lunes, noviembre 05, 2012

El Madrid Arena y la chapuza nacional


A medida que uno lee más sobre lo que sucedió el pasado Miércoles por la noche en el Madrid Arena, y, sobre todo, lo que llevaba pasando desde hace años en lo relativo a la gestión de ese recinto multiusos, la sensación que le entra es que esta desgracia es lo mínimo que podía haber sucedido en medio de la monumental incompetencia y desidia que rodea la gestión de esa instalación municipal. Todos los implicados en la misma, desde el Ayuntamiento a las distintas empresas privadas, están mostrando una incapacidad, desidia y mala fe que no sólo pone la piel de gallina, sino que explica perfectamente porqué pasó lo que pasó.

Voy a obviar el tema de la educación de los críos y la relación con sus padres, porque es bastante distinto y, pese a estar en la base del problema, nada puede aportar una vez que los adolescentes ya se encuentran en el recinto, donde su seguridad es responsabilidad de quienes han organizado y gestionado el acto. Resulta que para empezar el pabellón Madrid Arena parece que no tiene licencia de funcionamiento, lo que como mínimo es de guasa si uno piensa todos los papeleos e impuestos que tiene que pagar para que un Ayuntamiento como el de Madrid te conceda una licencia para cualquier cosa. A partir de ahí el rosario de incumplimientos es total: Ausencia de vigilancia por parte del Ayuntamiento, insuficiencia en medios y capacidad de las empresas privadas encargadas de la seguridad, permisividad con el botellón exterior y descontrol absoluto en las entradas, al parecer libre a partir de cierta hora de la madrugada, insuficiente dotación de medios sanitarios para una previsible emergencia que, cuando se dio, los desbordó por completo en dimensión y capacidad, etc. A todo ello se suman las sospechas de que el organizador del evento, un personaje famoso en el mundo de la noche madrileña, parece tener contactos con el Ayuntamiento, en concreto con la concejalía encargada de este tipo de actos, y a partir de ahí las sospechas de conchabeo, impunidad, favoritismo y demás cuestiones afines se disparan. Por si fuera poco, parece sencillo deducir que el sistema de venta de entradas de estos eventos no es sino una tapadera de fraude fiscal, visto que se declara oficialmente vendidas un número de entradas, que es por las que se tributa, que finalmente resulta ser mucho menor que las realmente expedidas, que son puro dinero negro, a repartir entre los organizadores y, por lo anteriormente comentado, no sería de extrañar que por algún cargo del propio Ayuntamiento. En fin, un desastre absoluto, y que ha salido a la luz porque la tragedia ha tenido lugar y varias chicas han muerto gracias a ella. Si, ojalá, no se hubieran producido esas desgraciadas muertes, nadie se hubiera enterado de nada y la chapuza, estafa y vergüenza del Madrid Arena hubiera sucedido igualmente, como en ocasiones anteriores, y en el puente de Todos los Santos, en vez de lamentar muertes y ver lloros, algunos, los de siempre en este caso, se hubieran frotado los dedos por un nuevo gran negocio, cometido al margen de la ley, que es la manera más cómoda y fácil de lucrarse en esta España de amiguetes, estafadores y delincuentes. Sin embargo, cinco días después de la tragedia sólo tenemos cadáveres, familias destrozadas y, como siempre, una vergonzosa falta de asunción de responsabilidades, una triste imagen de pasa la bola entre las autoridades responsables que, nuevamente, demuestran su más absoluta incompetencia.

Escribió ayer Jesús Cacho en voz pópuli un durísimo pero certero artículo en el que usa este desastre para retratar la imagen de una España arrasada por la corrupción, el amiguismo y la presencia de personajes mediocres y, a todas luces, incapaces de llevar a cabo la tarea encomendada por su absoluta falta de conocimiento y experiencia. El caso de Ana Botella es significativo, y muy visible, dada la relevancia de su puesto y la sensación que produce de vacío cada vez que da un discurso, pero no es el único. Este mal que anida en nuestra sociedad, fruto de nuestra propia desidia, no impuesto desde fuera, es el que en última instancia ha acabado con la vida de esas cuatro niñas y tiene a una quinta al borde de la muerte.

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