En el Ministerio en el que trabajo hay una mesilla camino a la cafetería que solemos denominar como “la del Sahara” porque siempre está llena de recortes de periódicos, noticias y convocatorias de movilizaciones que hacen alusión a ese territorio, y al conflicto que allí se vive desde que España lo abandonó en 1975. Ha sido este tema, y concretamente la evolución de la huelga de hambre que lleva a cabo la activista saharaui Aminatu Haidar en el aeropuerto de Lanzarote lo que ha terminado por reventar en este puente de Diciembre.
Haidar entra en España de manera ilegal. Maruecos la expulsa y le priva del pasaporte, pero aún así se le permite el acceso a territorio español, quizá como ejemplo de ese buenismo en las relaciones internacionales que sirve de cara a la galería, pero que no soluciona problema alguno. Una vez aquí Haidar comienza una huelga de hambre para volver a su ciudad de origen, Al Aiun, ciudad marroquí y capital de facto de lo que es el Sahara ocupado. Marruecos se quitó un problema de encima expulsando a la activista y España, sin enterarse, adquirió uno. Así, poco a poco, la huelga de Haidar ha ido cogiendo relevancia en la prensa y los medios, y ha acabado por explotar en forma de conflicto diplomático, volviendo a mostrar a las claras como de sucio es el juego de Marruecos, y que no le importa nada la vida de la activista ni las supuestas relaciones de amistad y vecindad con España, sino única y exclusivamente mantener el control sobre el territorio saharaui, acallar las voces disidentes como sea y mostrar una actitud de dominio y control frente a su población y vecinos, en este caso España. Eso es posible gracias, entre otras cosas, a que Marruecos es una dictadura, vestida de una manera de democracia formal, pero dictadura a fin de cuentas, en la que la población es súbdita del rey, y no son ciudadanos de pleno derecho. Así las cosas Marruecos pronuncia día tras día amenazas más o menos veladas sobre que ocurriría si España apoya a Haidar, o las activistas del Frente Polisario, que luchan por la independencia del Sahara ocupado. Todo este asunto ha dejado muy descolocado al gobierno, que pese a ser del PSOE, ha sido el más promarroquí de los habidos en España en toda la democracia. Sea por querer llevarse bien con el vecino o por otras cuestiones, la diplomacia española de estos últimos años ha transigido en todo lo que ha solicitado Marruecos, lo que ha tranquilizado ese frente exterior, pero al precio de hacer unas concesiones internas y de cara a terceros países que han debilitado nuestra postura en la zona y que, a la primera rabieta que se ha pillado Marruecos, han acabado tiradas por la borda de la intransigencia. Hace bien el gobierno en solicitar el apoyo del resto de grupos en este asunto, y hace bien la oposición en dárselo, porque pase lo que pase, incluida la no deseada muerte de Haidar, el asunto ya es grave, y dejará cicatrices profundas a ambos lados del estrecho.
Y Haidar, ¿qué hacemos con Haidar? En mi opinión la culpa de que Haidar esté así no es tanto de su voluntad de hacer huelga de hambre, como desde muchas instancias oficiales se afirma, sino de la actitud del gobierno de Marruecos. Y España, solicitando y contando con el apoyo de otras potencias, especialmente EE.UU., debe doblegar la voluntad marroquí y que este país reacoja a Haidar, y que pueda viajar y aterrizar en Al Aiun. Ahora, como se nos muera en Lanzarote, cosa que a Marruecos sospecho que no le importaría, menudo papelón nos espera. En ese caso tendríamos algo de responsabilidad en su fallecimiento. Confiemos en que algo así no llegue a suceder.
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