En la alucinante sucesión de revueltas que estamos contemplando en el mundo árabe, hemos llegado casi sin resuello a la tercera parada, Libia, un país grande en extensión, pequeño en población (apenas seis millones de habitantes) y que produce más de un millón de barriles de petróleo al día, causa de que en este país se de uno de los más hipócritas comportamientos de occidente con respecto a la dictadura cruel que somete a sus habitantes desde hace ya la friolera de cuarenta años. Y es en Libia en donde las revueltas están siendo no perseguidas, sino literalmente bombardeadas.
Libia va indisolublemente unido al nombre de Gaddafi, un payaso de lo más siniestro y repulsivo que lleva gobernando ese país desde 1969, sí, cuando el hombre llegó a la Luna, y Franco seguía vivo y gobernando. Imagínense lo asentado que está en el poder que su nombre es reconocido por el diccionario del Word y, con esa doble d, no se registra como falta de ortografía. Abanderado de la causa árabe, adorado por ingenuos progresistas que veían en él una especie de vía islámica al socialismo, Gaddafi ha ido cambiando de postura e ideario en función de donde soplaban los vientos, con el único objetivo de permanece en el poder. En los ochenta Libia era el paradigma del terrorismo internacional, y sino recuerden en Regreso al Futuro I la nacionalidad de quienes querían fabricar una bomba con plutonio, y que aparecen para perseguir a Doc, que se ofreció para fabricársela y les robó el material nuclear. El régimen estuvo detrás de graves atentados. Quizás el más famosos y salvaje fuera el de la voladura del 747 de la Pan Am en Lockerbie, que causo más de doscientos muertos. Tras acciones similares los americanos se hartaron, y en una operación que fue muy sonada, Reagan ordenó bombardear la residencia de Gaddafi, quién se salvó por los pelos, pero que desde entonces se acobardó y refugió en la intimidad de su país. Poco a poco Libia y el oscuro personaje fueron saliendo del foco de la atención mundial, y no fue hasta hace pocos años en los que, con el surgimiento de Al Queda y el terrorismo islamista, Gaddafi vio la oportunidad de “reconciliarse” con occidente, vendiéndose como su más fiel y útil aliado para enfrentarse a Bin Laden. Tras la entrega de algunos terroristas y el reconocimiento de acciones pasadas, como la del avión de la Pan Am, Gaddafi, alucinante, entró en el grupo de los dirigentes respetables. Mandatarios occidentales, especialmente europeos, viajaban a Libia a menudo, firmando suculentos contratos de explotación de recursos petrolíferos, y el propio Gaddafi pasó de ser un apestado a ser recibido en las capitales europeas, a las que se desplazaba en su Jaima, acompañado de vírgenes y un séquito de lo más cutre y zafio. Tanto Aznar como ZP le han recibido con los brazos abiertos, y Berlusconni ha confraternizado mucho con él, quizás por lo del harén, que al italiano eso parece que le va mucho… en fin, ver para creer.
Pues ahora, ese sujeto, que no ha dejado de ser dictador en toda su larga vida, masacra a la población de Libia, que demanda eso tan sagrado y básico que es la libertad, mientras el mundo mira de reojo y no sabe que hacer, y una Europa ensimismada, indolente y cobarde emite balbuceantes comunicados en los que demanda al régimen que no ataque a los manifestantes, y en los que se trasluce su pena por la caída de un dictador útil, caída que por supuesto no pedirán en público hasta que se haya producido de manera efectiva. Qué pena que los americanos no “regresen al futuro” y vuelvan a bombardear a Gaddafi y sus secuaces, qué pena de la gente que en Trípoli se juega su vida por la libertad, mientras que desde aquí nadie les apoya……
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