Cada vez que hablo con alguien, en el contexto que sea, y
sale el tema de Urdangarín, cosa muy común hace unos meses y relativamente
menos ahora, siempre me quedo sólo en mi postura. Mis interlocutores, con un
grado de saña dispar pero siempre acerado, cargan contra él, el Rey y toda la
institución monárquica, y dan por sentado que se irá de rositas de todo este
entuerto porque todo está conchabado, comprado, y demás sinónimos. Y yo, desde
mi teórico grupo parlamentario, defiendo que Urdangarín se ha caído con todo el
equipo, de acuerdo con el resto, y que finalmente acabará en la cárcel. Y
entonces todos me acusan de ingenuo.
Y puede que así sea, pero sospecho que, pasito a pasito,
Urdangarín está avanzando todos los pasos que le encaminan hacia una temporada
en la sombra. La
petición de la fiscalía de ocho millones de euros de fianza civil para él y su
socio Diego Torres, unos cuatro para cada uno que antes de ayer se daba por
hecha y ayer por la tarde se hizo oficial, es otro de esos pasos, en este caso
de la dimensión de un salto, que demuestran que el papelón judicial que le
espera al yerno (es así, no?? siempre me lío con los parentescos) del Rey es
enorme y de muy difícil resolución. Respetando la presunción de inocencia, creo
que nadie en España da un euro por la salvación judicial de Iñaki, y eso se
debe a dos factores importantes. Uno es que, al parecer, ha sido tan chapucero
y ha estado tan convencido de su supuesta inmunidad que no se ha preocupado en
lo más mínimo de ocultar pruebas o crear pantallas legales para impedir que sus
actividades pudieran ser perseguidas. Firmas, documentos escritos de todo tipo…
por todas partes la firma de un miembro de la familia del Rey atestigua
contratos y compromisos de muy dudosa legalidad y su nombre aparece asociado a
cuentas bancarias y demás anotaciones financieras, que en otros casos
delictivos de este tipo suelen estar a nombre de testaferros, hombres de paja
o, en general, pantallas que permiten diluir la culpa y el rastro de las
actividades. Sea por ingenuidad o chulería, lo ha puesto muy fácil a los
investigadores y a la prensa, y eso hace imposible su salvación. La otra causa,
aún más importante a m entender, aunque mucho más etérea, es la crisis económica
y la imagen de la monarquía. En unos tiempos de debacle como los que vivimos,
en los que las estrecheces de la mayoría del país cada vez son mayores y la
sensación de ausencia de futuro se instala en la sociedad, pillar a un rico
robando es de lo más satisfactorio. Se convierte automáticamente en el chivo
expiatorio del problema, en el culpable genérico de lo que nos está pasando, “gente
que roba como Urdangarín es la culpable de la crisis” se oye, y junto a los políticos,
es el perfecto saco de los golpes para descargar la ira y el resentimiento que
crecen sin fin entre nosotros. Además se da en este caso su asociación con la
figura del Rey, el Jefe del Estado, pieza clave del ordenamiento jurídico
español y, se le supone, figura al margen de la batalla política, obligada a
ser un ejemplo de seriedad, honradez y decencia, como una especia de guía de
conducta ejemplar. Si el Rey ha cometido abundantes deslices en este papel,
sobre todo en los últimos y elefantiásicos meses, ha sido Urdangarín el que ha
iniciado el derrumbe serio de la figura de Juan Carlos I, dado que lo de
Marichalar siempre se entendió como un asunto privado, extraño pero sin
conexiones económicas. Es curioso que un chico de familia procedente en parte
de Elorrio, como yo, sea el causante de la mayor crisis de la monarquía
española desde su restauración en 1978, pero así son las cosas. Los cortafuegos
que se han instalado en torno a su figura, y el abandono claro que el Rey y demás
familia le han “regalado” es síntoma de que ellos son de los primeros
interesados en que Urdangarín acabe siendo condenado y quemado en la plaza pública
como símbolo de expiación de la monarquía.
Y es que la soledad de Urdangarín cada ve es más absoluta. Arrastrado
por los medios día sí y día también, Telefónica, la empresa que le contrató, le
forzó hace ya algunos meses a que renunciara a su puesto y trabajo, para no
contaminar la imagen de marca con los juzgados de Palma de Mallorca. Quizás el único
apoyo que le queda es el de Cristina, la Infanta, su mujer, que no tengo claro
hasta que punto juega un papel de esposa engañada que no sabía nada o de cómplice
necesario en todo lo sucedido. La caída de Iñaki la arrastra a ella, y es
probable que ya nunca vuelva a jugar un papel relevante en la sociedad
española, como Borbón o de cualquier otra manera. Y es que, en cierto modo,
ella es la primera víctima de su marido.
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