Ha sido este un fin de semana soleado y radiante, de frías noches pero agradables días, casi cálidos para estar aún a principios de Febrero. Cuando en Madrid reina el anticiclón se instala una calma absoluta, silenciosa, difícil de definir para un habituado al clima inestable y siempre cambiante, como es mi caso. No se mueve una hoja, no hay ningún ruido. Simplemente el aire está quieto, inmóvil, como el de una habitación cerrada, que se sabe que existir porque se respira, pero no porque se sienta. Y como el de esa habitación clausurada, que se degenera, así también el aire de Madrid se estropea a medida que pasan los días.
A lo largo de la pasada semana estoy seguro que todos los días superamos en esta ciudad los umbrales de contaminación atmosférica. La boina, nombre cariñoso que se le otorga a la perenne capa de mierda que se instala sobre nosotros, ha estado ahí desde que la luz del sol permitía distinguirla hasta que el sol se oculta. Crece a lo largo de la mañana a medida que millones, literalmente, de coches, acceden a la ciudad o se mueven dentro de Madrid o camino a otras poblaciones. Uno supone que, pese a que es difícil evitar este problema, existe una conciencia del mismo y al menos se mide, o se avisa a la población de que hay riesgo, pero no. Existen estaciones de seguimiento y medición de la calidad del aire, pero como de un tiempo a esta parte no dejan de ofrecer unas mediciones cada vez más elevadas (e ilegales) las autoridades, en este caso el Ayuntamiento, han optado por la vieja táctica de esconder la mugre debajo de la alfombra, literalmente. Así, han trasladado algunas de las estaciones sitas en las zonas más expuestas al tráfico urbano, donde residen y trabajan muchas personas a parte de los coches que las “visitan” a zonas más verdes y tranquilas, con el objeto de que las mediciones reflejen valores inferiores. Gregorio Marañón, Manuel Becerra y otros lugares similares han perdido sus estaciones, y supongo que Dehesa de la Villa, el retiro o Ciudad Universitaria deben tener una cada quince metros, en medio de verdes pinares. Cuando llegue el verano y superemos los cuarenta grados también se pueden hacer cosas similares para evitar “alarmar” a la población. ¿Qué hace calor? No hay problema, meto un rato el termómetro en el frigorífico y te cuento que realmente el ambiente es fresquito. Todo el mundo consideraría esto como una estafa, una trampa o algo peor, verdad??? Pues me parece asombroso que no exista esa misma percepción ante un problema más grave como es el de la contaminación. Sí, porque esa capa de humo que nos acoge mata mucha más gente que el frío o el calor, y sin embargo es evidente que a poca gente le preocupa, y a los que menos a las autoridades municipales, que quizás debieran ser los más interesados. Entramos en campaña electoral para los ayuntamientos y serán muchas las quejas de los partidos de la oposición a los que rigen las ciudades para que hagan algo ante este problema, pero como soy un descreído ni las miraré, porque hay ciudades en España gobernadas por cualquier signo político y en todas se “pasa” de este problema, aunque es cierto que en pocas de manera tan obscena y flagrante como en Madrid.
Se que es un problema muy complejo, y de difícil y lenta solución de mientras los coches de gasolina y gasoil sean nuestro modo universal de desplazamiento. Se puede mejorar el transporte público, que es muy bueno en Madrid, pero eso no basta. Hay que sustituir esa flota de autobuses urbanos que contaminan como viejos camiones por algo, lo que sea, pero que no eche semejante mierda, restringir el acceso de vehículos al casco urbano, tomar medidas serias, pero desde luego, y en primer lugar, informar verazmente. Dar los datos reales de contaminación, alertar cuando son elevados y afrontar el problema de frente. Si lo escondemos no servirá de nada, sólo se agravará.
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