El viernes tuvo lugar un episodio
acelerado, confuso y chusco, que deja muy a las claras como funcionan (de mal)
muchos de los aspectos de la sociedad que hemos creado los españoles. Al falta
de controles, la querencia por ascender y llevarse consigo a los allegados, los
juicios rápidos y precipitados, la crueldad y saña de los medios y del
respetable ante la herida sangrante, objeto de la más despiadada mordida, el
ruido incesante y, en medio del marasmo, un ejemplo de ética profesional,
aislado, como un libre de pecado en la Sodoma bíblica, en este caso una, pero
que es la excepción a un cuadro de situación que se destiñe con sólo mirarlo en
detalle.
Ese viernes se supo que, dentro
de la concesión de cargos en la nueva Comisión Nacional para los Mercados y la
Competencia, CNMC, macroorganismo regulador surgido de la fusión de varios
anteriormente existentes, se
iba a nombrar a Beatriz de Guindos como Directora General, uno de los cargos
ejecutivos más importantes en el nuevo organigrama. Beatriz es funcionaria
del estado, sacó una oposición en un cuerpo denominados Técnicos Comerciales y
economistas, conocido en el argot como “los tecos” y lleva un montón de años
trabajando en asuntos de competencia, desde que esa área estaba física y orgánicamente
enclavada en el Ministerio de Economía, hasta la actualidad, en la ya extinta
Comisión Nacional de la Competencia. No la conozco, aunque si me cruzaba con
ella por los pasillos del Ministerio cuando yo llegué aquí y ella aquí estaba,
pero compañeros y jefes míos, todos ellos buenas personas y competentes
profesionales, me han asegurado que ella es ambas cosas, y que estaba
plenamente capacitada para ese puesto. El problema surge en su apellido,
Guindos, que no es muy común, pero resulta ser el del Ministro de Economía, que
es familiar suyo, concretamente tío. Esta ascendencia directa por parte de un
alto cargo del gobierno, responsable de un área que, además, tiene frecuentes
choques y asuntos relativos a la competencia, era la excusa perfecta para que a
media mañana del viernes las acusaciones de nepotismo, enchufe, amiguismo y
demás corrieran como la pólvora por los medios e internet. La idea adicional de
que el cargo que Beatriz dejaba vacante lo supliera la hija del Ministro de
Agricultura, Micaela Arias, daba toda la imagen de estar ante un pasteleo
impresentable, en el que el gobierno creaba un supervisor único y poderoso,
pero que era una mera carcasa, dado que en los puestos relevantes de gestión
colocaba a enchufadas al servicio de la causa del poder establecido. Todo olía
mal, muy mal. El escándalo iba creciendo y en la rueda de prensa del Consejo de
Ministros Luis de Guindos afirmó que él se había enterado por los medios del
nombramiento, lo cual de repetido se ha convertido en una muletilla de los
políticos cuando les pillan en renuncios o en decisiones insostenibles. Y esta
era una de ellas. La bronca siguió toda la tarde y, en
un gesto sorprendente, en la noche del Viernes al Sábado Beatriz de Guindos
presentó la dimisión irrevocable de un cargo para el que lleva toda la vida
trabajando y preparándose, pero del que sólo ha sido titular un día escaso.
Su renuncia acalló las críticas, y desinfló un suflé que amenazaba con volverse
complicado de controlar por parte de un gobierno que, en este asunto, ha
mostrado una impericia absoluta y una total falta de lógica a la hora de
realizar nombramientos, partiendo
desde el momento que un regulador independiente debe posee un equipo directivo
nombrado de forma independiente, como señalan Garicano y Fernández-Villaverde.
El culpable de todo esto inmenso error es el que
nombró a Beatriz para el cargo. Me da pena decirlo, pero siendo la sobrina del
Ministro no debió ser nombrada porque iba a ser imposible que la sensación de
amaño no calase en la sociedad. Pero la gran víctima de todo este asunto es
Beatriz. Su carrera profesional, impecable, ha quedado destrozada por este
episodio, que la marcará, de manera injusta pero inevitable, durante mucho
tiempo. Su imagen, profesional y privada hasta el viernes, queda ahora
enturbiada por artículos de opinión de gusto dudoso en los que no se habla de
su trabajo y empeño, sino del hecho de “ser familia de”. Con su renuncia
Beatriz ha dado una lección a todos, y ha sido la más, quizá única, honesta de
todo esta historia. Políticos, periodistas, financieros, banqueros, magistrados..
todos ellos han quedado retratados por el compromiso ético de Beatriz, que ha
marcado un listón al que muchos de ellos no lograrán llegar.
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