Tiros, disparos, explosiones,
carreras locas en busca de la seguridad perdida, nervios, ojos desorbitados por
la presencia del terror, angustia, llanto, pánico… y todo ello con un escenario
de fondo bastante vulgar, las interminables estanterías de un centro comercial
de lujo. Anaqueles de productos idénticos, organizados y diseñados para una
venta rápida, cómoda y satisfactoria, que de repente se convertían en barreras
de protección, en lugares donde esconderse de un horror que, aparecido de la
nada, se había hecho dueño y señor de todo.
Cuatro
días después del inicio de semejante pesadilla, el ejército de Kenia asegura
que ha tomado el control del lujoso centro comercial de Nairobi en el que un
grupo de terroristas islamistas se hicieron fuertes el fin de semana y,
tras asesinar a sangre fría a decenas de clientes que pasaban por allí, se
atrincheraron en el interior del complejo con un número indeterminado de
rehenes. Sin embargo, parece ser que aún se escuchan disparos provenientes del
emporio comercial, y el humo y fuego siguen presentes en diversas zonas del
edificio. Por lo tanto, la situación sobre el terreno no está nada clara, y
parece que aún pasarán varios días para que se pueda dar por terminado este
horrible episodio terrorista, sepamos la identidad concreta y nacionalidades de
origen de los asaltantes y detengamos el siniestro cómputo de víctimas, que
parece situarse con total seguridad por encima de las sesenta, pero a partir de
ahí se adentra en la niebla de los rumores. Lo único seguro es que el grupo
autor de la matanza es la organización islamista denominada Al Shabab, que en
árabe quiere decir La juventud, un grupo islamista radical que opera en la
guerra de Somalia, y que afirma haber atacado Kenia como represalia por el
apoyo del ejército keniata a las tropas que luchan en Mogadiscio y demás zonas
del país somalí en contra de las milicias islamistas que quieren instaurar allí
un califato rigorista de corte wahabí. Esto ha hecho volver la atención tanto a
la oscura y cruel guerra que, de manera intermitente, no cesa en el cuerno de África
como al terrorismo islamista internacional, que de vez en cuando sigue
mostrando sus garras y ofreciéndonos salvajes ejemplos de hasta qué punto puede
llegar la crueldad humana y el fanatismo religioso. Hace no demasiados años que
Al Shabab emitió un comunicado en el que mostraba su adhesión a la red de Al
Queda, convirtiéndose en la franquicia local en Somalia, uniéndose de esta
manera a la constelación de subgrupos que operan, de manera autónoma e
irregular, desde el Magreb hasta oriente Medio, en nombre de la organización fundada
en su momento por Bin Laden, organización muy debilitada, pero que persiste, y
que ha mutado claramente en una estructura multiforme, degenerada y difícil de
analizar, en la que múltiples grupúsculos de nombres complejos, localizaciones exóticas
y razonamientos iluminados conforman una constelación de “ejércitos” que
orbitan en torno a una Al Queda convertida más en una idea o referencia mental
que en una auténtica organización estructurada. Así, los servicios de
inteligencia occidentales hoy estudian directamente a esos grupúsculos, algunos
de ellos muy activos, como AQMI, o Al Queda en el Magreb islámico, responsable
de ataques frecuentes en esa zona, como el sufrido por la planta regasificadora
argelina a principios de año, y que acabaron por provocar la intervención
francesa en Malí para recuperar Tombuctú, hechos que seguramente recuerdan, o
la rama de la península arábiga, que mantiene una guerra sin cuartel en Yemen
para hacerse con el control del país. Son estos grupos la actual vanguardia del
terrorismo internacional, y durante estos días Al Shabab se ha convertido en su
estandarte.
Seríamos muy ingenuos si, analizando los
atentados islamistas producidos en los últimos años, nos relajáramos al
comprobar que casi todos ellos han tenido lugar en las zonas de implantación de
estas franquicias, y apenas se han producido ataques en occidente, o desde
luego nada comparable en intensidad y balance de fallecidos. Haríamos mal, muy
mal en relajarnos. Ahora mismo Siria es un hervidero de islamistas, una llamada
internacional a la Yihad, y un campo de entrenamiento perfecto para todos
aquellos que quieren luchar y que, el día en el que la guerra termine, volverán
a sus países de origen y, como sucedió tras Chechenia, habrán aprendido a ser
soldados letales y actuarán “en casa”. No olvidemos esto nunca, no existe la
guardia baja frente al permanente peligro del terrorismo islamista.
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