Ayer estaba convocada una jornada de protesta en Madrid con
el objetivo, difundido a través de las redes sociales, de tomar el Congreso.
Aunque luego la movilización cambió su lema sustituyendo el “tomar” por el
“rodear” el despliegue policial instalado en la Carrera de San Jerónimo, la
calle madrileña donde se sitúan las Cortes, impidió acercarse a menos de varios
centenares de metros de la sede parlamentaria a los manifestantes, que se
concentraron en torno a la fuente de Neptuno. La
concentración acabó en tangana más o menos intensa, con 64 detenidos y 28
heridos.
Más allá de la concentración de ayer, lo que hay que
reiterar una y otra vez, hasta que a uno le echen de la sala por pesado, es que
el Congreso es la sede de la soberanía popular, es el órgano elegido por el
voto de todos nosotros, ciudadanos libres e iguales, que acudimos a las urnas a
nuestra voluntad y expresamos en ellas nuestra opinión, con idéntico peso sea
cual sea nuestra ascendencia, empleo o riqueza personal. La Constitución lo
define como inviolable, pero para un demócrata es un lugar sagrado, es un
templo que no debe ser mancillado ni violentado. Guste o no cada uno de los 350
diputados que allí se sientan cuentan con el respaldo de electores que han
confiado en ellos, y mal o bien, los representan. La crítica, necesaria y más
en estos tiempos, ante el mal funcionamiento del sistema político, la
cualificación de nuestros gobernantes y la operatividad de las instituciones no
debe caer en la demagogia asamblearia de pretender sustituir el Congreso por
otra cosa que no se sabe lo que es por parte de aquellos que se atribuyen la
representación del pueblo. Y es que en democracia nadie representa a nadie si
no ha sido elegido previamente, y esta máxima es algo que en España no es que
no hayamos interiorizado, es que no ah llegado a traspasar ni la capa más
externa de la piel. Nacionalistas, ecologistas, taxistas, estanqueros, todos se
lanzan a la calle enarbolando la representación del conjunto de la sociedad, y
demasiadas veces así se lo hacemos creer. ¿Hay motivos para protestar contra el
sistema político en España? Innumerables. ¿Hay que hacer reformas profundas?
Sí, obviamente. Pero esa labor es de una complejidad enorme, y lo siento mucho
por los bien intencionados, pero no va a poder surgir de una asamblea que se
cite a debatir bajo unos árboles o sobre una plaza. Hay que elaborar un
conjunto serio de propuestas de reforma, que contengan la manera práctica de
pone en marcha las listas electorales abiertas, que modifiquen el sistema de
selección de candidatos a cortes, que ahora se basa en poco más que en la
afinidad del nominado con la dirección del partido, que elimine poder a esos
mismos partidos que han usado mal los privilegios que se les concedieron al
inicio del régimen, estudiar la reforma de la ley electoral para ver las
ventajas e inconvenientes de un sistema mayoritario por circunscripciones
pequeñas, a sabiendas que no hay régimen electoral neutro ni perfecto, etc Y
todo esto hay que plantearlo en serio, a través de una plataforma pública de
intelectuales de prestigio, que elabore unas normas o guías de cómo llevar esto
a cabo, y que sea presentado a las cortes por parte de alguna agrupación
política, o que mediante firmas pueda ser elevada a rango de proyecto de Ley,
etc. La democracia tiene los instrumentos necesarios para poder ser reformada
desde su interior, porque esa palabra, procedimientos, también tiene un enorme
valor. Saltársela abre paso a la conculcación de la Ley y al derribo del
sistema que tanto nos ha costado construir, que tan buenos resultados nos ha
dado en estos treinta años y que debe ser puesto al día para que siga
funcionando. Pero siempre en democracia. Fuera de ahí no hay nada. Sólo
tinieblas.
Puede que la bronca de ayer sea la primera de varias, que a
lo largo de este otoño invierno llenen portadas y nos acerquen al escenario
griego, que es a dónde vamos, no tengo muchas dudas al respecto. Será una pena,
pero era raro que tras tanta crisis y angustia social no surgieran brotes
violentos de este estilo. Ha pasado en todos los países y aquí también ha
llegado. Una razón más para que los políticos se pongan las pilas de una vez,
se cree por fin un gobierno de unidad nacional, al menos con la presencia de PP
y PSOE y que tenga en su seno varios técnicos alejados de los partidos, y que
dirija la nave en medio de la tormenta que, créanme, va muy para largo.
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