Y fíjense que han pasado cosas el fin de semana para hablar
de ellas, como la tormenta del sábado, que por fin regó Madrid tras mes y medio
en el que sólo han caído rayos de sol, o el final de los juegos paralimpícos,
que todo el mundo alaba pero sólo a cuatro importan, o el estreno de Raquel
Martínez como presentadora de los telediarios del fin de semana, pero cuando
se publica un artículo de la profundidad, seriedad y alcance como el que César
Molinas firmaba ayer en El País el resto de asuntos pasan a un segundo
plano, y cualquier glosa que se haga del mismo, y esta ni les cuento,
palidecerá ante el original.
Molinas teoriza sobre la clase política española, dando
argumentos a los que consideramos que su actual diseño es uno de los problemas
que la crisis económica ha puesto de manifiesto con toda la crudeza posible. Y
sobre todo lo hace justificando el término de “clase” que se le otorga al
estamento, como grupo diferenciado, privilegiado, y cuyo fin principal es el de
sostenerse así mismo y mantener su cuota de poder. Parte del origen del sistema
de partidos creado en España en la transición, sistema que en aquel momento era
el más conveniente, dad la inexistencia de los mismos y el tratar de crear una
democracia tras el erial social y político que habían supuesto las décadas de
dictadura franquista. Se definió una estructura de partidos fuertes,
jerarquizados, controladores de todo, poseedores de los escaños y de los votos
de ellos emitidos, con listas electorales cerradas y bloqueadas, que dan el
menor peso posible al voto y el máximo a la organización electoral que asigna
candidatos en esas listas. Es un procedimiento muy rígido y nada transparente,
pero que en aquel tiempo sin embargo quizá fue necesario para dotar a los
partidos de esa estabilidad que carecían. Con el tiempo, a medida que las
estructuras se consolidaban, hubiera sido necesario ir desmontando esa rigidez
en los partidos y en las listas, haciéndolas abiertas y eliminando poder de las
cúpulas de las organizaciones, pero ha sucedido exactamente lo contrario, y
ahora partido político, que debiera ser sinónimo de democracia, es visto como
un concepto peyorativo, arcaico y pseudodictatorial. En paralelo a todo esto,
la organización territorial de España en diecisiete reinos de taifas ha
permitido la creación de organizaciones políticas territoriales tan posesivas y
ansiosas de poder como los aparatos centrales, convirtiendo su terruño en su
mundo y, tratando desde allí, en convertirse en fuerza hegemónica que convierta
sus prebendas en derechos adquiridos y su monopolio en algo natural. La deriva
de todo este proceso ha sido perversa y arrasadora, de tal manera que no hay
institución, organismo regulador ni ente de carácter más o menos público que, a
todos lo niveles de gobierno, no haya sido cooptado por parte de los partidos,
convirtiéndose en meros apéndices de sus estructuras de poder y en premio
objeto de reparto entre vencedores y de consolación entre perdedores. Entre
tanto la gestión del día a día, la correcta administración de las cuentas
públicas, la eficiencia en el gasto y la lógica del buen gobernante han sido
destrozadas con el ánimo de esquilmar recursos y mantenerse en el poder a toda
costa. Es lo que el ya
famoso libro de Acemoglu y Robinson “Por qué fracasan los países” (que
acabo de comprar) califica como clases extractivas, tal y como referencia el
propio Molinas. En todas las naciones existen comportamientos similares, sí, pero
en España la dimensión de la extracción (saqueo me salía en primera instancia)
ha alcanzado tal dimensión que amenaza con acabar con al estabilidad y
sostenibilidad de la nación. Mientras la burbuja creció, alentada por todos,
los recursos pudieron abastecer todo este sistema, pero el derrumbe
inmobiliario muestra a las claras la insostenibilidad del mismo.
De ahí Molinas extrae muchas conclusiones, explicándose el
porqué de que ningún político haya pedido perdón por lo sucedido, porque nadie
se disculpa cuando defiende sus propios intereses, o cómo la ciencia, la
investigación y al educación, palancas para el desarrollo económico, social y
(ojo) mental, son siempre despreciadas y marginadas en los presupuestos por
parte de aquellos que las ven como fuente de crecimiento de riqueza y, por
tanto, creadores de “rivales” a la hora de compartir el poder de la sociedad, y
muchas otras cosas. Un artículo largo, denso, que se lee en un instante y que,
como los buenos, te deja todo el día dando vueltas a su revulsivo y, esta vez
sí, revolucionario contenido.
Por cierto, esta noche, si no pasa nada raro, haré una
retransmisión comentada vía twitter de la entrevista de Rajoy, a ver que tal me
sale, y a ver si el hombre contesta a alguna pregunta
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