Hoy se
vive en España el segundo día de huelga general en España, después de la
que se organizó en Marzo en el día de mi cumpleaños. En este caso coincide con
una convocatoria unitaria de varios sindicatos europeos que se traduce en que
Grecia, Italia, España y Portugal, los queridos PIGS, están de huelga en contra
de, en el fondo, la política de austeridad que se desarrolla en Europa. Creo
que es la primera vez que se organiza un huelga de estas dimensiones en varios
países de Europa de manera conjunta, así que, tirando de titular barato, hoy el
sur se manifiesta contra el norte.
Como derecho a la pataleta y muestra de enfado ante la
situación que vivimos, la huelga tiene sentido, pero como herramienta de cara a
salir del pozo no sirve para nada, seamos sinceros. Si el éxito de una huelga
general se mide por la capacidad que tiene de alterar las políticas del
gobierno las últimas celebradas en España han sido un fracaso, dado que ni ZP
ni Rajoy se han movido un ápice de sus posiciones después de que tuviera lugar
el paro. Si medimos el éxito por la afluencia a las manifestaciones o por lo
secundada que es la huelga general cada vez es menso general, y no porque no
haya gente descontenta ni enfadada, que la hay y mucho, sino porque el propio
instrumento de la huelga ha quedado desfasado por completo. Útil en épocas
pasadas, en la que los sectores industriales tenían un gran peso en el sistema
productivo, la huelga en un mundo terciarizado es algo que se escapa de entre
las manos. Nuevamente tendremos imágenes de mercados centrales, grandes
fábricas y intercambiadores de transporte público que cierran sus puertas, y
una bajada de actividad en el consumo eléctrico y en los desplazamientos, pero
muchos de los que harán huelga se conectarán a Internet para ver que pasa, o
usarán sin descansos sus móviles para seguir el día a día, convocar
manifestaciones o para cualquier otro fin, igual que el resto de la población,
y esos servicios no cesan en su prestación, incluso se ven reforzados en días
como los de hoy. Quizás algunos piquetes, otro instrumento coactivo del siglo pasado,
mejor dicho, de hace dos, logren que cierre uno o dos centros de El Corte
Inglés y sean portada en los informativos, pero El Corte, Zara y otras marcas
comerciales hoy venderán más por Internet que ayer, y así pueden darse miles de
ejemplos de hasta que punto la diversificación y complejidad de las actividades
de una sociedad moderna como la actual se escapan de lo que el mundo sindical
(y empresarial) entienden como “sectores productivos” en los que la huelga
puede incidir más o menos. Serán en los servicios públicos, afectados muchos
por recortes y disminución de sueldos, donde más incidencia tenga de motu
propio este paro, piensen en colegios y hospitales, que se movilizan día sí y
día también, pero en la mayor parte del sector privado el efecto será escaso,
más allá de los inconvenientes que se produzcan a la hora de llegar al trabajo
en el caso de que servicios de transporte como metro o autobuses sufran
restricciones. En definitiva, que el ejercicio de huelga de hoy no será muy
significativo ni útil de cara a sus convocantes, que se juegan en ello mucho
más de lo que se imaginan. Sí servirá como temporal válvula de escape de la
indignación social y aliviadero de la presión, pero por poco tiempo.
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