Una de las cosas más sorprendentes y difíciles de entender
de la física cuántica es que la realidad sólo toma forma en el momento en el
que el observador la escruta, ya que antes era un mero estado de probabilidad.
El ejemplo del gato de Schrödinger, que está a la vez vivo y muerto encerrado
en una caja hasta que el investigador levanta la tapa y descubre cual de los
dos estados es el correcto es uno de los ejemplos más conocidos, aunque a mi me
gusta otro aún más misterioso. Si en un bosque, en medio de la nada, sin que
nadie esté a kilómetros a la redonda, un árbol cae al suelo, ¿cómo saber que
realmente ese hecho se ha producido?
Estas reflexiones venían a mi mente el pasado fin de semana
cuando los telediarios comentaban, deprisa, algunos aspectos de la ceremonia de
clausura de los juegos paralímpicos celebrados hasta este Domingo en Londres,
en medio de una general indiferencia por parte de los medios de comunicación y
sin que se les haya dado la más mínima relevancia en la calle o en las
conversaciones diarias. Sin embargo, un par de meses antes, todos los ojos estaban
puestos en Londres, en el mismo escenario, cientos de millones de personas,
miles probablemente, vieron la final de los cien metros de Usain Bolt, o los
últimos partidos de baloncesto u otras pruebas similares. Londres era el centro
del mundo y allí se dirigían todos los ojos, pero esa frase se puede leer
exactamente a la inversa y adquiere otro significado, y es que el que todos los
ojos se dirigieran a Londres la convertía en el centro del mundo. Dicha así
resulta mucho más cierta, porque a lo largo de las dos semanas de paraolimpiada
los ojos del mundo no han mirado a Londres, y esta ciudad no ha sido el centro
de nada. En el mundo del deporte, y sin salir de España, la actualidad estaba
centrada en la rabieta de un consentido niño rico porque quería más dinero,
deseo humano comprensible pero obsceno dad su profesión y el estado de penuria
que atraviesa el país, y a ese comportamiento, triste en todos los sentidos, se
le han dedicado más páginas y comentarios que a todos los atletas que trataban
de esforzarse hasta el final sobre la pista de Stratford. Las mismas torres de
luces de forma triangular que coronaban el estadio, una de las imágenes que más
me gustó de los juegos alumbraron a las estrellas de Agosto y a las de
Septiembre, pero si a las primeras las deslumbraban los flashes de los medios
de comunicación de todo el mundo, a las segundas sólo les acompañaban los
disparos de las cámaras de los familiares y allegados. Pero no se llamen a
engaño, si denominamos deporte a esfuerzo, superación, ganas de vencer, de
darlo todo a cambio de un instante de satisfacción, eso es lo que sucedió en
los paralímpicos. Si llamamos deporte al espectáculo de masas, a la fábrica de
generar dinero y pasiones más perfecta que jamás se haya inventado, al negocio
en su estado más puto y primitivo, a la sustitución de la guerra por el
enfrentamiento incruento de países con un espíritu nacionalista desatado, eso
es lo que todo el mundo aplaudió a rabiar a lo largo de finales de Julio y
Agosto en Stratford. Como no me gusta el deporte ni lo aprecio, poco les puedo
decir sobre las gestas de Bolt, la NBA o Phelps, pero sobre lecciones de
sacrificio, superación y entrega tengo bastante claro cual de las dos
competiciones ha sido la más pura, verdadera y, sin lugar a dudas, bella.
En la ceremonia de clausura de los paralímpicos, sin las
miles de cámaras de las televisiones en directo, hubo un discurso que nadie ha
emitido, pero todos debiéramos grabar. En el, Stepehn Hawking, quizá el mayor
ejemplo vivo de condena física y libertar mental, reflexionó sobre su
enfermedad, que le mantiene confinado en su silla, encarcelado en su cuerpo,
pero que no puede evitar que su mente sea libre, brillante y prodigiosa. Desde
su púlpito moral, animó
a todos los presentes, afectados por enfermedades, dificultades y rechazos
sociales, a no rendirse, a seguir luchando día a día por superarse y triunfar
en la vida. En el fondo todos somos paralímpicos, poseedores de
imperfecciones más o menos profundas, a veces visibles, otras escondidas, y
Hawking habló por todos nosotros. Eso es grandeza, eso es olimpismo.
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