La figura del general Petraeus ya era conocida para los que
siguen la política internacional norteamericana, y creo que desde este blog les
he hablado alguna vez de él. Nombrado en su momento comandante en jefe de las
tropas en Afganistán, consiguió estabilizar aquel avispero usando tácticas de
inteligencia militar más que de fuerza bruta. El prestigio allí ganado, colofón
de una larga trayectoria de éxitos en el ejército, le llevó hace pocos años a
la dirección de la CIA, al mítica agencia de espionaje de EEUU. Por eso su
anuncio la semana pasada de dimisión por una infidelidad matrimonial a los dos
días de las elecciones se vio como algo exagerado.
Pero es que en estos pocos días que han pasado desde esa
dimisión el clásico triángulo amoroso que forman el hombre, Petraeus, su mujer
y su amante, en este caso biógrafa, se ha complicado de una manera
extraordinaria hasta alcanzar las dimensiones de un icosaedro. Explicar todo
este embrollo es más difícil que el asunto del precipicio fiscal que les
detallé ayer, pero basta saber que, establecido el trío entre el general y su
amante, con su silenciosa mujer de fondo, asuntos profesionales llevaron a
Petraeus a conocer al general Allen, otro alto cargo del ejército
norteamericano, actualmente jefe de la misión en Afganistán, y de rebote a su ligue
privado, Jill Kelley, que también está casada y que es muy conocida en los
ambientes militares de Florida por su labor pública de apoyo al ejército (y
vaya usted a saber si por algo más). Al parecer la señorita Kelley también cayó
prendada del general Petreus y, no satisfecha con dos hombres, empezó a
flirtear con él, o al menos a intentarlo. Como suele ser habitual, y con la
mujer original más allá del limbo, la primera amante del general, la biógrafa,
de nombre Paula Broadwell, no tardó en enterarse de que le había surgido una
rival potencial, Kelley, y empezó una despiadada lucha entre ambas, con
acusaciones mutuas de infidelidad, cuernos, intromisión en la vida privada y
abuso de poder. Vamos, la típica pelea femenina en el barro, siendo sustituido
el lodo original por el envío de correos y acusaciones bajo cuerda. Por si esto
fuera poco surge un nuevo personaje, llamado Natalie Khawam, que aunque por ese
nombre no lo parezca, es la hermana gemela de Kelley. Empantanada ella en un
litigio judicial por la custodia de su hijo, se supone que fruto del acabado
matrimonio con el señor Khawan, que pasaba por el medio sin enterarse de nada,
se entera a través de su hermana de que tiene acceso directo a la cúpula del
estado mayor y del espionaje del país más poderoso del mundo, y los utiliza,
para que intercedan a favor del su derecho de custodia, un asunto a primera, y
octava vista, de menor envergadura que la seguridad nacional del país. Y Allen
y Petraeus se enfangan en él, hablando al parecer con el juez y mediando en el
asunto. Entre tanto son ya miles los correos electrónicos que todos los
personajes de este vodevil se cruzan entre ellos, se intuye que muchos de
contenido erótico sexual, cargados de “love” “honey” “corny” y “fucking sex”
enviados y reenviados desde servidores comerciales y desde los equipos de alta
seguridad de la CIA y el Pentágono. Algunos de esos correos, sin embargo, no
son tan cariñosos, y es que la tensión entre al amante original de Petraeus y
su admirada Kelley va en aumento, y la biógrafa Broadwell empieza a enviar a
Kelley amenazas e insultos, advirtiéndole de que no se meta en la vida de su
hombre, y que se atenga a las consecuencias si mantiene su hostigamiento
amoroso. Llega un punto en el que Kelley se asusta y contacta, supongamos que
no en al cama, con su amigo Frederick
W. Humphries II, pomposo nombre bajo el que se encuentra un agente del FBI,
que empieza a investigar y descubre toda esta maraña de mierda, cuernos,
amoríos y pasiones.
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