Hoy es 23 de febrero, día lleno de recuerdos de lo que sucedió hace treinta años, una eternidad. Pues bien, cuando fue el golpe de estado de Tejero Gaddafi ya llevaba más de once años en el poder. Fíjense el tiempo que ha pasado desde entonces y súmenle todo eso. Casi parece obvio que, modelado su cuerpo a la forma de la poltrona, le sea imposible al dictador huir y dejar en libertad a au pueblo. No. Lo único que le importa es él, su familia y sus posesiones, y si para defenderlas debe matar y exterminar, lo hará sin piedad, como lo ha hecho en todos estos años.
Pronuncio en la tarde de ayer el dictador libio un discurso esperpéntico, cruel y alucinante. Durante más de una hora el sátrapa, envuelto en telas amplias y con un aspecto de estar colocado, se dedico a pegar gritos, amenazas e insultos a todos aquellos que osen levantarse contra su régimen. Acusó a los manifestantes de ratas, de actuar borrachos y drogados. A los pocos medios de comunicación árabes que pueden emitir desde el país (el resto no pueden ni entrar) de estar en manos de los perros occidentales y Bin Laden (curiosa combinación) y en un estado de exaltación digno de las arengas que Hitler pronunciaba en Nuremberg animó a sus partidarios para que hoy se lanzasen a las calles, identificados con un brazalete verde, para ejecutar a los que se rebelan y protestas. Una incitación a la guerra civil, el exterminio la masacre, lo que ustedes prefieran, de libro. Visto con un poco de perspectiva, este es el discurso de un paranoico que se ve acorralado, y que empieza a tener la partida perdida. Me recordaba al Ceaucescu rumano, cuando su régimen cayó, y arengaba contra las revueltas, que finalmente le ejecutaron. Algunas fuentes apuntan a que Bengasi, la segunda ciudad del país, y en general, la parte derecha del mismo, colindante con Egipto, ya están fuera del control de las milicias de Gaddafi, pero es muy difícil asegurar nada en medio del bloqueo informativo del régimen. Lo que parece evidente es que continúan los disparos en las calles de trípoli y que el número de muertos, que oscila entre varios cientos, o incluso más de mil, será elevado en todo caso. Anoche en muchos debate se discutía sobre al necesidad de intervenir militarmente, y algunos periodistas confiaban en que la comunidad internacional acabaría mandando fuerzas militares para acabar con esta matanza, pero como algunos otros, pocos, señalaban, Libia es uno de los lugares donde más se ha practicado el cinismo por parte de los occidentales, y en este caso preferentemente los europeos. La decisión de ayer de Bruselas de romper el acuerdo marco de comercio preferente que tenía firmado con Trípoli es probable que haya causado pánico en el entorno de Gaddafi. Durante años todos los mandatarios europeos se han pegado por visitar ese país, o porque este sinvergüenza se pasease con su patética corte por las capitales europeas (en Madrid estuvo por última vez en 2007, con tabla flamenco incluido). Ahora, poco a poco, Europa tuerce el gesto, parece que a disgusto, y pide contención en medio de la sangre que ahoga a Trípoli. Como bien señala hoy el editorial de El País, es una ignominia.
Es duro ver que durante años, sólo hemos visto en Gaddafi, y en otros tantos dictadores, dos palabras. Petróleo y seguridad. El resto nos importa muy poco, por no decir nada. Se nos llena la boca de discursos vacíos, pero lo que de verdad ansiamos es que no haya bombas en el metro y que el depósito del coche esté lleno. Lo demás, nos da igual. Si quieren una explicación breve, concisa, descarnada y lúcida de todo esto, vean esta breve entrevista a Manuel Marín que ayer se hizo en el 24 horas de TVE. No se puede decir más claro, ni explicarlo más brevemente.
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