No se si se acuerdan, pero en las navidades de 2008 la
noticia central que llenaba los informativos no era el colesterol de los
turrones o la caída en las ventas del cava por una crisis que había estallado
en Estados Unidos pero que aquí no existía, no. En lo que para muchos fueron
las primeras navidades de la crisis la noticia fue la guerra de Gaza, que
enfrentó a Israel y Hamas y llenó los alrededores de Tierra Santa de cadáveres,
polvo y destrucción. Aquellos combates terminaron en unas tablas incómodas para
ambos contendientes, y desde entonces las escaramuzas no han cesado.
Y una muestra de que la vida es cíclica y de que no
aprendemos del pasado es que, a pocos días de empezar la quinta navidad de la
crisis, enfangados hasta las rodillas en nuestra propia quiebra, se avecina una
nueva guerra en Gaza, otra más. En esta ocasión la causa que ha disparado las
hostilidades de forma seria ha sido el asesinato selectivo por parte de Israel
de un dirigente militar de Hamas, abatido cuando iba en su coche por un misil
teledirigido por un drone. En el acto murió el dirigente, su chofer y no estoy
seguro de si su escolta. Se imaginan la secuencia; un coche carbonizado, gritos
de una multitud indignada adoctrinada por Hamas, insultos y amenazas, y
lanzamiento de cohetes contra Israel. Hasta ahí todo normal, bueno, normal dado
como se las gastan en aquella parte del mundo, pero esta vez los cohetes de
Hamas han ido muy lejos, más lejos que nunca. Por primera vez un cohete ha
llegado hasta Tel Aviv, la capital financiera de Israel, la ciudad costera,
moderna y pecaminosa que tanto odian los musulmanes como los judíos ortodoxos,
y fue abatido por el sistema antimisiles llamado cúpula de hierro. Ese mismo
sistema ha evitado que alguno de los proyectiles lanzados desde Gaza alcanzase
la propia Jerusalén, donde se volvieron a oír las sirenas de ataque aéreo por
primera vez desde la primera guerra del golfo, en 1990. Israel, asustado y
enrabietado, no ha tardado en contestar de una manera abrupta, y poco tiempo ha
transcurrido desde los lanzamientos al inicio de una operación
aérea a gran escala sobre Gaza que, en estos momentos, ha causado la vida a
cerca de setenta palestinos, la mayor parte de ellos civiles. Afirman las
fuentes israelíes de que tratan de minimizar las víctimas civiles mediante el
uso de cohetes que atacan objetivos selectivos muy bien fijados, pero en una
zona urbana tan densamente poblada como Gaza es imposible que una bomba no
pille a algunos civiles perdidos, cosa que por otra parte es de lo más normal
del mundo mientras se desarrolla eso que llamamos guerra. La situación, por
tano, es tensa y peligrosa. Hamas anuncia nuevas represalias y lanzamientos
contra territorio israelí mientras que el gobierno de Netanyahu, a pocos meses
de unas elecciones anticipadas, amaga con lanzar una intervención terrestre que
suponga la invasión de Gaza, imposible saber hasta que punto se trataría de una
ocupación total o de una incursión de castigo. En todo caso una acción así
dispararía las víctimas en el lado palestino, y las elevaría sin duda en el
israelí, y supondría un paso muy peligroso en un conflicto que no hace más que
enquistarse a medida que pasan los años y que el fundamentalismo islamista de
Hamas cala en la pobre y mísera población que subsiste en la franja de Gaza. A
esa situación de miseria se une el hecho de que Irán, el principal socio y
suministrador de avituallamiento a Hamas, sufre las dificultades derivadas de
las sanciones impuestas por la comunidad internacional por su programa nuclear,
y por ello desde hace unos meses el suministro a la franja es muy irregular y,
en todo caso, insuficiente.
Además, en esta ocasión hay un nuevo actor en la zona que
aún no se sabe muy bien como se va a comportar, que es Egipto. Fronterizo con
Gaza a través del paso de Rafah, Egipto, capitaneado por un presidente de los
Hermanos Musulmanes, aún no se ha posicionado claramente en el conflicto, pero
jugará un papel decisivo, tanto si decide impulsar un proceso de negociación
para alcanzar un alto el fuego como si opta por un apoyo, más o menos
disimulado, a sus hermanos de Gaza. Habrá que ver como se suceden los
acontecimientos, pero es casi seguro de que, si la guerra no sigue (ojalá) la
paz que se alcance sea frágil y caduca.
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