Ayer por la mañana, con un sol radiante y más calor del que se intuía al sentir la brisa que soplaba, me fui a dar una vuelta a un lugar de Madrid en el que aún no había estado, y que tenía muchas ganas de visitar. Pese a lo que parezca no voy a hablar de lupanares famosos, ni de algunos chalets de celebridades en al Moraleja o similar. No, es algo más terrenal, aunque quizás ese no sea el término adecuado. Abreviando, y para no extender el suspense demasiado, me fui a dar una vuelta por el cementerio de la Almudena, que encima me pilla cerca de casa y puedo llegar hasta él andando.
¿Te fuiste de excursión al cementerio? ¿Estás majareta? Seguro que son las preguntas que le surgen al 90% de los lectores, o más. Pues no, es un sitio interesante para ver, aunque es cierto que probablemente no lo sea para todos los estómagos ni sensibilidades. Había oído que es un cementerio enorme, no se donde decía que tiene el tamaño d la ciudad de Segovia, y que es el mayor de Europa. No os voy a sacar de dudas en cuanto a estos datos se refiere, porque no soy capaz de contrastarlos, pero puedo afirmar que es enorme, inmenso. Ya el que haya líneas de autobuses que lo atraviesen y tengan paradas dentro es un poco chocante. Mi intención con la visita era ver alguno ejemplos de esculturas funerarias, angelitos, amantes y cosas así, y ver un sitio curioso a la par que encantador. La escultura funeraria suele ser vistosa, e impresiona lo suyo, y varias muestras encontré. Supongo que habrá mucha gente famosa enterrada allí, pero no era mi intención buscarlos, al menos en el paseo de ayer, pese a lo cual me encontré con algunas capillas “ilustres”. Todo era bastante curioso, porque pese a que hay muchísimos árboles, el sol lucía esplendoroso, y la luz lo llenaba todo. Si uno está acostumbrado a una imagen del cementerio asociada a oscuridad y tonos lúgubres, por lo menos lo de ayer era todo lo contrario. Otra cosa debe ser verlo al atardecer, o al anochecer, que debe impresionar lo suyo. Me imagino que muchas personas de esta ciudad habrán hecho el reto clásico de pasar una noche entre las tumbas cuando eran pequeños, a ver si veían a los muertos, y desde luego se pueden perder y volver majaras en medio de las miles de cruces y senderos que adornan todo el complejo. Hay una especie de promontorios circulares desde los cuales se divisan unas vistas bastante bonitas de la ciudad, con las cuatro torres del CTBA de fondo. Las avenidas de cipreses, enormes y densos como ellos solos, se bifurcan y se curvan dibujando supongo una pieza geométrica de interés. Se respiraba allí una paz y tranquilidad enorme. “Vaya tontería” dirá alguno, “como para no estar tranquilo”. Sí, obviamente los residentes del lugar son tranquilos, pero pese a ser 31 de agosto, había bastante trajín de coches y gente dando vueltas, haciendo visitas, arreglando recordatorios y, en general, paseando por allí. Sin embargo, pese a lo sosegado del lugar, el ruido de fondo de la ciudad llega perfectamente, y quizás ni allí los muertos de esta urbe, como pasará sin duda en otras, pueden descansar eternamente, y menos sus familiares, que acuden a visitarlos.
Saqué algunas fotos a estatuas y motivos que me parecieron interesantes, y afortunadamente hice el recorrido antinatural, entrando por una puerta accesoria y saliendo por la principal, porque al salir del complejo, cuando iba a hacer la última imagen, me vino un miembro del personal de seguridad para advertirme de que estaba prohibido sacar fotos en el interior del cementerio. Asentí e hice caso, sin evitar reírme un poco por dentro al saber que había violado la prohibición unas cuentas veces a lo largo de la mañana. Quizás, como pensaban algunos antiguos, las fotos a las tumbas se llevan parte del alma de los que allí están, y esa sea la causa de la prohibición.
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