Este pasado Viernes Obama ascendió a los cielos noruegos y recogió en Oslo el premio Nóbel de la Paz. El día de septiembre en el que me enteré de al concesión de este premio fue por boca de una magnífica amiga mía, mi querida MGG, a la que fui a visitar para conocer a su primera hija. Le llegó un mensaje al móvil y le entró la risa, y me lo dijo, y me entró el asombro. “Pero.... están locos??” pensé. Le han dado un premio preventivo. Un galardón que consagra los logros de toda una vida y se lo han dado antes de empezar.... esto no tiene mucho sentido. Hoy, pocos meses después, sigo pensando lo mismo.
Porque conceder este premio aumenta las expectativas sobre lo que Obama pueda llegar a hacer, y el exceso de expectativas muchas veces deriva en decepciones profundas. Es el Nóbel de la paz el más polémico de todos, porque valora condiciones muy subjetivas, a menudo políticas, y siempre hay voces más o menos discordantes sobre el agraciado. Lo cierto es que el comité noruego lo tiene muy difícil, porque el tiempo puede jugar en su contra y hacer que una elección que parecía obvia se convierta en fallida. Caso palmario es el de la concesión del Nóbel a Arafat, Rabin y Peres por sus conversaciones de paz, que hoy día se ve que no pudieron dar frutos. En todo caso a Obama le han dado el premio. ¿Debiera haberlo rechazado? Creo que no, porque eso sería un gesto de desagradecimiento. Es mucho más elegante decir que uno no se lo merece y que al lado de otras figuras la propia de Obama no luce aún de manera comparable. Y así es como empezó su discurso, muy esperado, y que una vez leído me parece sencillamente fabuloso. Cierto es que un mal texto declamado en la manera en la que lo hace Obama parece una oda griega, pero es que el contenido de este discurso es realmente profundo. Resulta que es en Oslo, frente al comité Nóbel, donde Obama dice una verdad tan grande como que los conflictos humanos son inevitables y que a veces la mejor defensa es un buen ataque. Podía haber caído en el exceso retórico y leer un texto almibarado, lleno de pazzzzz y felicidad, de esos de “la guitarra” que dice Carlos Herrera en relación a los discursos de Zapatero. Pero no. Los asesores y escritores de Obama fueron valientes, demostraron haberse leído a los clásicos, cosa de lo que muchos europeos presumen a pero no practican, y realizaron la mejor actualización del dicho latino “si vis pacem, para bellum” que he visto en mi vida. Recordemos que esta expresión significa “si quieres la paz, prepara la guerra” y viene a decir que la negociación, el diálogo y la persuasión son instrumentos importantes y necesarios, pero tiene unos límites, unas fronteras que, queramos o no, muchas veces son necesarias traspasar si queremos que nuestros enemigos no acaben con nosotros. Munich en 1938 mostró a las claras lo inútil que es negociar con alguien, en ese caso Hitler, que utiliza la negociación como una manera de ganar tiempo de cara a reforzarse militarmente para golpear con mas fuerza a su oponente. Afganistán hoy, quién sabe si Irán mañana, son ejemplos actuales de la limitación de la palabra frente a adversarios que juegan en una liga moral y de intereses distinta. Es un hecho, debe reconocerse, nos guste o no, y Obama tuvo el valor de hacerlo, en el sitio y momento quizás menos predispuesto a oír algo así.
Pero la guerra, el enfrentamiento, no es sólo una cuestión de estrategias, estados y poder. Son soldaos que van al frente, se juegan su vida y, muchas veces, al pierden. Tras decidir aumentar en 30.000 unidades el contingente de tropas en Afganistán, el Nóbel de la Paz admitió que era una decisión suya mandar soldados, personas, a una guerra, de la que algunos, quien sabe quienes y cuantos, no volverán. En el marco más solemne posible Obama hizo una asunción de responsabilidad sobre el destino de sus soldados que no sólo le honra, sino que debiera ser motivo de orgullo para sus conciudadanos norteamericanos. En estos tiempos en los que nadie es responsable de nada, y en España aún menos, me perece algo admirable.
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