Hay días en los que escribir,
opinar o hablar sobre algo no sirve para nada. Y hoy es uno de ellos. A medida
que se iban conociendo ayer las
dimensiones de la matanza perpetrada en un colegio de Peshawar, Pakistán,
el asombro crecía a una velocidad mucho menor que la ira y la pena, sabiendo en
todo momento que en ese recuento de cadáveres, siempre al alza, casi todos eran
niños. Números que eran siempre mayores que la edad de las víctimas que
recontaban. Escolares en un día de colegio, con sus profesores, aprendiendo
materias varias, y que en un momento dado se encontraron con la visita de la
muerte en su aula, encarnada en un comando talibán.
Se que la vida acaba amortiguando
las sensaciones de dolor, y eso es lo que nos permite vivir y seguir adelante,
pero hay días en los que no parece haber consuelo. Y se que debemos quedarnos
con la parte positiva de las desgracias para tratar de encontrar en ellas el
consuelo y apoyo para seguir adelante, pero hay veces en las que nada de eso
ayuda. En el asalto a la cafetería de Sidney de hace un par de días por parte
de un integrista, que se saldó con tres muertos, entre ellos el secuestrador,
tras muchas horas de encierro, las otras dos víctimas mostraron comportamientos
heroicos. Uno, empleado del establecimiento, falleció tratando de desarmar al
secuestrador cuando se inició el asalto de la policía. Otra, cliente del local,
lo hizo cuando protegió con su cuerpo a una amiga embarazada de disparos del
secuestrador. Ambas murieron tratando de salvar a otros. Es posible que en el
colegio de Peshawar también podamos encontrar historias de salvación, de
profesores y niños que ayudaron a otros cuando el caos llegó a las aulas y
pusieron sus vidas en peligro, o las perdieron, para que alguien pudiera
escapar, y sean algunos de esos ejemplos los que permitan que la vida pueda
continuar en ese lugar. Pero la sola idea de imaginar a un comando talibán que
entra en una escuela decidido a matar niños, con el objetivo explícito de
acabar con sus vidas, sin tácticas de negociación ni nada, sólo por el afán de
buscar dolor y venganza, me supera. Día tras día vemos actos bárbaros en
lugares remotos, cada vez menos en nuestra cercanía, pero también, y siempre
surge la pregunta del porqué, porqué alguien es capaz de hacer algo así. Y la
pregunta cada vez tiene menos sentido para mi, porque el compendio de maldades
y salvajadas que los hombres hacemos, terminando con la de ayer y empezando
hace miles y miles de años es tan variado y abyecto que no existe una razón lógica
que lo ampare. Excusas hay miles, de tipo ideológico, religioso, moral, social,
justificaciones de todo tipo, inventadas o no, maniqueas hasta el extremo,
absurdas o irracionales, pero que no hacen otra cosa que tapar el instinto de
destrucción que anida en cada uno de nosotros, que refrenamos día a día para
tratar de conservar nuestro entorno, pero que bien estimulado se desata y no
posee freno alguno. El islamismo es, en estos tiempos, la perfecta máquina de
alienación mental capaz de desatar ese instinto, de poner en marcha la
maquinaria del odio, que tan bien funciona en nuestra mente una vez que se
desboca, y que sirve a su amo ideológico sin temor ni descanso. Como antes fue
el comunismo, el fascismo y un montón de etiquetas que, tras ellas, esconden
pensamientos totalitarios y fanáticos, es ahora el mensaje de Mahoma, la
bandera del islam la que se utiliza para captar adeptos, para adentrarlos en la
sombra y convertirlos en lo que ayer fueron los asesinos de Peshawar. Maquinas
de matar al servicio de una idea, de un sueño, que sólo produce pesadillas.
Alguien dirá que lo de ayer es un ejemplo de
inhumanidad, pero lo peor es que es justo al revés. Sólo los humanos somos
capaces de cometer actos atroces como ese, sólo las personas matamos por
placer, por gusto, por venganza, por odio, por sadismo, por distracción, por
diversión, y sólo las personas enseñamos y alentamos a otras personas a
hacerlo. Ayer Peshawar fue otro ejemplo, uno entre miles, de ese reverso
tenebroso de lo que llamamos humanidad, que es capaz de dar la vida por otros,
sí, y también quitarla sin remordimiento alguno. Y ante eso no me queda
consuelo, y todo lo que escriba, incluido este pobre artículo, resulta ser vacío
e inútil.
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