Tras
haber sido sometido a la operación de cadera, primera de las dos que finalmente
tendrán lugar, y una vez pasado el efecto de anestesias y medicamentos
variados Juan Carlos habrá empezado a echar un vistazo, entre otras cosas, a lo
que dicen los medios sobre su persona, la operación, la sucesión, el príncipe,
la sanidad pública o privada o cualquiera de los infinitos asuntos de debate,
algunos sustanciosos, otros pueriles, todos ellos polémicos, que se han abierto
tras el anuncio de la operación real y, sobre todo, la larga convalecencia que
se prevé.
El hecho de que la Monarquía sea,
por definición, una institución encarnada en una persona, hace necesaria una
regulación muy completa y estricta de los supuestos que pueden surgir si a esa
persona le pasa cualquier cosa. Obsérvese que esto no sucede con el resto de
cargos institucionales, porque por definición, la persona que los ocupa está,
digámoslo, de alquiler en ellos, su estancia tiene una fecha de caducidad y, en
caso de que le pase algún tipo de desgracia, la institución persiste, y siempre
tiene vías para perpetuarse. La monarquía es, en este sentido, especial, pero
debemos ser justos con la figura del Rey en este asunto, porque el hecho de que
no se haya legislado nada para prever todo esto no es culpa suya, sino de los
parlamentarios, que son los que tienen que diseñar y aprobar esa Ley orgánica a
la que hace referencia el Título II de la Constitución. En una forma de
trabajar muy hispánica, lo más alejada posible del estilo germano, la idea ha
sido “bueno, ya lo hará otro” y se ha dejado el asunto abandonado. Ahora, con
la nueva operación y, sobre todo, larga baja, vuelve a surgir la necesidad de
regular el proceso sucesorio y todo tipo de cuestiones adyacentes.
Afortunadamente nos encontramos ante un problema de salud menor, si se puede
usar este concepto, que no afecta ni a las posibilidades vitales del Rey ni a
su estado mental, por lo que el hecho de que no pueda andar bien es un asunto
menor de cara a que pueda desarrollar su trabajo. Pero es indudable que Juan
Carlos es cada vez mayor, lógico, y la biología corre en su contra, como nos
pasa a todos. Tarde o temprano habrá un problema serio y tendremos que tener
regulado qué hacer entonces. La salida más elegante, creo, sería que una vez
que la baja de esta operación termine y el Rey se reincorpore a sus funciones
con normalidad, parta de la propia casa del Rey la petición al Congreso para
que se aborde este asunto, y que en el próximo 2014 se diseñe y apruebe la
norma para tenerlo todo preparado. Nos curaríamos en salud, nunca mejor dicho,
ante indeseables pero siempre probables avatares, y de paso sería un punto en
el que PP y PSOE debieran estar de acuerdo, lo que introduciría algo de
serenidad en el alocado y demagógico debate partidista en el que estamos
instalados desde hace meses. El hecho de que la idea surgiera de Zarzuela
también tendría ventajas mediáticas porque, aún sin conceder la abdicación que
se reclama desde varios foros e instancias, que tiene ventajas e
inconvenientes, el Rey mostraría como algo natural el hecho de asumir que tarde
o temprano dejará de serlo, y que no habrá problemas formales o legales para
llevar a cabo los trámites necesarios. Promover la fórmula que te permita
abandonar tu puesto no deja de ser un acto de generosidad, sobre todo cuando el
puesto es tuyo y nadie te lo puede quitar.
El resto de polémicas son, a mi entender,
asuntos menores, aunque permiten debates apasionados, demagógicos y
vocingleros, que lo único que demuestran es que en España se grita mucho y se
sabe poco de lo que se habla, y ponen de manifiesto, y esto sí me parece
relevante, que el péndulo de la opinión social respecto a la monarquía ha
pasado de la indulgencia absoluta ante cualquier actividad, fuera lícita o no,
a la crítica constante ante todo lo que haga el Rey y su familia, tenga
fundamento o no. O lacayos o jacobinos, como siempre el español no tiene punto
medio, lo que hace que el debate antaño fuera imposible y ahora sea
ininteligible. Así somos.
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