jueves, septiembre 13, 2012

La muerte del embajador


Lo que pasó la tarde noche del 11 de septiembre en Bengasi es tan grave, extraño e insólito como misterioso, y sólo al cabo de unos días estamos empezando a conocer lo que realmente sucedió. Amparadas en la ira suscitada por una supuesta filmación colgada en youtube que ofendía a Mahoma, una turba asaltó el mencionado consulado de EEUU en Bengasi y arrasó con la delegación, incendiándola y matando al personal que allí encontró. Entre los fallecidos está Christopher Stevens, el embajador, que tras una vida de peripecia, y muy vinculado a la revolución Libia, encontró su muerte en aquellas arenas.

Esta era la versión más sólida que se podía leer por la mañana en Europa de lo sucedido, reforzada con el simultáneo asalto que también sufrió la delegación diplomática norteamericana en El Cairo, en la que no hubo muertos pero sí cuantiosos destrozos materiales. Sin embargo, a medida que avanzaba el día de ayer y se iban conociendo más detalles sobre el asalto, parecía que la teoría de la turba espontánea iba perdiendo fuerza frente a lo que tenía cada vez más pinta de ser un asalto organizado y planificado, que había contado con el apoyo de la gente, espoleada por la difusión de las noticias sobre la supuesta filmación irreverente, pero que todo estaba muy bien diseñado para acabar con los representantes de EEUU en la ciudad. Objetivo cumplido, y más en un 11S. Si esto es así la gravedad del hecho aumenta aún más, porque estaríamos ante un ataque en toda regla por parte de no se sabe muy bien quién ante EEUU. Se interpreta como lo más probable que sean salafistas, grupúsculos de Al Queda o, en todo caso, radicales islamistas los que hayan cometido el ataque, lo que vuelve a poner en el foco de la actualidad el terrorismo islamista, que últimamente no deja de golpear, pero de manera casi exclusiva en Irak, Afganistán y otros países limítrofes que cada vez tienen menso eco en las noticias vistas y seguidas en occidente. El ataque también se produce en un momento delicado, a menos de dos meses de las elecciones norteamericanas, y más allá de que sea usado de manera torticera por algún candidato, tendrá su reflejo en los debates y columnas de opinión, abriendo otro frente complejo a un Obama que apostó muy en serio por la llamada primavera árabe y que recibe como Pedrea esta desagradable noticia. Rápida de reflejos, Washington ha enviado un contingente de tropas a Libia para investigar sobre el terreno que es lo que ha sucedido y, si son capaces, dar con los autores y castigarlos. No es elegante hacer estos juicios, pero de encontrarse a los culpables y ajusticiarlos, o detenerlos en un Guantánamo aún abierto, Obama se apuntaría un tanto ante el electorado más radical y complaciente con la política de mano dura, mientras que Romney sacaría ventaja si en unas semanas no se ha descubierto nada o, escenario aún más complejo, se produce algún nuevo asalto en otra ciudad, que una vez abierta la espita nada es descartable. El hecho en sí mismo demuestra lo compleja y extraña que se ha vuelto la gestión internacional. Antaño el ataque a una embajada era un “casus belli” de libro para iniciar un conflicto y, en la mayoría de los casos, la guerra. Tras lo sucedido en Bengasi, ¿Quién es el enemigo? ¿Dónde se esconde? ¿Cómo se le combate? ¿Qué se ataca? En una época mucho más sencilla Reagan atacó la residencia de un Gadafi que, en los ochenta, patrocinaba el terrorismo internacional. Hoy eso sería impensable no por el hecho del ataque, sino por la ausencia de figura objetivo. Todo se ha hecho mucho más difuso y nebuloso, y difícil.

Unas últimas palabras para la figura del embajador Stevens que, paradójicamente, fue uno de los más entusiastas defensores de la revuelta que acabó con el dictador Gadafi el año pasado en Libia. Hablaba el árabe, hecho menos frecuente de lo debido en la diplomacia norteamericana, y tenía amplio conocimiento sobre el terreno de las vicisitudes de todo el Magreb. Su muerte es un cruel asesinato y un acto de estupidez inmenso por parte de quienes lo han cometido, y una nueva muestra de que Libia es, de momento, un caos absoluto en el que nadie gobierna, candidato perfecto a un estado fallido que, dada su posición estratégica, puede ser muy peligroso en el futuro para EEUU y, sobre todo, Europa.

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