Uno de los problemas que tiene el tomarse la festividad de
Todos los Santos a chufla, celebrándola al estilo “jalogüin”, que es como se ha
impuesto la moda, es que si sucede algo y hay muertos de verdad la gracia es
nula de una manera tan radical como, hasta cierto punto, ridícula. Hacer
chistes sobre asesinatos, zombies y muertos vivientes tiene su punto de
mientras los muertos no sean reales. Y eso es lo que pasó ayer en
Madrid a cuenta de la avalancha que se produjo en el Madrid Arena durante una
macrofiesta que acabó con el sangriento balance que ustedes ya conocen, de
tres muertos y dos heridos muy graves.
Y eso que a primera hora de la mañana ano se tenía noticia
alguna. Sólo a eso de las 8:20, en una desconexión de la radio del programa que
estaba oyendo dijeron como última hora que algo había sucedido en una fiesta
celebrada en Madrid esa noche y que, aparecer, había fallecidos. A lo largo de
la mañana la precisión fue aumentando y ante nosotros se desplegó el típico
cóctel de factores de riesgo que no siempre, pero a veces sí, desencadenan una
tragedia. Miles de personas en un recinto, mucho alcohol y otras drogas,
desenfreno, ganas de pasarlo bien y sin preocuparse de otra cosa y
organizaciones de eventos que tienden a estar muy cerca de su límite. Lo
habitual es que actos de estos se celebren muy a menudo y no nos enteremos de
su existencia porque nada sucede en ellos, pero ayer no fue así. No está claro
como, pero todo parece indicar que algún desgraciado, por no usar otro término,
encendió o arrojó una bengala y eso fue al chispa que desató un movimiento de
masas que se tradujo en un embotellamiento en una zona estrecha con escaleras y
degeneró en aplastamiento. Hay
multitud de vídeos e imágenes en la web, en las que hay que ser bastante
experto para distinguir lo que se está viendo e interpretarlo, pero parece
claro que, visto los visto, algo falló, y se organizó un desastre. Ahora
empezará la búsqueda de culpables y, como en muchos casos, se señalará lo obvio
y se olvidará lo fundamental. La empresa organizadora puede que haya cometido
errores, y quienes se encargaban del acceso al recinto deberán explicar muy
bien como realizaron esos controles tan exhaustivos que han permitieron
introducir allí absolutamente de todo, desde bengalas hasta objetos cortantes y
cualquier otra cosa. Las asistencias del recinto deberán declarar si las
medidas de emergencia fueron las correctas y al policía relatar cómo se
desarrollaron los hechos y las decisiones que tomaron en función de los mismos,
como por ejemplo el que el concierto siguiera tras el desastre para no evitar
un pánico y avalanchas mayores, decisión polémica pero, desde mi punto de vista
acertada. Pero viendo las edades de las fallecidas y algunos detalles creo que
estos hechos revelan que algo muy grave falla en nuestro mundo. ¿Qué diablos
hacen unos menores de quince años en una fiesta como esa? ¿Cómo les dejaron
entrar y, sobre todo, cómo sus padres les dejaron ir allí? ¿Cómo es que muchos
de los padres, afectados o no por el desastre, no sabían si sus hijos, mayores
de edad por muy poco, estaban en esa fiesta o no? ¿Qué medidas de control puede
adoptar un ente público sobre la seguridad de unas personas si lo más inmediato
y efectivo, sus familias, no hacen nada por ello? ¿Cuántos padres se enteraron
ayer que sus hijos no estaban donde creían sino en la maldita fiesta? Seguro
que eso no lo investiga nadie, y ahí se encuentra la semilla de este y de otros
muchos problemas, cuya profundidad no somos capaces ni de imaginar.
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