En 1999 viajé a Nueva York por primera vez, en compañía del gran MLLP. Allí vi cosas maravillosas, con las que soñaba desde pequeñito, y he vuelto años después para recorrer esas fascinantes calles, un ejercicio que recomiendo que todo el mundo haga al menos una vez en su vida. De los muchos recuerdos que tengo de ese primer viaje uno es el de la visita a la bolsa de Wall Street, y un gran cartel que entonces presidía el salón de cotizaciones, en el que se leía “The World puts his eyes in us” algo así como “Todo el mundo nos mira”.
Y es que Wall Street era, y sigue siéndolo, el corazón económico del mundo, y ese lema reflejaba que la atención de todos sigue estando allí puesta. A veces esa atención también se fija en otros puntos e instantes, y es entonces cuando te das cuenta de la responsabilidad que contraes ante el mundo, que te observa y espera tus decisiones. Eso es lo que está pasando ahora mismo con la cumbre de jefes de estado y de gobierno de los 27 países que conformamos la Unión Europea. Desde hace días ha ido aumentando la presión hacia esta cumbre, que empezó ayer en Bruselas, y que debiera terminar hoy, y en la que se espera un acuerdo para estabilizar el euro y salvar así el propio proyecto de construcción europea, sometido a una tensión económica y financiera insoportable. De los acuerdos, o de la falta de los mismos, que se den en esta reunión saldrá el diseño de una nueva Europa. No se si mejor o peor, pero desde luego distinta a lo que hemos conocido durante los últimos años. Fue el pasado 2010 el primero en el que estuvo completamente en vigor el Tratado de Lisboa, la nueva arquitectura de poder que la UE se dio a sí misma para tener relevancia global en el mundo y actuar como un único actor en el cada vez más complejo escenario global. Ese Tratado, rescoldo útil del malogrado incendio constitucional, supuso años de negociaciones y procesos de ratificación en los diferentes países. Bien, tras cerca de dos años de vigencia la realidad lo ha destrizado. Lisboa no funciona. La UE, tal y como está diseñada ahora mismo, no funciona. Durante este 2011 hemos visto como los cargos generados por ese tratado (Presidente del Consejo y Ministra de asuntos Exteriores) han sido cada vez más irrelevantes, la Comisión, el poder ejecutivo de la UE, ha dio cayendo poco a poco en la irrelevancia, y el directorio de Francia y Alemania, más bien el mandato de Alemania y el seguidismo interesado de Francia, ha sido quién ha marcado el rumbo y el calendario de las decisiones, o de su ausencia, sin que ese predominio de ambos países esté sustentado en ningún tratado, legislación o norma acordada por la UE. La gravedad de la crisis económica, el crecimiento imparable de los déficits cruzados entre los países del euro y las tensiones insoportables en los mercados de deuda soberana han acabado por derrumbar el sueño europeo de unión entre iguales y enterrarlo en una unión dirigida por los países determinantes. La Europa ha dos velocidades, que ya existe desde el momento en el que unos pertenecemos al Euro y otros no, puede llegar a ser un club con muchas categorías, clases y niveles, y está por ver que la mayor parte de los países podamos decidir individualmente a cuál pertenecemos.
Eso sí, la alternativa a una Europa diferente, desconocida y dirigida de esta manera es, en apariencia, el caos. El objetivo básico de la cumbre de hoy es salvar el euro, y enviar un mensaje a todo el mundo, que nos mira con interés y algo de angustia por lo que pueda pasar con sus inversiones, que sabremos resolver nuestros problemas solos, que podemos. Y es lo que debemos hacer. De momento las informaciones que se conocen hablan de la oposición de Reino Unido y Hungría a la propuesta de Merkozy del pacto fiscal. Crucen los dedos y deseen el acuerdo, porque aunque no se lo crean, gran parte de nuestro futuro, de nuestros empleos y, en definitiva, bienestar, está en juego hoy en Bruselas.
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