Terminaba mi artículo del viernes
dando por sentada, como lo hacían otros muchos, la victoria de Merkel en las
elecciones del domingo, pero pocos hubiéramos sido capaces de imaginar que esa
victoria se lograría de una manera tan aplastante. Con
el 41,6% de los votos, la CDU, el partido de Merkel, se ha quedado a un par de
escaños de la mayoría absoluta, ha subido un montón de puntos respecto a
los anteriores comicios y, en su tercera elección, ha sacado el mejor de los
resultados de su historia, convirtiendo así la ligerísima subida en porcentaje
de voto del SPD en una conquista inútil, y llevándose casi todos los votos de
unos liberales que han desaparecido del parlamento. Merkel no ha ganado, ha
arrasado.
Y no nos engañemos, esta victoria
no es la de su partido, su ideología o sus siglas. No. Muy por encima de todo
esto, es la victoria personal de Ángela Merkel, una mujer que ha sabido llegar
al poder, mantenerse en él y usar sus resortes para conseguir sus objetivos, a
veces pareciendo que no era así, otras dejando bien claro quién es la que
manda. La prensa de ayer estaba llena de perfiles y análisis de la personalidad
de Merkel, como
por ejemplo este, pero tras leerlos lo único que me quedaba claro es que
Merkel es un personaje muy desconcertante para el analista político, dado que
incumple muchas de las reglas que debieran ser seguidas de manera estricta para
llegar y conservar el poder. Se la ha llamado la canciller de hierro, en
homenaje y recuerdo (y velada crítica) a Margarte Tatcher, pero la personalidad
de ambas es diametralmente opuestas, coincidiendo sólo en dos aspectos,
importantes eso sí. Ser mujer y mandar por encima de todos los demás. Ángela
tiene una imagen sobria, repetitiva, conocida en todo el mundo, estandarizada
en forma de chaquetas de colores y gestos con las manos que son inconfundibles,
y que ayer mantenía en la celebración de su triunfo. Es metódica, obsesiva con
los problemas, exigente con sus equipos de trabajo, y muy profesional, como se
le supone a un alemán, pero a la vez descuida completamente todo lo relacionado
con la mercadotecnia política. Sus pilladas haciendo la compra u otro tipo de
labores no relacionadas con la política, como
la escena que tuvo lugar este pasado fin de semana en un supermercado berlinés
y presenció el corresponsal de El País, parecen demostrar que no vive
desvelada por el poder, que mantiene los pies en la tierra, que será ambiciosa,
porque si no no hubiera llegado hasta ese cargo, pero que no ha olvidado de
donde viene y que parece tener muy claro a donde va a acabar volviendo, rasgo
este que le distingue radicalmente de los políticos españoles, que poseen un
aura de autosuficiencia, engreimiento y ostentación inversamente proporcional
al poder del que disponen, que siempre será infinitamente menor que el de Ángela
(afortunadamente, por cierto). Es una mujer que puede ser rígida en algunos
aspectos pero en otros se muestra flexible, indecisa en apariencia, alejada de
todo dogma o credo, y eso la hace parecer a veces voluble, desnortada, pero
sospecho que en todo momento sabe bien a donde va. Esta sensación que puede
transmitir desnorta a los comentaristas y rivales, tanto los de fuera como
dentro de su partido, que en general le han subestimado durante los primeros
años de carrera política, tratándola como una advenediza o pipiola, fácil de
controlar. Imperdonable error, ya que si algo ha demostrado Merkel es que no ha
dudado en sembrar de cadáveres su camino hacia el poder, dejando en la cuneta
los restos de aquellos que le estorbaban, inquietaban o, simplemente, se pasaron
de listos con ella. Es un enorme animal político, pero con un perfil
desmadejado, difícil de interpretar y analizar desde fuera y, puede que también,
desde dentro de Alemania.
Lo que está claro es que el ciudadano medio alemán
ha visto en Merkel el reflejo de sí mismo, la imagen que le reconcilia con el
tradicional espíritu de trabajo y austeridad germánica, todo ello envuelto en
un ropaje sobrio, discreto, sin estridencias, pero también sin altanerías, sin
falsedades ni oropeles pomposos que le hagan suponer que Merkel es, como otros
tantos políticos, un producto de laboratorio, algo artificial. Y se han lanzado
en tromba a votarla, convencidos de que ella encarna su prosperidad y futuro. Y
si hay algo que no sea Merkel es artificial. Hecha a sí misma, curtida durante
años al otro lado del muro, Ángela ha dejado nuevamente sin palabras a los
analistas, consultores y encuestadores, que no vieron el tsunami que se venía
encima, en forma de votos que, con sus manos, ha recogido a millones.
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