Empieza el curso político de verdad en este Lunes 3, que es
de esos Lunes que, pese a lo que impone ahora la RAE, debe ir en L mayúscula
por su relevancia y significado. Para arrancar la temporada política ayer ABC
publicaba la primera entrevista en prensa concedida por Mariano Rajoy desde que
llegó a la Moncloa. El que este hecho se haya producido diez meses después
de su triunfo revela hasta que punto la gestión de la comunicación en el
gobierno Rajoy es nefasta, ridícula y, hasta cierto punto, incomprensible de lo
mala que resulta. Parece que algo quiere cambiarse en este aspecto, porque el
Lunes que viene será entrevistado en TVE.
En lo que hace al contenido de la misma, muy extensa, y en
la que participaron miembros de otros tres medios de comunicación europeos, el
principal mensaje que lanza Rajoy es el de asumir el incumplimiento de su
programa electoral aduciendo que la realidad se lo impide. Un punto a favor por
lo primero, admitir su giro de postura, y un punto en contra por lo segundo,
porque todo el mundo sabía que la realidad era la que era y excusarse ahora
mismo en ella es hasta cierto punto ridículo. El PP quería ganar las
elecciones, lógico, y gran parte de la campaña se la hizo un PSOE a la deriva.
Una vez en el poder, el PP se encontró con que lo que todo el mundo le decía
era verdad, y empezó a cometer los mismos errores en los que incurrió el PSOE,
que son básicamente dos. Pensar que la realidad no existe, y actuar en función
de los intereses del partido y no de la nación. Es con esas dos claves con las
que se puede entender el irresponsable comportamiento de ZP durante su
presidencia y el, por ahora, desnortado e incomprensible devenir de Rajoy en
sus diez primeros meses. Como ejemplo práctico, el Viernes se aprobó la tercera
reforma financiera de este gobierno, primera de las impuestas por Bruselas, en
vista de que las dos anteriores eran meros parches, por no usar calificativos
de las que se aprobaron en la época anterior. Y ese es el ritmo de actuación del
gobierno. Parcheo, prueba y error, tratar de aguantar unos meses a ver “si las
cosas mejoran” y de mientras a esperar y ver. En ese sentido fue triste, aunque
la entrevista no incidía en ello, el mensaje que Rajoy lanzó el Sábado en
Pontevedra de que en verano de 2013 estaremos mejor, volviendo al viejo
discurso de ZP de que en unos meses todo pasará, discurso no sólo vacío de
contenido, sino que es capaz de provocar irritación en una población angustiada
y que ha visto como todas esas promesas no eran sino cortinas de humo para
ocultar la realidad, la maldita pero consistente realidad. El hecho de que
ayer, a sólo diez meses de su victoria, Rajoy ya hiciera referencia a “ganar
las próximas elecciones” como fruto de sus medidas económicas demuestra hasta que
punto se ha convertido en un político profesional, como otros tantos, y no en
un gestor del interés común, que es para lo que se elige a los representantes.
Pensando en las próximas elecciones gallegas y vascas, Rajoy puede estar
tentado a cometer el mismo error en el que incurrió antes de las elecciones
andaluzas, retrasando decisiones en función de un cálculo electoral que,
además, se demostró erróneo. Con lo que no cuenta Rajoy es que su capacidad de
decisión disminuye día a día, a medida que el ratio deuda / PIB crece y la
prima de riesgo sube, y que cada vez más será en Bruselas donde se decida qué y
cuándo en lo que hace a la economía y la política española.
Ayer, en el suplemento negocios de El País, Luis
Garicano escribía un sensacional artículo, como todos los suyos, en los que
confrontaba el comportamiento cortoplacista, tactista y, hasta cierto punto,
infantil, de España, frente a la estrategia firme, ordenada y segura de
Alemania, y de los resultados que ambas ofrecen y de cómo son valoradas por
terceros países. Allí indicaba Garicano qué es lo que debe hacer el gobierno
español si quiere ayudar al país, aunque eso le suponga, sin duda alguna, perder
elecciones regionales, aumentar su desgaste y conducirle a la caída. Sería un
sacrificio político y personal en aras del venid el país. ¿Está Rajoy dispuesto
a ello? Aunque no lo crea, se le acaba el tiempo para decidirse.
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