miércoles, noviembre 14, 2012

Segunda huelga general en un año


Hoy se vive en España el segundo día de huelga general en España, después de la que se organizó en Marzo en el día de mi cumpleaños. En este caso coincide con una convocatoria unitaria de varios sindicatos europeos que se traduce en que Grecia, Italia, España y Portugal, los queridos PIGS, están de huelga en contra de, en el fondo, la política de austeridad que se desarrolla en Europa. Creo que es la primera vez que se organiza un huelga de estas dimensiones en varios países de Europa de manera conjunta, así que, tirando de titular barato, hoy el sur se manifiesta contra el norte.

Como derecho a la pataleta y muestra de enfado ante la situación que vivimos, la huelga tiene sentido, pero como herramienta de cara a salir del pozo no sirve para nada, seamos sinceros. Si el éxito de una huelga general se mide por la capacidad que tiene de alterar las políticas del gobierno las últimas celebradas en España han sido un fracaso, dado que ni ZP ni Rajoy se han movido un ápice de sus posiciones después de que tuviera lugar el paro. Si medimos el éxito por la afluencia a las manifestaciones o por lo secundada que es la huelga general cada vez es menso general, y no porque no haya gente descontenta ni enfadada, que la hay y mucho, sino porque el propio instrumento de la huelga ha quedado desfasado por completo. Útil en épocas pasadas, en la que los sectores industriales tenían un gran peso en el sistema productivo, la huelga en un mundo terciarizado es algo que se escapa de entre las manos. Nuevamente tendremos imágenes de mercados centrales, grandes fábricas y intercambiadores de transporte público que cierran sus puertas, y una bajada de actividad en el consumo eléctrico y en los desplazamientos, pero muchos de los que harán huelga se conectarán a Internet para ver que pasa, o usarán sin descansos sus móviles para seguir el día a día, convocar manifestaciones o para cualquier otro fin, igual que el resto de la población, y esos servicios no cesan en su prestación, incluso se ven reforzados en días como los de hoy. Quizás algunos piquetes, otro instrumento coactivo del siglo pasado, mejor dicho, de hace dos, logren que cierre uno o dos centros de El Corte Inglés y sean portada en los informativos, pero El Corte, Zara y otras marcas comerciales hoy venderán más por Internet que ayer, y así pueden darse miles de ejemplos de hasta que punto la diversificación y complejidad de las actividades de una sociedad moderna como la actual se escapan de lo que el mundo sindical (y empresarial) entienden como “sectores productivos” en los que la huelga puede incidir más o menos. Serán en los servicios públicos, afectados muchos por recortes y disminución de sueldos, donde más incidencia tenga de motu propio este paro, piensen en colegios y hospitales, que se movilizan día sí y día también, pero en la mayor parte del sector privado el efecto será escaso, más allá de los inconvenientes que se produzcan a la hora de llegar al trabajo en el caso de que servicios de transporte como metro o autobuses sufran restricciones. En definitiva, que el ejercicio de huelga de hoy no será muy significativo ni útil de cara a sus convocantes, que se juegan en ello mucho más de lo que se imaginan. Sí servirá como temporal válvula de escape de la indignación social y aliviadero de la presión, pero por poco tiempo.

Unas pocas palabras destinadas a los sindicatos, convocantes, y patronales, opuestos a la misma. Esta jornada de hoy no es si no una muestra, otra más, del fracaso de ambos colectivos a la hora de afrontar esta grave crisis. Convertidos en instituciones oficiales, y preocupados mucho más por su propia supervivencia y por el mantenimiento de los ingresos que, de origen público, les permiten vivir holgadamente, muestran en un día como el de hoy su incapacidad de entender lo que está pasando, su insensibilidad ante el drama que vive la sociedad y su escasa perspectiva de futuro. Pero para darse cuenta de eso no hacía falta convocar una huelga, basta con verles día a día.

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