque te hacía pasar un mal rato. En nuestro mundo, de gomaespuma vital y aparente vacío emocional, en el que disfrutar lo es todo, ni ver una película que aborda un tema crudo resulta aceptable para muchos. Como para imaginar cómo responderán, responderemos, ante dilemas como estos si se dan en nuestras vidas. Qué sencillo es opinar, qué trivial juzgar, nada se tarda en olvidar.

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