Hablaba ayer de ganadores y perdedores, y este concepto es básico para entender gran parte de la discusión que se desarrolla en Copenhague. Obviamente hay países que no están en este juego, los subdesarrollados, los llamados del tercer mundo, que a día de hoy son perdedores natos, y que da igual que efecto les produzca el cambio climático. No cuentan. Hacen bulto, pero su opinión no es vinculante. La lucha está entre algunas naciones en vías de desarrollo y los países occidentales, que pueden ver en el clima un contratiempo a su prosperidad, y entre estos mismos países del primer mundo.
Veamos el caso de Europa. Una subida media de dos o tres grados de temperatura en el continente sería muy dañina para la agricultura mediterránea, lo que provocaría pérdidas en Grecia, Italia, Francia y España, agravando además las situaciones de sequía, crónicas en la zona. Sin embargo ese mismo aumento convertiría en cultivables enormes extensiones ahora improductivas sitas muy al norte, en Rusia y en los países bálticos. La vid podría extenderse mucho más al norte y la pérdida progresiva del Jumilla y el Ribera de Duero podría ser paliada por unos caldos de Oxford o de los alrededores de la misma Copenhague. El deshielo progresivo de la banquita del Océano Ártico abriría una nueva ruta de comunicación muchísimo más corta entre Europa, Estados Unidos y Asís, lo que sin duda disminuiría los costes y generaría una gran riqueza en las costas sitas muy al norte de Europa. Por lo tanto al final uno se da cuenta de que si algunos de los modelos de temperaturas se dan el saldo global no es tan negativo, sino que hay disparidades, y de ahí puede venir el hecho de que las negociaciones entre países sean a cara de perro. Por otro lado los occidentales ricos no quieren que los países en desarrollo contaminen como lo hacemos nosotros, y eso es visto por muchos como una manera de frenar su crecimiento, dado que con la tecnología actual es imposible satisfacer de una manera “verde” las demandas de energía de poblaciones de países como China, India y otros muchos. China ya es, de hecho, el principal emisor de CO2 en el mundo, superando a Estados Unidos. Si los más de mil millones de chinos se hacen con un coche el petróleo y el mundo se acabaría en dos días. Esta es la esencia del desarrollo insostenible, y como se pueden imaginar también está en debate sobre la mesa danesa. Lo lógico es que la cumbre acabe en un consenso en el que sean Estado Unidos y China los que impongan a los demás las cuotas y los ritmos de reducción de emisiones, y con una Unión Europea comparsera adoptando un lenguaje progresista, soltando algunos euros para comprar cuotas de CO2 en países terceros pero satisfecha si las reducciones pactadas no afectan muchos a sus industrias. Como verán no soy muy optimista sobre el encuentro, más bien escéptico, profundamente escéptico, y es difícil no serlo mientras los gobernantes discuten de entelequias de futuro y no arreglan los problemas medioambientales presentes, los que nos destruyen al calidad de vida día a día, hoy mismo.
Algunos apuntes. ¿Tan difícil y caro es llevar a cabo una masiva campaña para plantar árboles? Este verano en España hemos perdido miles, quizás millones, en los malditos incendios del verano. ¿Por qué no se arbolan todos esos secarrales que se pudren de asco en este país por todas partes? ¿Por qué nadie hace nada para mitigar la contaminación de las ciudades, producto de los coches, que vemos desde nuestras ventanas, respiramos todos los días y nos produce un cáncer mortífero a cada inhalación? De esto, de lo práctico, inmediato y efectivo para ya no se hablará en Copenhague, no vaya a ser que se demuestre la inoperancia de los dirigentes allí reunidos.
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