Me gusta leer. Me apasiona leer. Amo leer. Todo eso es algo más que una declaración de principios, es una expresión de una de las cosas más gozosas, plenas y bellas que hago a lo largo del día, y de las pocas en las que empleo un tiempo que realmente considero ganado, dado que en general pocas cosas en mi vida hay que sean envidiables o, simplemente, reseñables. Desde pequeño vivo pegado a una hoja con letras, encuadernada o no, y soy un apóstol de la lectura, un profeta de las letras, un pregonero de los libros allá donde vaya. A veces con mucho éxito, las más como la voz que clama en el desierto que menciona Marcos…
Y en estos tiempos de absoluto dominio de lo audiovisual sentarse a leer un libro es casi un acto de transgresión, pura rebeldía. Apagar la tele, apretar ese botón que elimina la luz y el sonido de la pantalla, a veces incluso el derrochador piloto LED, y sentarse en compañía de un libro es visto por algunos incluso como un ejercicio de esnobismo, de orgullo vacío por parte de quién lo hace, cuando no es sino un mero ejercicio de libertad y, por encima de todo, placer. Sí, leer es placentero, cierto que algo onanista, porque es un vicio privado del que sólo se beneficia el que lo practica, pero el lector en general, por encima de conocer y aprender, busca el disfrute, el dejar que su imaginación vuele y cree mundos y personajes, liberando durante un tiempo a ese diablillo que todos tenemos tan bien amordazado para impedirles que nos revele cuán lejos están nuestras vidas de nuestros sueños, ese músculo que debe ser ejercitado, como bien decía el otro día la gran Laura Gallego García. Acudir a una biblioteca o un café con un libro es un acto de puro disfrute, deleite y, las más de las veces, gozo. Sin embargo resulta obvio que defender esta postura hoy en día es difícil. Leer consume tiempo y no nos sobra, y preferimos dedicar los escasos ratos libres de que disponemos a otros menesteres. La competencia de elementos de ocio ha crecido mucho, y hay bibliotecas que languidecen poco a poco a medida que los clientes fieles dejan de acudir a ellas y que las nuevas generaciones, que cuentan con voraces y maravillosos lectores, no logran cubrir el hueco dejado por sus mayores. Así, para muchos, leer no mola, no es cool, no es guay, es atrasado, antiguo, aburrido, de carcas. Es esta imagen la que ha usado Pepsi para un anuncio, en el que acudiendo a todos los tópicos posibles, muestra las bibliotecas como lugares aburridos, desfasados, como túneles en el tiempo que son reductos de seres antiguos, feos y decrépitos. Pese a lo que pueda parecer no me resulta indignante la propuesta del anuncio, porque ser publicista por defecto es ser provocador, porque en el fondo lo que se busca siempre es llamar la atención. No, lo que más me ha preocupado del anuncio es que refleja una idea que existe, que es real, y que está asentada en mucha gente, más joven que mayor, pero que distingue poco de edades y clases sociales. Podrá gustarnos el lema más o menos, pero España es un país que lee muy poco, donde se editan y venden muchos libros, pero los que se leen son menos, y donde enormes capas de la población no lee prácticamente nada, y lo ve como algo normal, y el conjunto del país lo ve como algo normal. En el fondo el anuncio es una denuncia de un problema que a veces tratamos de ocultar, y es que la cultura, y leer es cultura, no está muy bien vista por mucha gente, o en todo caso resulta indiferente para un gran porcentaje de la población. La voz lectora que clama en el desierto hispánico a la que me refería antes…..
¿Hay esperanza? Sí. Hay personas que trabajan en el sector del libro y la biblioteca, como es mi homenajeada LDN de hoy, que cada vez cobran menos y desarrollan su labor en medio de penurias crecientes, pero que lo suplen con una vocación y entrega a los libros que hace que quienes les conocen se unan a ese maravillosos mundo, y por otra parte, sigue habiendo miles de niños y jóvenes a los que el gusanillo de la lectura les pica, les llama y emociona. De ellos será el futuro de los libros y las letras, y la existencia de autores como la citada Laura Gallego, JKK Rowling y tantos otros garantiza nuevas olas de fieles lectores. Sí, las letras resisten.
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