Las manifestaciones, masivas, pero no de millones de personas, que ayer se registraron en El Cairo tenían como fin presionar la presidente Hosni Mubarak para que renunciase al poder. A lo largo del día la presión iba creciendo sobre el gobernante, y a eso de las 22:00 horas de España hizo una declaración en la televisión egipcia, parece que pactada, o al menos anteriormente comunicada a la Casa Blanca, en la que Mubarak se reafirmaba en no dejar el poder ahora, anunciaba que no se presentaría a las elecciones, previstas para otoño, y que la historia, y no una revuelta popular, le juzgaría.
Usando una expresión que se ha puesto de moda con las crisis de deuda europea, Egipto no es Túnez. Si la revuelta tunecina se vio con interés pero un cierto pasotismo por parte de muchas cancillerías occidentales, lo de Egipto se contempla con auténtico temor. Un país de ochenta millones de habitantes, fronterizo con Israel, con quien mantiene relaciones diplomáticas, que detenta el control del canal de Suez y que es el gran aliado de occidente en la zona no es cualquier cosa. No. Hay una mezcla contradictoria, porque es bueno que los regímenes dictatoriales del Magreb caigan, porque no han hecho otra cosa tras décadas de opresión que sumir a sus poblaciones en la pobreza e incultura. Sin embargo, la posibilidad de que Egipto se hunda en el marasmo, o aún pero, que los Hermanos Musulmanes, el grupo islámico más potente y organizado del país, acaben controlando el poder y llevan a Egipto a una abierta colaboración con el Gaza de Hamás o irán suscita todas las pesadillas posibles. ¿Qué hacer? Europa no tiene ni idea, como siempre, y parece que tampoco le importa. Estados Unidos, el principal valedor hasta ahora de Mubarak, ve como el apoyo a su socio se desvanece por momentos y poco apoco aumenta su presión sobre él para que se aparte y evite un descontrol de las protestas. Diríase que en Washington empieza a verse como inevitable la caída del régimen y el efecto contagio a otros países, y puede ser hora de aprovechar el movimiento. Sumémonos a él, o al menos no nos opongamos, parecen pensar los estrategas de Obama. Por primera vez en muchos años las revueltas de un país árabe no lucen banderas norteamericanas incendiadas, y esta puede ser una oportunidad para la Casa Blanca de aparecer no como el tradicional usurpador colonialista, sino como un garante, alguien que respalda el movimiento por la libertad del pueblo. Los norteamericanos verían con buenos ojos un relevo en el que otro militar, o incluso un melifluo y poco El Baradei, más conocido en occidente que en su propio país, llegasen al poder. Pero las crisis tienen un grado de imprevisibilidad muy elevado, y no es nada sencillo saber como van a discurrir los acontecimientos. El hecho de que Mubarak no se vaya puede hacer que la violencia, que afortunadamente sigue muy contenida, salte por alguna parte, y los enfrentamientos entre partidarios y detractores del régimen crezcan. Será entonces el ejército el que deba decidir qué hacer, de parte de quién ponerse y cómo actuar.
Lo que es innegable es que toda esta crisis en el norte de África ha pillado a todo el mundo por sorpresa. Y las condiciones de miseria, pobreza y hartazgo estaban allí desde hace mucho tiempo. ¿Por qué estas revueltas ahora, y no hace un año? ¿O dentro de algunos meses? Ni idea. En los escenarios de los analistas no figuraba para nada acontecimientos similares en este 2011, y mucho menos al principio. Una nueva muestra de que hay que estar atentos día a día a lo que pasa, y aún así las sorpresas a las que nos enfrentemos serán continuas. De momento veremos a ver como se desarrolla la jornada de hoy en El Cairo.
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