En estas últimas semanas ser
español, haber detentado un puesto económico importante y tener más de setenta
años son las condiciones idóneas para morir de una manera fulminante. La
cascada de fallecimientos que se está produciendo, como mínimo, curiosa. La
inauguró el más poderoso de todos, Emilio Botín, pero tras él han caído Isidoro
Álvarez de El Corte Inglés y ayer por la mañana Miguel Boyer, que no hace falta
presentar a nadie, pese a que, frente a los otros personajes, y que yo sepa,
nunca dirigió una empresa, ni falta que le hizo. Es cierto, dirán algunos, que
llegó a controlar Rumasa, pero no como empresario, por decirlo de una manera.
Boyer no llegó a ser ministro ni
siquiera dos años. Sin embargo su
paso por el Ministerio fue como un vendaval, que abrió las puertas de una
institución que olía a rancia, como la mayor parte del país. Considerado un
liberal entre los suyos, y sabedor de que lo que necesitaba España era
liberarse de corsés y ataduras, no sólo políticas, Boyer entró como elefante en
cacharrería y reformó todo lo que pudo, de una manera drástica, dura, aupado en
su imagen de cerebrito, con amplia calva, gafas grandotas y pelos por detrás
que le daban una cierta imagen de científico loco. En una coyuntura económica
mala, con un país endeudado, con alta inflación y déficit exterior, Boyer trató
de enerezar lo que pudo, sabiendo que el gobierno que le sostenía gozaba de una
fantasiosa mayoría electoral de 202 escaños en el Congreso, la mayor que nunca
ha existido (ni vuelva a existir, probablemente) y se legitimó en ella para
hacer su trabajo. No le tembló el pulso para actuar y, en un paralelismo que
resulta hasta cierto punto sorprendente con el momento que vivimos ahora,
reformó de verdad una economía que necesitaba esas reformas. Ahí Felipe González
tuvo la vista y acierto que no ha tenido Rajoy en su gobierno. González era
consciente de que o se arreglaba la economía o no había nada que hacer, y para
ello puso a una persona competente, dura y enérgica al frente de un
superministerio, con todas las competencias, sabedor de contar con el respaldo
del presidente pero con autonomía para decidir. Rajoy, en su gobierno, enfrentado
a una coyuntura diferente, pero necesitado igualmente de medidas enérgicas y de
calado, optó desde un principio por dividir el área económica en tres (Economía,
Hacienda y su Oficina de Moncloa) restando peso a las figuras que dirigen cada
una de esas materias, impidiendo que un superministro económico fuera la voz y
cara del gobierno ante un tema tan trascendental. Quizás nadie quiso asumir
semejante papel, condenado a un desgaste absoluto debido a las decisiones que
había que tomar (algunas se han hecho, muchas otras, las de fondo, no) y por
ello Guindos, que debiera quizás haber asumido ese reto en solitario, sólo ha
actuado en uno de los frentes, y aunque su labor haya sido buena no creo que
haya hecho todo lo que debía (y tenía) que hacer por esa falta de autoridad. Boyer
demostró que tomar las medidas adecuadas supone un sacrificio personal y
profesional duro, y a sabiendas de que algunas de ellas, como la expropiación
de Rumasa, iban a costarle muy caro. Quizás nunca imaginó cuánto. Su sucesor,
Carlos Solchaga, siguió por ese camino, aderezado con las revueltas derivadas
de la reconversión industrial, y supo de primera mano lo que es quemarse, abrasarse
más bien, con la presión de la calle. Con Boyer en una segunda línea, su imagen
política se fue desdibujando, pero la mediática no dejaba de crecer a medida
que Ruíz Mateos y sus payasadas iban a más. Y poco a poco desapareció de las
portadas de los periódicos.
Su matrimonio con Isabel Preysler le hizo pasar
a otro sector editorial, desde la prensa económica a las revistas del corazón,
y lo que a muchos nos pareció una relación endeble se convirtió en un sólido
matrimonio que ha durado un cuarto de siglo, y que terminó ayer, tras los dos años
de coda final que le fueron concedidos tras el ictus que sufrió en 2012 y que
casi acaba con su vida. Su funeral será en la intimidad. Ruiz Mateos, de quien
se dice que se está muriendo encerrado en su chalet de Somosaguas, será uno de
los espectadores de los muchos programas rosas que tratarán de buscar la imagen
de la nueva viuda de España, la Isabel que no ha llegado a reina pero que todos
cortejan como tal, y que tanto quería a Miguel.