Cuando uno viaja al extranjero es
inevitable hacer comparaciones con lo que conoce de su país de origen y, en
general, éste sale siempre perdiendo, porque el hacer turismo implica conocer
la parte más agradable y placentera de un sitio, mientras que en nuestro lugar
de residencia conocemos la parte buena y la mala, y la valoración conjunta
siempre será más equilibrada y, lógicamente, baja. Por ello, estas
comparaciones, pese a ser inevitables, son sesgadas y pueden inducir a errores
de apreciación. Pese a ello voy a destacar dos diferencias sustanciales que
encuentro en la forma de vida europea respecto a la nuestra que, creo, debiéramos
imitar.
Una es el mayor grado de educación
y civismo que se respira en el resto del continente. Sí, hay de todo, personas
educadísimas junto a impresentables de todo tipo, pero en general uno percibe
un grado de educación mayor, unas formas más suaves y una tendencia a la
parsimonia y al silencio que aquí, directamente, no existe. El uso de la bicicleta,
por ejemplo, es una muestra de todo eso. Es increíble la cantidad de gente que va
a trabajar en bici en Berlín y, en general, usa la bici como un medio de transporte
más, a veces el principal. Pero lo más curioso es cómo el usuario del coche permite
la integración de la bici en la calle y no la ve como un obstáculo, sino como
un usuario más del carril. No he visto en ningún momento pitar a un ciclista
para que se apartase o porque fuera obstaculizando un carril. Iba por su
carril, y eso era lo importante. Contemplar desde lo más alto de un autobús de
dos pisos como se sigue la estela de una frágil bicicleta durante algunas
manzanas hasta que cambia en un cruce y ni se le atosiga ni presiona es un
espectáculo impactante, sospecho que imposible de ver en España. Se me dirá que
es más fácil usar la bici en una ciudad plana como Berlín, frente a la orografía
de las ciudades españolas, llenas de cuestas y pendientes, y es cierto, pero el
clima del norte es un enorme obstáculo que no parece ser impedimento para su
uso y el civismo en el tráfico es la condición imprescindible para que los
pedales puedan equipararse a los cilindros. El otro aspecto a imitar, más de
fondo e importante, es la sensación de que en el resto de Europa el sentido del
ridículo es mucho menor por parte de los ciudadanos, y la burla a la que
someten a los diferentes es menor que la que aquí se practica. Uno pasea por
Berlín, Londres u otras capitales y ve escenas que en España serían propias de
circos ambulantes. La misma imagen de una señora mayor, ataviada con un
vestido, pedaleando por una acera berlinesa parecía sacada de un cómic, pero no
es así, es algo natural, y si eso en España genera burlas constantes allí no
llama la atención. De hecho parece como si la gente no fuera buscando
imperfecciones, cosas distintivas o absurdas en los demás para reírse, porque
cada uno de los demás es libre de hacer lo que desee. El excesivo respeto a la
tradición, a las formas, a hacer las cosas como Dios manda… todo eso ha
generado a mi entender que en España se haya conformado una sociedad encorsetada,
donde salirse del redil está muy mal visto, donde no se hacen miles de cosas
por el “qué dirán” aquellos que nos vean. En definitiva, una mentalidad muy de
pueblo, lo que vulgarmente se ha llamado provinciana, pero que también se da en
urbes como Madrid, de una manera más atenuada, cierto, pero existe. Quizás no
tanto en las calles, pero sí en los entornos privados de cada uno, donde
ciertos comportamientos son tachados de extravagantes a las primeras de cambio
y mirados con cara de rechazo o, como mínimo, incomprensión. Esa diferencia es
fundamental y, creo, un enorme hándicap para nosotros.
De hecho me parece que es una de
las principales causas por las que el conocimiento de idiomas sigue siendo muy
bajo, porque nos da vergüenza hablar y que se rían de nosotros (lo de Ana
Botella y el café con leche da mucho que pensar) o que no nos lancemos a
emprender un negocio por nuestra cuenta y sigamos sometidos a la dictadura del
trabajo por cuenta ajena porque piensen que si nos arriesgamos vamos a
fracasar, y el fracaso en España no se perdona jamás… en fin, desde mi
experiencia personal, lastrada completamente por ese hispánico miedo a la
diferencia que ha contribuido a que no me arriesgue a casi nada en el mundo,
creo que esta es una de las mayores diferencias que tenemos con el resto de
Europa, y debiéramos trabajar intensamente en corregirla.
El Lunes y Martes me lo cojo festivo: Subo a
Elorrio para descansar un poco. Sean felices y hasta el Miércoles
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