lunes, abril 01, 2019

El grito de la España vaciada


Fue Sergio del Molino el que tuvo la agudeza de ver el tema donde otros no encontraban nada y el arte literario para trenzar historias en un ensayo, titulado “La España vacía” que creó un subgénero narrativo y de estudio, y que logró poner en el punto de mira a muchas comarcas interiores a las que ya nadie prestaba atención. Ese libro, de necesaria lectura para los que disfruten con el mero placer de leer y, desde luego, para los que quieran saber algo sobre este tema, propone una visión de España diferente a todas las que hasta ahora se han hecho, mostrando un país descarnado en su inhóspito vacío, en su desolación, que lo asemeja más a los paisajes del oeste americano, y a sus escasos moradores, como los pobladores de la última frontera.

Ayer, varios miles de personas, entre cincuenta o cien mil según las fuentes, se manifestaron por el centro de Madrid, atrayendo cuatro gotas que no caían desde hace un mes, reclamando los derechos de los que residen en esa España interior, a la que nadie mira y a nadie parece importar. La cifra de los convocados no paree muy alta, pero si uno se fija en la población residente en esas provincias resulta ser una movilización masiva. Ahogados en el vacío, ausentes de todo debate público, observan con miedo como hace tiempo como muchos municipios hace tiempo que pasaron del umbral de lo sostenible para entrar en la decadencia absoluta y, probablemente, irremediable. El proceso de marcha del campo a la ciudad no es nuevo, ni exclusivamente español, pero en un país tan grande como el nuestro, el segundo en Europa poco después de Francia, y con una población no tan alta (Alemania nos dobla y Francia o Reino Unido nos sacan veinte millones de habitantes para redondear) el efecto de vaciado de las comarcas de emigración es devastador. Son dos los fenómenos que, retroalimentados, parecen condenar a esas comarcas a un futuro muy oscuro. Por un lado, la falta de alternativas económicas, y es que uno vive donde tiene de qué vivir. Las ciudades son las generadoras de riqueza y, cada vez más, las más grandes la generan en mayor cuantía. Madrid, como agujero negro que lo absorbe todo, hace tiempo que resta población no sólo a las zonas rurales, sino también a las capitales de provincia, que nada pueden hacer frente al empuje de la gran urbe, que crece y crece. En este gráfico de carreras de barras se puede ver la evolución de la población de las capitales españolas, y el disparo d Madrid es incomparable, a la vez que constante el goteo de capitales medianas del interior, que languidecen a números vista. El otro factor es la demografía. No nacen niños, o lo hacen mucho menos que antes, y si eso frena el crecimiento de la población en zonas muy habitadas, el efecto es devastador en zonas ya despobladas o envejecidas. Si en algunos municipios hace décadas que no nace un niño no hay nada que hacer, sólo esperar a la extinción de la localidad, por muy duro que suene. Y claro, ambos fenómenos se imbrican uno con otro para crear la espiral perfecta, en la que menor población elimina expectativas económicas y eso alienta la emigración, que reduce la población y vuelta a empezar. A partir de ciertos umbrales se empieza a volver carísimo prestar servicios básicos, tanto públicos como privados y tiendas, médicos, transportes, bancos y otras profesiones desaparecen de localidades que ven como las puertas cerradas le ganan el pulso a las abiertas. Si eso sucede en localidades como Elorrio, mi pueblo del norte, que ha pasado de ocho mil a siete mil habitantes en un par de décadas, el efecto en zonas donde la estructura económica era mucho más débil es, sencillamente, devastador. La cada vez mayor longevidad de la población es la que impide que decenas, cientos de localidades, sean ya lugares despoblados, restos de un pasado que se visten de presente distópico y, con el paso del tiempo, futuro ruinoso.

¿Cómo combatir este proceso? No lo tengo nada claro. Las administraciones deben hacer todo lo posible para garantizar la sostenibilidad de esas localidades, prestando servicios básicos, entre los que la conectividad digital es de los más importantes, probablemente las ayudas fiscales a la implantación de empresas sean medidas efectivas, y las nuevas tecnologías, el impulso verde y el turismo se conviertan en alternativas vitales para algunos de sus residentes. Pero no quiero engañar a nadie, las dinámicas que están detrás del movimiento que ha vaciado el interior del país son intensas, profundas y duraderas. España va camino de ser un donut poblado en las costas y con Madrid, enorme, en su interior, y en medio, cada vez más, el vacío. No veo una vía rápida y sostenible de alterar este proceso.

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