De mientras la línea de metro que me traía al trabajo estaba
parada entre dos estaciones y acumulaba retraso pensaba sobre qué escribirles
hoy. El cuerpo me pedía hacer referencia al
rumor que se extiende por internet sobre un apasionante descubrimiento que
Curiosity ha realizado en Marte, rumor alentado por las declaraciones uno
de los científicos que encabezan el proyecto, que puede tener relación con al
existencia de elementos orgánicos bajo la superficie del planeta, según muchos
expertos, pero a medida que pasaban los minutos y el tren no se movía las
vísceras me iban devorando y, pese al libro que leía, decidían no hablar de
Marte y si de otro planeta, el televisivo, en el que no hay mucha vida pero si
restos putrefactos.
Y todo tiene relación con Telecinco, esa horrenda cadena que
se llama de televisión pero que bien pudiera ser de inodoro de los antiguos,
que colgaban bamboleándose del techo. Esa empresa tiene en su haber, por usar
la fórmula contable, la creación de lo que se llama telebasura, y no ahora,
sino desde el momento de su fundación, a finales de los ochenta. Profesional
hasta la médula, los programas que en su momento parecieron repugnantes al
conjunto de la sociedad, y que eran devorados por ella en un ejercicio de
hipocresía colectiva digno de estudio, eran sustituidos al poco tiempo por
nuevos engendros nauseabundos que dejaban a sus predecesores a la altura de
espacios culturales. Y el proceso ha seguido con el paso de los años,
retorciéndose cada vez más y elevando cada día el nivel de porquería e infamia
al que se puede acceder desde el salón de casa. Hoy en día mucha de la
programación (eufemismo) de esa cadena se basa en la continua exposición
pública de delincuentes convictos y confesos, que hacen alarde de sus
adicciones y chutes, y que no dejan de gritar hasta la nausea e insultar a
todos los que en el estudio se encuentran en ese momento y, sobre todo, a la
dignidad de quienes desde su casa, muchos millones, lo ven. Es inaudito, pero
esa porquería funciona, es una máquina de generar dinero (necesario para pagar
costes, sustancias y abogados) y no deja de ser aplaudido por una audiencia
pseudolobotoimizada que se traga todo lo que le echen. Pero hubo un día en el
que un valiente se levantó y dijo “basta”. Un ciudadano anónimo, que supongo
sintió tanta vergüenza como muchos españoles cuando en un programa de esa
cadena se entrevisto a un presunto asesino de niñas dándole toda la notoriedad,
prestigio y relevancia posible. El asesino elevado a protagonista, el súmun del
programador, la orgía de la audiencia, el chollo para el contable. Pero hubo un
valiente que se atrevió a alzar su voz, denunció esa vergüenza, y pidió desde
su modesto sitio en la red que los anunciantes, los que sostienen económicamente
ese ente corrupto, dejaran de salir en al cadena y, por tanto, le hirieran en
el único sitio en el que siente algo una empresa como esa, en la cuenta
corriente. Como si de un milagro se tratara, la campaña de ese héroe, que es
como hay que llamarlo, tuvo éxito, y logró que muchas empresas comerciales de
todo tipo, por vergüenza, por sumarse al carro o por auténticas convicciones,
retiraran su publicidad del programa que había ensalzado al asesino. Y el
programa cayó, y la cadena tuvo que hincar su rodilla, y por una vez en la vida
la televisión se plegó a la verdad, y un rayo de esperanza salió de la
pantalla. Ese héroe tiene un nombre, se llama Pablo Herreros, y posee un blog, http://comunicacionsellamaeljuego.com
y a él le quiero dedicar este artículo de hoy. Tanto por lo que hizo como por
apoyarle porque la
cadena, en una de sus típicas maniobras, le ha denunciado, y le exige 3,7
millones de euros en concepto de indemnización por daños y perjuicios por
la campaña que él movilizó para parar aquella nausea, cuando debiéramos ser los
españoles quienes denunciáramos a Telecinco por los inmensos daños morales que
nos ha causado.
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