José Bonaparte, hermano de Napoleón,
llegó al gobierno de Madrid impuesto por la invasión de las tropas francesas. Odiado
y ridiculizado por el pueblo de la villa y corte, se le llamó Pepe Botella por
su tendencia, que no parece que fuese mayor que la de la media, a la bebida.
Tras el motín del 2 de Mayo y el inicio de la guerra, sabiéndose rechazado,
huye de la capital y deja tras de sí pocos amigos y una evidente sensación de
fracaso. Más de dos siglos después, en un contexto que nada tiene que ver, otra
Botella, Ana en este caso, también abandona la alcaldía de la ciudad, que
consiguió de rebote, y que no ha sabido ni podido ejercer como es debido.
La
renuncia de Ana Botella a presentarse como candidata a la alcaldía de Madrid en
las elecciones de Mayo de 2015 era una de las pocas noticias que todo el
mundo anticipaba como segura, y que la realidad así lo ha confirmado. Quedaba
la duda del cómo, de si el poder de Rajoy, que ya no la valoraba, la echaría
directamente o le ofrecería la cortesía de anunciar su marcha, como finalmente
ha sido. Atrás quedan algo menos de tres años de mandato heredado, tras el
nombramiento de Alberto Ruiz Gallardón como Ministro de Justicia, y la ascensión
de ella, número dos de la lista del PP por Madrid hasta el bastón de mando de
la ciudad. Ana Botella había sido con anterioridad concejala de algunas áreas
municipales, en las que no destacó por hacerlo ni bien ni mal. Su imagen, mediática
y popular en todo el país por ser la mujer de Aznar, se sobreponía a todo lo
que pudiera demostrar como capacidad de actuación propia. Iba a ser juzgada por
quien era y de dónde venía, y eso era un hándicap muy grande. Los hechos de su
gestión han contribuido a que esa losa inicial no haya hecho sino crecer a lo
largo de este periodo. Madrid, capital, mentidero, es un gigantesco manicomio
en el que millones de personas nos pegamos día a día por sobrevivir, una ciudad
enorme, llena de ruido y furia, con una fuerza vital arrolladora y una
capacidad destructiva igualmente voraz. Ana Botella no estaba capacitada, ni
intelectual ni personalmente, para ejercer el cargo de regidora de este
monstruo, y la realidad le ha desbordado por completo. Con unas cuentas
municipales al borde de la quiebra gracias a las necesarias, sí, pero
impagables obras que desarrolló Gallardón en sus años de faraonismo, lo único
que podían hacer los gestores municipales del ayuntamiento era recortar,
prescindir, subir impuestos… cosas muy desagradables. Quizás hubiera sido el
momento de experimentar, de soltar el monstruo que esta ciudad lleva dentro y
que fuera su vital sociedad la que la reinventara, con menos dinero pero más
ganas, imitando el modelo exitoso que Berlín, otra capital financieramente muy
tocada, está llevando a cabo, pero no se hizo así. Botella, de visión clásica,
centró su mensaje en el recorte, la austeridad mal entendida y peor explicada,
y el enganche a ciertos proyectos emblemáticos, como las olimpiadas o el
Eurovegas (¿se acuerda den Eurovegas?) que resultaron ser memorables castillos
de humo. Sus intervenciones públicas rozaban el absurdo, hasta el punto de que
muchos humoristas seguramente se sentían plagiados por unos discursos, dicción
y expresividad que ni ellos mismos hubieran sido capaces de crear en sus más
oscuros y secretos momentos de mordaz crítica hacia el poder. Cada vez que Ana
Botella hablaba su imagen quedaba destruida, y era un proceso imparable. La
sensación de desgobierno iba creciendo por momentos y, en mi opinión, fue la
tragedia del Madrid Arena, donde todo lo que tuvo que ver con el ayuntamiento
fracasó, y su particular gestión de aquel asunto, del que no era culpable, lo que
acabó por hundirla ante una opinión pública que no daba crédito a lo que veía y
oía cada vez que la escuchaba.
Ana Botella ha resultado ser un fracaso como
gestora, pero mayor culpa que la suya es la de quien la puso ahí, sin ser
consciente de que no iba a ser capaz de dar la talla. Ser alcalde no es fácil,
pero serlo de una ciudad como Madrid puede ser heroico. Tras estos años de
decadencia, económica y, sobre todo, emocional, Madrid puede resurgir de sus
cenizas, como siempre lo ha hecho, porque aunque yo no la tenga, la ciudad
posee la fuerza necesaria para levantarse y volver a ser pujante y luminosa.
Quizás sea necesaria una alcaldía que liberalice la ciudad, que deje crecer a
los negocios, empresas y emprendedores, que encabece una gestión mínima y
moderna, y que permita que el genio de Madrid salga de la botella en la que ha
estado encerrado estos años.
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