Dicen hoy los medios que ayer
tuvo lugar en un campo de fútbol muy cercano a mi oficina, que puedo divisar
desde la misma, la presentación de un nuevo jugador que ha costado decena,
puede que cientos de millones de euros, y que decenas de miles de personas
abarrotaban las gradas sólo para oír como ese millonario saludaba y dedicaba
unas sonrisas a la directiva que de una manera tan generosa le va a pagar en
los próximos años, haga mucho o poco. Sinceramente nunca entenderé esa
pleitesía de la masa empobrecida ante un millonario que alardea de su poder y
dinero, obtenido de algo tan improductivo e inútil como pegar patadas a un
balón.
Como no me gusta el fútbol estos
espectáculos me dan la ocasión de criticar ese obsceno negocio que algunos
llaman deporte pero que, si alguna vez lo fue, hace tiempo que se convirtió en
otra cosa muy distinta. Los que siguen con pasión el mundo del balón, creyentes
de lo que una vez Vázquez Montalbán denomino, con acierto, una religión en
busca de un Dios, me rebaten mi postura con muchos argumentos, y uno de ellos,
muy cierto, es que esto de la pasión balompédica se da en muchos otros países.
En Italia, Francia, Alemania.. incontables naciones siguen como locas los
devenires de sus equipos de toda clase y condición, y muestran un fanatismo
idéntico al de los merengues, culés o los de la selección nacional, rebautizada
como “la roja”. Sí, es verdad, nosotros no somos los únicos locos, lo que no
nos exime de locura, pero contemplar ciertos acontecimientos de estos días me
hace pensar que en el resto de países TAMBIÉN hay otras cosas que son
importantes, además del fútbol, mientras que en España parece que SÓLO el
fútbol lo es. Y voy a poner dos ejemplos de regiones españolas, las que más
defienden su independencia, pero que demuestran día a día que cumplen con todos
los tópicos hispánicos. La semana pasada hubo un partido en Barcelona entre
semana, de la final de no se que tontería, que empezaba a las 11 de la noche,
una hora infame para que lo vean los críos en casa y criminal para ir y volver
al campo. Para solucionarlo, el Barcelona acordó con el Ayuntamiento ampliar el
horario del metro y correr con los cargos extra de funcionamiento de la
instalación más allá de la hora habitual. Grandioso. La solución es muy buena,
de acuerdo, pero ¿se imaginan qué otro acontecimiento, social, cultural o de
cualquier otro tipo hubiera conseguido modificar el horario del metro de una
ciudad?. A simple vista no se me ocurre ninguno. Pero el fútbol todo lo puede,
y contra él nada es posible. Otro ejemplo, aún más sangrante. Hace un par de
Domingos volví a la termibús de Bilbao a coger el autobús rumbo a Madrid, en
una de las estaciones de autobuses más cutres del mundo, que por no tener no
tiene ni paredes. La cuestión es que muy cerca se está edificando el nuevo San
Mamés, ejemplo sumario de bilbainada consistente en trasladar el estadio
antiguo un par de cientos de metros respecto a su emplazamiento original. Bien,
esas obras avanzan a todo trapo, día y noche, sin descanso, a turnos de ocho
horas, como las plantas de coches y fábricas de alta capacidad, y van a cumplir
sus plazos a rajatabla, sin un solo día de retraso. De mientras, a lo largo de
Vizcaya, varias son las obras públicas paradas, o que se encuentran al ralentí,
por falta de presupuesto. Variantes de pueblos, carreteras locales
deterioradas, o proyectos que siguen sólo en el papel, como el muy necesario túnel
de Campázar entre Elorrio y Mondragón, por ejemplo, mientras que parece que
para el San Mamés Barria no falta un euro, proveniente del dinero privado y,
como no, de todas las instituciones públicas habidas y por haber, y que el
riego de millones que allí se destina sólo es comparable al del agua que se
destinará a que se asiente el césped, recién plantado. Curioso y lamentable,
pero cierto.
Esto sólo ya sería sangrante, pero
es que además la construcción de lo que un titular de periódico llamó, de
manera pomposa y absurda “la casa de nuestros padres” se desarrolla en fines de
semana y festivos en una comunidad en la que está completamente prohibido
trabajar en esas fechas. Abrir una tienda o un centro comercial un Domingo en
el País Vasco es pecado, sancionado con multa, oprobio público y pintada o
escaparate roto, pero currar a destajo en festivo en San Mamés Barria es honroso,
digno, y sacrificado, por los colores del equipo. Así, lo que años de reivindicación
de comercios y demás establecimientos jamás ha conseguido por parte de las
autoridades y sindicalistas vascos lo ha logrado... el fútbol!!, como no, que todo
lo puede y a todo sentido común vence.
No hay comentarios:
Publicar un comentario