No esperaba mucho de la
comparecencia de Pujol ante el parlamento catalán de este pasado viernes. El
formato, muy similar a los que se usan en el Congreso (independientes para lo
que quieren) está diseñado para ser amable con el compareciente y dificultar la
labor de examen de la oposición, como así se pudo comprobar otra vez. Además
daba por supuesto de que todo sería en catalán, lo que lo haría aún más pesado
y farragoso para uno que, como es mi caso, entiende lo comprensible, pero no a
Pujol, al que en castellano tampoco es fácil de seguir. Llegué a casa y, con la
sesión ya empezada, me senté a verla.
Y el espectáculo que pude
contemplar fue surrealista. En la primera rueda de intervenciones de los grupos
asistí a la versión modosita y cobarde de una ERC que es muy dura frente a
tantos, pero que en aquel momento mostraba complacencia frente a Pujol que, sin
que me hubiera dado tiempo a verlo, parecía haber contado una historia familiar
digna de un cuento sobre la conquista del oeste. El PSC, algo menos asustado,
empezó a hacer preguntas, que se fueron repitiendo en el resto de
intervinientes, dado que tanto Iniciativa como el PP y Ciutadans fueron allí a
saber algo de la verdad y con intenciones de que Pujol las contase. El último
grupo en intervenir fue el del CiU, con un portavoz que empezó diplomático y
acabó convertido en la auténtica voz de su amo, que no estaba en su bancada,
sino sentado en la silla del compareciente. Con la táctica del tú más, (sin la
presencia de Mas) se dedicó a acusar a otros, especialmente al PP, de sus
vergüenzas propias (que existen) y casi a pedir perdón a Pujol por hacerle
pasar el rato que estaba viviendo. Acabado
el turno de los grupos, Pujol volvió a intervenir, y ahí se desató.
Enfadado, encogido, casi mirando al suelo, o con los ojos aparentemente
cerrados, en una expresión más propia de su caricatura que de él mismo, Pujol
empezó a abroncar a todos aquellos que habían ido a esa sesión a hacer
preguntas, violentándole y propagando acusaciones falsas. En un tono de
regañina desagradable, inadmisible y hasta cierto punto mafioso, Pujol se hizo
con el hemiciclo y abroncó a los presentes y, sin duda lo pensaba, a los que
estaban viendo esa sesión por la tele. Por un momento pensé que se levantaría y
se iría, considerando que era indigno lo que estaba viviendo. Él, que todo lo
ha sido y tenido, y que por lo que parece sigue siendo y teniendo, rebajado a
la altura de los mortales, forzado a dar explicaciones, teniendo que aguantar a
unos sujetos que osen a hacerle preguntas… No, No, pero dónde se ha visto
eso!!!! Él, el único, el legítimo, el poseedor de la verdad, el portavoz de las
esencias catalanas auténticas, el que ha hecho todo por la patria imaginada
(empezando por quedarse un porcentaje de la misma) el que ha sacrificado vida personal
y familiar para darla por una causa eleva…. No, NO. A cada palabra que usaba
elevaba el tono, y su imagen se iba desdibujando entre improperios, amenazas
veladas y acusaciones a quienes no fueran de los suyos, léase CiU y ERC, que no
le habían tratado con el respeto debido y la cortesía necesaria. A aquellos que
habían osado dudar de su palabra, que es la Ley, y que no necesita justificación
alguna. En apenas unos minutos Pujol se transformó de un supuesto Joda a un auténtico
Lord Oscuro del Sith, y sólo le faltó empuñar un sable láser y rebanar los
pescuezos de quienes a él se enfrentaban.
Tras estas palabras los turnos de réplica eran
innecesarios. Se ofrecieron por cortesía, pero para nada ya servían. Pujol no
contestó a nada, porque a nada consideraba que se debía contestar, y dio una
lección de cómo se ejerce el poder cuando se dispone de él. Películas de
mafiosos, series de políticos sin escrúpulos, capítulos de gánsteres y demás
ficción de calidad palidecen ante el espectáculo que ofreció el viernes el
hombre más orgulloso, prepotente, déspota y autoritario que ha gobernado, y por
lo que parece aún ejerce, en Cataluña durante casi medio siglo. Envuelto en su
bandera, y su fortuna, Pujol se desenmascaró para quien no está ciego. Shakespeare
hubiera hecho maravillas con su discurso acusatorio.
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