Ayer cuando me fui a la cama y apagué la radio las noticias ya recogían como primicia que se había producido un terremoto en Haití, pero eran relatos confusos los que llegaban a las redacciones los provenientes de un país de por sí golpeado por la miseria y carente de medios parea casi todo. Se declaraba a esas horas una alerta por tsunami, que afortunadamente ahora miso ya se ha desactivado y que no ha tenido que registrar ola alguna en el resto del Caribe. Sin embargo, lo sucedido en Haití parece tan grave como lo muestran las imágenes que ya están en las webs.
Esas imágenes, que aún no poseen la voz de corresponsales locales, muestran edificios derruidos o a punto de desplomarse, calles desiertas llenas de cascotes y escombros, postes de la luz y farolas arrancadas de cuajo, miradores y balcones sobre las aceras, coches sepultados entre bloques de hormigón y ladrillos... el horroroso panorama que habitualmente sigue a un terremoto. Lo que no se ve por ahora pero se intuye, y es mucho más grave, son las víctimas. En Puerto Príncipe, la capital de un país mísero donde los haya, es de suponer que serán muchas las personas que han muerto o resultado heridas por una catástrofe semejante, que habrá reducido barrios enteros, de construcciones endebles y paupérrimas en muchos caso a simples montones de escombros ordenados por calles. La imagen del palacio presidencial es todo un poema, y ver como ese edificio blanco, con aspecto de pequeño pastel de bodas está derrumbado sobre sí mismo, como un pastel cuyo bizcocho se ha caído de flojera muestra como han podido quedar otras construcciones del país. Ahora vendrán esos movimientos de solidaridad internacional que llenan portadas y telediarios pero que realmente no se si sirven para algo y son sólo una mera gota de agua en medio del desierto. Haití es el país más pobre de América, con unos niveles de vida inimaginables para los occidentales como nosotros, que carece no sólo de las cosas materiales más básicas, sino también de seguridad. Durante décadas ha sido regido por dictaduras más o menos salvajes, al igual que su vecino de isla, la República Dominicana, pero si los dominicanos han logrado salir poco a poco de su pozo, y apoyados en el turismo tratan de elevar sus niveles de vida, que siguen siendo bajos, no lo olvidemos, en Haití el agujero de la historia le ha absorbido de una manera de la que parece que no es posible que escape. La última vez que Haití salió en las noticias en España fue hace ya algunos años cuando Guardias Civiles fueron enviados en misión de la ONU para estabilizar el país, que vivía otra ola de represión gubernamental y disturbios. En esa época murió en sus calles el corresponsal de Antena 3 Ricardo Ortega, desplazado al lugar para seguir los disturbios que se sucedían en Puerto Príncipe. Con u cadáver de vuelta Haití desapareció de los titulares y nuestras mentes, y hoy resurge con la imagen de muerte y destrucción que llena nuestras pantallas.
Al ver en la tele el pastel de merengue caído del palacio presidencial que antes comentaba me he acordado de los muchos años en los que la dinastía de los Duvalier, padre e hijo, pap Doc y Baby Doc los apodaban, dominaron ese país a lo largo del siglo pasado, y como fueron depuestos por un golpe de estado al que siguió otro,y otro.... Cuanto sufrimiento y dolor fue gestionado desde esas paredes, que ahora yacen en el suelo, agrietadas y ruinosas como gran parte de la ciudad en la que se encuentra el edificio. Todo un símbolo de lo que ha sufrido el país a lo largo de los años y del castigo adicional que le toca ahora penar. Muy triste.
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