Ahora que estamos en plena resaca de las cumbres europeas y que no sabemos muy bien hacia donde nos dirigimos, resulta que ayer se cumplió el vigésimo aniversario del acuerdo firmado en la hasta entonces desconocida para muchos ciudad de Maastricht. Este aniversario se me ha pasado por completo, y al verlo ayer de refilón por la tale pensé la extraña casualidad que supone que, tras veinte años del mayor éxito de la Unión, llamada así desde entonces, hoy Europa frente unas horas inciertas sobre su futuro y existencia. En este caso el bolero se ha equivocado y veinte años dan para mucho.
Maastricht supuso una revolución, transformó el concepto de Europa para llevarla a la plena integración monetaria, puso las bases para la creación del euro, aprobó el calendario de implantación de la moneda única y el diseño de las instituciones que debieran respaldarla, y estableció, entre otras muchas cosas, los llamados criterios de convergencia, las reglas que serían usadas años después, en 1998, para determinar qué países entrarían a formar parte del club del euro, que entonces por no existir ni siquiera poseía ese nombre. De las varios criterios de convergencia que se crearon dos de ellos se hicieron muy famosos, el de no superar el 3% de déficit público ni el 60% de la deuda sobre el PIB, que seguro les suenan porque ahora vuelve a estar de actualidad. En aquel momento prácticamente ninguno de los países de la llamada Comunidad Económica Europea cumplían estos requisitos, y los que deseaban entrar tuvieron que hacer enormes esfuerzos para alcanzarlos, y en el caso español se llegó a esos límites partiendo de unas cifras muy muy alejadas, sin que hubiera mucha esperanza de poder conseguirlo. Los diseñadores del euro ya eran conscientes en su momento de que la mera implantación de la moneda no era suficiente para darle estabilidad al área económica. Se necesitaba una coordinación de políticas fiscales que permitiese que esos criterios de convergencia no se saltasen una vez cumplidos, para evitar así tensiones entre naciones (les suena???) Por ello en 1997 se firmó el llamado Pacto de Estabilidad, del que seguro han oído bastante menos, pero que es tan importante como todo lo anterior. En él los países de la UE se comprometían a cumplir los criterios de convergencia por mandato legal, y se establecía un sistema de sanciones para aquellos que se saltasen estas reglas. Sobre el papel comunitario el texto estaba muy bien, y en un principio funcionó, pero al poco de empezar a rodar el euro por nuestras manos las tensiones volvieron. Todo el mundo recuerda que fueron precisamente Francia y Alemania los primeros incumplidores del acuerdo, pero lo cierto es que al final casi todos los países se lo saltaron, algunos más, otros menos, unos esporádicamente, otros de manera continuada, y así el pacto de estabilidad seguí en vigor pero no valía para nada. En estas llegó la crisis que ahora vivimos, la convergencia económica y monetaria se fue al garete, los déficits se dispararon y la UE entró en barrena. ¿Cómo salir de este agujero?
Con disciplina, es el mensaje que proviene de Alemania, país que lidera la UE sin discusión. Para ello el acuerdo de este pasado viernes en Bruselas obliga a los países firmantes a incluir reglas de oro sobre el déficit y la deuda en sus constituciones, en una manera de trasladar Maastricht a la base de la legislación de cada país, en vista de que escrita en un reglamento comunitario nadie la cumple. No es mala idea para garantizar el éxito del euro en tiempos estables y de bonanza, pero en épocas de crisis como las actuales escribir esas reglas sobre cualquier papel no generará crecimiento. Por ello, creo que el acuerdo del viernes llega, por lo menos, veinte años tarde.
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