Resulta cuando menos paradójica
la evolución de los acontecimientos de la crisis siria. Sin haber lanzado aún
un solo misil por parte de las fuerzas occidentales, las bajas son numerosas y
de gran calibre en nuestro bando, mientras que Assad sigue riéndose a
carcajadas. David Cameron sigue en la unidad de achicharrados tras perder una
votación en el parlamento británico en la que solicitaba permiso para acompañar
a EEUU, y para algunos, el primer fallecido en esta escaramuza ha sido la
relación “especial” que mantiene el Reino Unido y los EEUU. Veremos a ver si es
cierto, dado que hay mucho enterrador prematuro de relaciones, expresidentes y
gente mayor en general, pero es cierto que, como mínimo, esa relación está ingresada
con serios politraumatismos.
Y Obama, el presidente de los
EEUU, se encuentra cada vez más chamuscado por la sucesión de los hechos, que
en principio debiera controlar, y que parecen haberle sobrepasado. Tras la
comparecencia del Jerry del viernes, dando detalles sobre la información de que
disponía Washington, haciendo hincapié en el número de fallecidos y cuántos de
ellos eran niños, es decir, mostrando un “casus beli” de libro todos dimos por
sentado que el ataque norteamericano, breve, externo y conciso, sería en horas,
a lo sumo en un par de días. Sin embargo el Sábado Obama compareció para
afirmar que, pese a que podía lanzar el ataque sin requerirlo, iba a someterlo
a votación en la Cámara de Representantes y el Senado, para otorgarle legitimidad
nacional. Y a partir de ahí todo se va a la porra. Las cámaras están de
vacaciones y reanudan su trabajo regular el Lunes 9 de Septiembre, hoy es
festivo nacional en EEUU, el día del trabajo, y se supone que no se podrá
adelantar votación alguna antes de ese día 9 tanto por la ausencia de
congresistas como, sobre todo, por
la incertidumbre que existe sobre cuál será el sentido de su voto, dado que
las encuestas revelan que no existe unanimidad, más bien animadversión, entre
la población norteamericana al respecto del ataque a Siria. Tremendo. Así, lo
que en principio se suponía iba a ser una reacción rápida, quirúrgica y de
demostración de fuerza por parte de la comunidad internacional ante la satrapía
imparable de un Assad acorralado se ha convertido en un tema de negociación
interna de la política de Estados Unidos, para el que se tomarán decisiones en
función de los intereses particulares de los congresistas, los más que posibles
apoyos financieros o de recortes impositivos que reclamen para sus estados y
demás zarandajas locales de valor muy importante para los votantes del estado
en el que fueron elegidos los representantes, sí, pero que poco o nada tienen
que ver con este asunto. Además, hay dos derivadas muy peligrosas para Obama,
su administración y su prestigio en este asunto. Una, relacionada con lo
anterior, es qué pedirán a cambio algunos congresistas para otorgar su voto a favor.
¿Parálisis en los programas sanitarios o en otras políticas de Washington?
¿Decisión a la hora del relevo en instituciones como la FED? Obama se arriesga
a destrozar parte de su segunda y última legislatura con este asunto, al verse
obligado a asumir intercambios (léase coacciones, chantajes) que destrocen su
agenda. Y eso en el caso de que la votación salga adelante, porque el escenario
de pesadilla para Obama es que el resultado sea como en el parlamento británico,
con un NO que resuene en todo el mundo. ¿Qué pasa si sale que no? ¿Se verá
obligado Obama a retractarse y dar marcha atrás en su compromiso de intervenir?
¿Sería sostenible una posición tan débil como la que mostraría un presidente que
no es capaz de llevar a cabo una actuación como comandante en jefe de su ejército?
Esto, que visto desde aquí no parece ser muy importante, es de enorme
significatividad para los estadounidenses. El ridículo de Obama en caso de un
resultado negativo sería, muy probablemente, el fin de la operación en Siria,
pero más aún, sería el fin de su presidencia de facto, tocado por unas cámaras
que no le respetan y habiendo perdido legitimidad a espuertas. Un desastre en
toda regla para él, fruto en gran parte de su ingenuidad.
Y es que es muy ingenuo llevar una medida de
este tipo a votación cuando ni es necesario hacerlo ni se disponen de los votos
que garanticen la aprobación. Obama debía actuar en este asunto como lo hizo
con la caza y captura de Bin Laden. En secreto, con sus asesores, tomando las
medidas oportunas en base a la información disponible y, después, contar los
resultados de sus actos. No se si es el miedo escénico a actuar o la ingenuidad
de pensar que estando en su situación se iba a librar de gestionar muertes y
sangre, pero su error es, potencialmente, catastrófico, en primer lugar para él
mismo. Debió hacer caso a esa sentencia que Obi Wan-Kenobi en La Guerra de las
Galaxias a un joven e inexperto Luke: “Hazlo o no lo hagas, pero no lo
intentes.”
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