Hoy se celebra el sorteo de la lotería de Navidad, en el que como todos los años y sorteos, no juego ni un solo euro. Por lo tanto, espero que les toque la suerte a los que me rodean y conocidos varios, algunos de los cuales me han encargado décimos y he comprado en un Madrid cuyas colas de ventas parecían inmunes a la crisis. El que ha jugado toda su suerte a un único décimo ha sido el director de cine Jmaes Cameron, que tras más de diez años de retiro tras su éxito absoluto con Titanic ha vuelto con Avatar. ¿Ha merecido la pena? Ya adelanto que, para mi, no.
Vi la película el sábado en versión original y con gafas 3D. Con el descuento del “family check” la entrada se quedó en 9,5 euros, lo cual es bastante. Las dos horas y tres cuartos de película son un despliegue de medios, tecnología y poder visual y económico espectacular. Realmente Cameron se ha gastado mucho dinero en llevar a cabo su historia, en la que se mezclan elementos tomados prestados de Matrix (los humanos que se introducen en cuerpos a través de sus mentes) y de El Señor de los Anillos. En esencia la historia trata de la necesidad de expulsar de sus tierras a un grupo de nativos que viven en un remoto planeta llamado Pandora, dado que su poblado está encima de una mina de un material muy valioso, explotado por una compañía humana con un carácter muy militar. Hay dos vías para lograrlo, la militar pura y dura y la científica, en la que un grupo de investigadores, encabezados por una Sigourney Weaver por la que no pasan los años, que usan la técnica de introducción en los cuerpos antes mencionadas para integrarse en la tribu y tratar de convencerles de que se vayan por las buenas. A medida que la película avanzaba me daba la sensación de estar asistiendo a un documental ecologista radicado en la selva brasileña, en la que unos mineros norteamericanos quieren echar a los indios yanomamis, todo ello muy aderezado con ordenadores, sí, pero tan lineal y simple como eso. La relación de enamoramiento que surge entre una miembro del grupo de nativos y el Avatar regido por el humano protagonista es bonita, pero dista mucho de ser creíble, y desde luego palidece ante otras historias de amor recientes, quizás lastrada por el aspecto ridículo con el que se les ha dotado a los habitantes de Pandora, que son muy humanos para ser alienígenas, salvo que son muy altos y coloreados de azul. A medida que la cinta avanza la cosa se complica, y empiezan a aparecer escenas de corte muy New Age, con los adoradores del bosque ante el tronco de la madre, y la defensa de la teoría de una Gaia, en este caso en un planeta que no es la Tierra, como organismo vivo y que se defiende del ataque de los invasores antiecologistas. Los personajes malos y buenos son de una simpleza excesiva, y evidentemente la película acaba como debe, con los malos malísimos derrotados y los buenos buenísimos triunfantes. El Señor de los Anillos mostraba con mucha más fuerza y realismo esa lucha entre la técnica y la naturaleza, el ansia y al codicia humana frente a la lentitud y paciencia de los árboles, y el mensaje era de mucho mayor calado y profundidad. Frente a un Titanic en el que Cameron logró emocionar a todo el mundo, a mi desde luego, con unos personajes creíbles envueltos en el acontecimiento, aquí estamos ante un despliegue de efectos que no logran enmascarar la poca consistencia de la historia. Había momentos en los que me parecía más extra viendo un videojuego que una película.
Avatar entretiene, eso es cierto, pero hay momentos bastante soporíferos en los que el director se ha ensimismado y no logra atraer al público. Una mirada del cascarrabias de UP al retrato de su difunta mujer tiene más contenido y mensaje que toda la cinta de Cameron, uno de los diálogos de la última de Woody Allen es más corrosivo que toda la crítica que Cameron pretende desarrollar en su película, e Eastwood en Gran Torino escupe más bilis y resentimiento en cada mirada que todos los militares que pueblan Pandora. La verdad es que esperar trece años para esto..... James, tú eres capaz de hacer algo mucho mejor.
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