En la última mañana de noviembre,
en torno a las nueve horas, con restos de niebla que surgían de la ribera del
Manzanares, citados probablemente por mensajería de móvil, y pertrechados de
abrigo e instrumentos contundentes y punzantes, decenas, puede que más de un
centenar, de aficionados
ultra del Deportivo de la Coruña y el Atlético de Madrid se enfrentaron en una
batalla campal que acabó con un saldo de decenas de heridos de diversa gravedad
y un muerto, seguidor del grupo gallego, que tras ser apaleado fue arrojado
al río como si, en la mente de sus atacantes, ya no fuera más que un cadáver.
El fútbol es ese deporte que en
todas partes levanta pasiones, pero que sólo en España parece poseer la
inmunidad absoluta para saltarse cualquier normativa, de todo ámbito y
competencia. Muchos son los casos de recalificaciones, construcciones,
proyectos de ampliación y demás labores de infraestructura que se llevan en los
estadios y alrededores que carecen de licencia, o son directamente ilegales, o
se han visto envueltos en amaño o comisión, con gran cantidad de beneficiarios
con derecho exclusivo al palco. Cuando los presupuestos públicos no dan para
arreglar calles o mantener camas de hospitales varios son los equipos de fútbol
rescatados, en medio de la algarabía de una ciudadanía que cada vez tiene menos
pan pero que por nada del mundo renuncia a su circo. Los presidentes de las
entidades, desde las más ricas a las más míseras, son un compendio de figuras
que, incluso por aspecto, podrían participar como extras en cualquier serie de
televisión dedicada al mundo de la mafia. Y sí, alguno de ellos podría
protagonizarla sin problemas, y reciben el aplauso y el saludo de todo el
mundo, autoridades y “nicolasetes” de medio pelo que quieren figurar que son
algo. Pruebe usted a manifestarse en la calle contra algo y tendrá que pedir
muchos permisos y superar controles, pero si hay un partido de fútbol la calle
es de la afición, y si se gana un trofeo da igual la protección que tenga el
monumento de turno, al que usted nunca podrá acercarse, que una horda lo
invadirá, usurpará y, si le da la gana, mutilará sin recato ni pena alguna.
Podría poner muchos más ejemplos, pero todos ellos revelarían que en el fútbol
la ley, que a usted y a mi nos restringe, no existe. En el caso de los grupos
de aficionados ultra la situación es la misma. Todos los clubes de cierto tamaño
los tienen, y alimentan y defienden de una manera o de otra. Tratan de hace
como que son “chicos simpáticos” con los que nada tienen que ver, pero por detrás
les suministran material, entradas, privilegios y otras prebendas que hacen que
esos grupos pervivan y mantengan cuotas de poder muy elevadas. Al igual que
ocurre con la corrupción y los partidos, todos los clubes denuncian
comportamientos intolerantes por parte de los ultras de los otros equipos, mientras
que defienden la presunción de inocencia de los suyos, amparados en “el amor a
los colores” y otras expresiones igualmente cursis y vacías. Y todo ello, unido
a una permisividad de las autoridades, que nunca han querido meter mano en este
asunto para no herir al privilegiado y poderoso sector futbolero ha ocasionado
que en días de partido bandas de esos grupos ultra merodeen por los estadios y
alrededores, organizando desmanes y altercados, de pequeña entidad en muchos
casos, pero graves, y que son silenciados por todos. Padres con niños pequeños
que se acercan a los campos pueden asistir a los desmanes de estas bandas
sabiendo que nadie los parará, y los vecinos y residentes en las proximidades
saben que, tras el día del partido, habrá algo roto en la comunidad o algún
herido o contusionado por “esos chicos” y que no pasará nada.
Y así, ayer, tras el asesinato cometido en la
ribera del Manzanares, asistimos a la lógica, esperada e hipócrita catarata de
comunicados de clubes, asociaciones e instituciones, responsables de que
existan estos grupos violentos, y que lamentaban la muerte de un aficionado,
cuando todos ellos saben lo que hay que hacer para disolver y acabar con estas
mafias de camorristas, lo cual no impedirá broncas, muchas veces alentadas por
el alcohol y el primitivismo de la masa, pero que sin lugar a dudas evitarían
escenas como la vivida ayer. Cuando pasen los días y las “muestras públicas de
dolor” todo seguirá igual, los ultras continuarán viviendo a cuerpo de rey y
nadie se atreverá a meter mano a todo esto. Espero equivocarme.
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