Hace unos meses escribía aquí
algunos artículos sobre los devaneos amorosos del Presidente de Francia,
François Holande, un político que no pasará a la historia por su hacer de
gobierno (en todo caso por su malo o nulo hacer) sino por su agitada vida
sentimental. En aquellos artículos me mofaba bastante de él y lo veía con tono
despectivo. Su imagen era la de una abeja, mejor abejorro, que va de flor en
flor, libándolas a todas hasta secar a cada una de las que encuentra a su paso,
y se puede entender como una metáfora o no. La cadena de infidelidades que
jalonaban su vida era, a mi entender, patética.
Ahora parece que Hollande empieza
a recibir algo parecido a la venganza, no usaré el término justicia porque el
asunto es más bien personal, por parte de una de sus compañeras, la que
conocemos como segunda, Valerie Trierweiler, con la que le puso los cuernos a
la madre de sus hijos, Segolen Royal, y la que fue engañada por la joven actriz
Julie Gayet. Conocido el lío con la actriz, Valerie encarnó el papel de la
mujer despechada, ofendida, arrastrada a la vergüenza y, curiosamente, objeto
de mofa por parte de muchos, y sin defensa alguna por el lado de esos grupos
feministas que te lapidan si saludas a una mujer con una sonrisa pero que no
dicen nada ante un señor que abusa de su poder para trajinarse a todas las que
pueda y usarlas como si fueran objetos decorativos de su palacio. La cuestión
es que Trierweiler, que utiliza el recio y duro apellido de su primer marido, ha
decidido hacer honor a la sensación que te queda en la boca cuando lo
pronuncias y ha
publicado una especie de libro de memorias sobre sus años con Hollande, no
para elogiar su papel como amante y pareja, no, sino para acabar de hundir en
la miseria a quien fue su pareja y ahora vaga como alma en pena en la política
y las encuestas, al borde del desahucio mediático. En esas páginas, que se
venden como churros y engordan la cuenta corriente del editor y la compungida
señora, se detallan muchos momentos íntimos de la pareja, con una tendencia al
cotilleo muy estudiada que, aunque no revelase detalles de importancia, sería
suficiente para convertirla en un libro de éxito en la estela de las “50
(horrendas) sombras” que todo lo invaden últimamente. Como muestra, parece ser
que ella y Hollande se enteraron de la detención de Dominique Strauss Khan
(menudo sujeto este también) después de haber hecho el amor, en la típica
escena de él medio dormido tras el placer y ella viendo la tele desde la cama y
mirando unos papeles. No se si al ver que uno de los rivales de Hollande a las presidenciales
era arrestado delante de las cámaras de todo el planeta por acusaciones de
abuso sexual fue suficiente alegría para el futuro presidente como para que
despertase de su estado de modorra y volviera a la carga sobre su poderosa
mujer, que fue quien le despertó e informó de lo que pasaba. En el libro, al parecer,
Hollande queda como un pusilánime, un bocazas y un falso, como alguien que no
quiere vivir una vida de izquierdas sino una de rico (bueno, eso es lo
habitual, tampoco nos engañemos) que insulta a los pobres utilizando
expresiones como “los sindientes” y que ansía el poder por encima de todo, lo
que es comprensible tratándose de un político, esa es la meta de todos ellos. Con
perlas de este tipo la obra, de cuya calidad literaria nada se, pero dado que la
señora fue periodista es posible que esté bien armada, destroza la imagen del
actual presidente un poco más de lo que ya lo estaba, y sirve el plato de la
venganza en el comedor de Treirwieler aderezado con una suculenta guarnición de
miles de euros contantes y sonantes, que a buen seguro harán más llevadera la
soledad en la que vive la que no está claro si llegó a ser algún día primera
dama de Francia.
Si la posición política de Hollande fuera fuerte
es posible que este escándalo, que lo es, fuera controlable y con el tiempo se
convertiría en poco más que en una fuente de ácidos y crueles chistes a la
figura del presidente, pero es que todo esto se añade a una situación
calamitosa para la economía francesa y a una presidencia que, cerca de llegar a
la mitad de sus cinco años de mandato, está en caída libre en las encuestas,
deslegitimada popularmente y con constantes cambios de primer ministro y
gabinete para tratar de reconducir la situación. Que a un barco semihundido como
el de Hollande Trerwieler le dispare esta andanada puede ser motivo suficiente para
mandarlo a pique del todo, y que tanto presidencia como alcoba acaben en el
fondo de la nada.
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