Les confieso que me da mucha pereza escribir sobre el
problema de Cataluña, o como quieran definirlo, porque dada la situación en la
que se encuentra el país el órdago secesionista de Mas y compañía no deja de
ser un nuevo y serio problema que se añade a todos los que ya tenemos, el
principal de ellos nuestra absoluta quiebra económica y moral, y en momentos en
los que sería más necesaria que nunca la unidad para salvar el barco que se nos
hunde empiezan a cundir por todas partes las voces de tonto el último y sálvese
quien pueda. Todo un espectáculo para los observadores extranjeros, algo
patético para cualquiera que lo mire desde aquí.
De hecho ayer Mas, un día después de convocar (otras)
elecciones anticipadas para el 25 de noviembre, fecha prenavideña donde las
haya, reiteró
su idea de una consulta soberanista sobre la relación de Cataluña con el resto
de España, adelantando en parte cual va a ser su programa electoral, con el
esperado resultado: Aplausos enfervorecidos por parte de los suyos, ola mediática
de los medios que reciben ingresos de la Generalitat y desconcierto general en
el resto de la bancada. Mi opinión es que todo esto no es sino un inmenso
montaje, un fraude de fondo que, bajo la forma de independentismo, trata de
cubrir la gestión de dos años de gobierno de CiU que han sido malos para
Cataluña, en los que la crisis ah golpeado con dureza al sector industrial que
rodea Barcelona, y el número de parados se ha disparado. Las medidas de recorte
del gobierno de Mas, pioneras en España, han sido muy duras, aunque en la línea
de lo desarrollado por el PP en el conjunto del país han ido a lo fácil, el
grueso del gasto social, y no han tocado lo que más les importa a los partidos,
que es su red clientelar y sus tentáculos de poder. En el caso catalán no se ha
reducido nada del inmenso aparejo paraestatal que Mas controla desde el Palau
de la Generalitat, a través de empresas públicas, contratas, subvenciones, y
entidades como la Corporación catalana de medios audiovisuales, que gestiona la
TV3 y todo el tinglado asociado, cuyo coste se estima en algunos miles de
millones de euros. Sin reducir estos gastos de poco sirve cerrar hospitales y
obligar a los niños a ir con tartera a clase, y sobre todo, no se hace ninguna
pedagogía del recorte 8al ciudadano sí pero al gobernante no) y de mientras los
ingresos de la Generalitat siguen bajando por el derrumbe de la actividad
económica y el pinchazo inmobiliario, muy intenso allí tanto en la costa como
en las ciudades. Consecuencia: la quiebra. La Generalitat apenas tiene liquidez
en caja para financiar las nóminas de cada mes y no puede hacer frente a
ninguna inversión digna de tal nombre, y se ve obligada a solicitar el rescate
al odiado estado estatal estatalista llamado España. Todo un golpe de humillación
para unos gestores que se presentaron como modélicos y que, como otros tantos,
no supieron calibrar la dimensión de lo que se les venía encima y se ven
abocados a sufrir el desencanto de la población en las urnas y la calle.
¿Solución? Doble y muy clásica. Por un lado busquemos un culpable fuera, al que
llamaremos España derrochadora, o expoliadora, que suena aún más mezquino, y
por otro apelemos al sentimiento patrio catalán como válvula de escape de la
ciudadanía y que el amor a la patria haga olvidar el vacío de la cuenta
bancaria. Así, Mas opta por envolverse en la senyera para eludir la situación
de quiebra, y desde que ha empezado esta táctica ya nadie habla de los
recortes, ni de los colegios, ni de los hospitales, ni del caso de las ITVs de
Oriol Pujol ni de los dependientes, a los que ya no hacen caso ni los medios
que antes los usaban como excusa para atacar al gobierno. Como cortina de
distracción y táctica electoral, un diez.
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