Es muy humana la necesidad de buscar culpables de todo lo que sucede, para descargar sobre ellos los hechos y las propias culpas de lo sucedido. A veces es relativamente fácil, como en el caso del asesino de ayer en Finlandia, donde el propio y orgulloso autor de la matanza carga con lo sucedido, aunque la policía, que le entrevisto el día anterior y no le hallaron trazas siniestras, tampoco puede estar demasiado orgullosa de su trabajo. Seguramente tras ese sujeto se esconda una historia complicada que haya derivado en el horror de ayer, pero la mayor parte de la culpa la tiene un único destinatario.
En el caso de una crisis económica las cosas no están tan claras. Hay miles, millones de agentes en el juego, porque cada uno de nosotros, con nuestras decisiones individuales, formamos la sociedad y su economía. Se dirá, quizás con razón, que los bancos y las instituciones públicas son en mayor parte responsables del hundimiento, pero también en este caso habría que atribuirles el mérito de los catorce años de crecimiento casi ininterrumpido que disfrutamos en occidente desde 1994, y que en el caso de España han contribuido a transformar el país por completo. Amenazaba ayer Sarkozy, en un discurso bastante populista y demagógico, con castigar a los culpables y generadores de esta crisis. ¿Qué va a hacer el amigo Sarko? Quizás encerrar en la cárcel a los millones de españoles, franceses o norteamericanos que han visto como sus casa se disparaban de valor y eran el principal activo e cara a poder invertir y enriquecerse. Si es así, podría empezar por devolver las faraónicas cifras recaudadas por el gobierno francés, o el español, en concepto de impuestos sobre al vivienda, porque cuando los pisos subían un 15% al año, y al recaudación de IVA e impuestos especiales lo hacía de igual manera no había un solo presidente de gobierno, ningún dirigente de Comunidad Autónoma y menos una alcalde que se quejasen. Más bien al contrario, se frotaban las manos al ver como las arcas se llenaban, sin preguntarse si ese enriquecimiento era sano o no. Lo que quiero decir es que las autoridades, en muchos casos, han sido uno de las mayores beneficiarios por el boom inmobiliario, y por tanto no tenían el menor interés en que se frenase (seguro que el lector conoce caso en su pueblo o cercano en el que el Ayuntamiento ha especulado con los terrenos como el que más para sacar ingresos “extra”). A quines debiéramos pedir explicaciones es a las instituciones de control financiero. Empezando por las agencias de rating, que son las que valoran y califican la deuda y las acciones, que se han demostrado inútiles, falsas y manipulables, ofreciendo unos valores que eran ratifícales, porque así obtenían un mayor beneficio por ello. El sistema de calificaciones (A, AA+, etc) y quién las impone y como es algo que debe ser revisado de arriba abajo. Ahora mismo sirve para bien poco. Por de pronto el FBI ya ha empezado a investigar a ciertas empresas, curiosamente (o no) aquellas que ya han quebrado.
Los organismos internacionales también han fracasado, si así definimos el no haber visto lo que venía y, consiguientemente, no haber hecho nada para evitarlo. El FMI o el Banco Mundial no han jugado papel alguno en esta crisis, o al menos no me consta, lo que en sí mismo es un síntoma de inoperancia, y no hablemos de la ONU, cuyo papel económico es residual, o de la Comisión Europea, que realiza cientos de informes y análisis y bien poco está aportando al debate mundial. Si hace tiempo se viene discutiendo la necesidad de reformar estas instituciones, la situación actual provoca que alguna de ellas se enfrente simple y sencillamente a su liquidación, o al menos a un derribo y reconstrucción, basado en nuevos criterios de actuación.
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