Tras los años de la política
exterior de Aznar, caracterizados por la sobreexposición y la obsesión por
hacer todo lo que un equivocado EEUU determinase, la llegada al poder de ZP
supuso un giro total en este plano, logrando que España desapareciese del plano
internacional. Se acusó al anterior presidente del gobierno, con razón, de
hacernos irrelevantes, de escondernos, de convertir a España en un país de
segunda regional (no somos de primera, pero al menos seamos de la segunda
buena) y de convertir nuestra política exterior en algo que oscilaba entre lo
absurdo y lo ridículo. Esas críticas eran, a mi modo de ver, acertadas.
Pues bien, esas mismas críticas,
ese mismo discurso, incluso algunas de las mismas crueles palabras que se
destinaron a la diplomacia de ZP en el pasado pueden utilizarse hoy para
calificar la postura de España, encarnada en la esfinge de Mariano Rajoy, en la
pasada cumbre de la OTAN celebrada en Gales. Esa cumbre tenía dos asuntos
fundamentales entre manos, a cada cual más grave e importante. Uno era el de Ucrania,
en el que España acordó enviar buques de vigilancia a la zona si se considera
oportuno y, tras múltiples gestiones, logró un encuentro bilateral entre Rajoy
y el presidente ucraniano Poroshenko, un día después de lo que previamente se
había informado. El otro asunto es el de la lucha contra el islamismo asesino
del Ejército Islámico, el EI, y pásmense, a las reuniones sobre este asunto
Rajoy no asistió. Se vino de vuelta a España tras anunciar a sus socios que,
sobre el particular, ofrecía una posición de apoyo táctico y logístico a lo que
se anunciase, pero que España se quedaba en la retaguardia. Asombroso. Casi la
mitad de la cumbre dedicada a cómo abordar uno de los problemas más complejos y
peligrosos a los que se enfrenta occidente, y las libertades en su conjunto en
gran parte del mundo, y España decide que ni asiste a la reunión. Un encuentro
en el que, seguramente, se expusieron las dudas, temores, recelos y problemas
que cada uno de los países allí presentes veía sobre cómo atajar el crecimiento
del EI, un problema muy muy complicado, y de paso ver cómo encauzar la vuelta
de los combatientes, muchos de ellos europeos, que militan en sus filas y que
poseen pasaporte comunitario, y que tal como se fueron a la yihad a las arenas
del desierto, pueden volver para extenderla en la campiña inglesa o el páramo
castellano. ¿Cuál es la opinión de España al respecto? ¿Qué opina el gobierno
sobre el crecimiento del EI y sus cada vez mayor poder? ¿Qué plantea España
para controlar a los yihadistas retornados? Estas y otras cientos de posibles y
trascendentes preguntas no las va a contestar nadie, porque nadie en el
gobierno habla de este asunto. Es alucinante. Amparados en una discreción
cobarde que esconde vergüenzas más propias que ajenas, el gobierno de Rajoy,
sospecho, se escuda en que el concepto de “guerra” e “Irak” remueve fantasmas
que no quiere ni volver a imaginarse. Lo único que necesita ahora la posición,
pensarán en Moncloa, es un banderín de enganche como la guerra para movilizar
por completo a sus huestes, cuando nos enfrentamos a un problema muy distinto
al de 2003, de una gravedad e intensidad muy diferente, y donde la pedagogía
ante la población, como si no fueran suficientes los vídeos islamistas, sería
muy útil para hacerla comprender que vamos a una guerra justa, con todos los
matices que se puedan expresar al respecto, que los hay. Pero no, Rajoy opta
por callar y esconderse. Como casi siempre.
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