lunes, diciembre 01, 2014

La violencia y la impunidad en el fútbol


En la última mañana de noviembre, en torno a las nueve horas, con restos de niebla que surgían de la ribera del Manzanares, citados probablemente por mensajería de móvil, y pertrechados de abrigo e instrumentos contundentes y punzantes, decenas, puede que más de un centenar, de aficionados ultra del Deportivo de la Coruña y el Atlético de Madrid se enfrentaron en una batalla campal que acabó con un saldo de decenas de heridos de diversa gravedad y un muerto, seguidor del grupo gallego, que tras ser apaleado fue arrojado al río como si, en la mente de sus atacantes, ya no fuera más que un cadáver.

El fútbol es ese deporte que en todas partes levanta pasiones, pero que sólo en España parece poseer la inmunidad absoluta para saltarse cualquier normativa, de todo ámbito y competencia. Muchos son los casos de recalificaciones, construcciones, proyectos de ampliación y demás labores de infraestructura que se llevan en los estadios y alrededores que carecen de licencia, o son directamente ilegales, o se han visto envueltos en amaño o comisión, con gran cantidad de beneficiarios con derecho exclusivo al palco. Cuando los presupuestos públicos no dan para arreglar calles o mantener camas de hospitales varios son los equipos de fútbol rescatados, en medio de la algarabía de una ciudadanía que cada vez tiene menos pan pero que por nada del mundo renuncia a su circo. Los presidentes de las entidades, desde las más ricas a las más míseras, son un compendio de figuras que, incluso por aspecto, podrían participar como extras en cualquier serie de televisión dedicada al mundo de la mafia. Y sí, alguno de ellos podría protagonizarla sin problemas, y reciben el aplauso y el saludo de todo el mundo, autoridades y “nicolasetes” de medio pelo que quieren figurar que son algo. Pruebe usted a manifestarse en la calle contra algo y tendrá que pedir muchos permisos y superar controles, pero si hay un partido de fútbol la calle es de la afición, y si se gana un trofeo da igual la protección que tenga el monumento de turno, al que usted nunca podrá acercarse, que una horda lo invadirá, usurpará y, si le da la gana, mutilará sin recato ni pena alguna. Podría poner muchos más ejemplos, pero todos ellos revelarían que en el fútbol la ley, que a usted y a mi nos restringe, no existe. En el caso de los grupos de aficionados ultra la situación es la misma. Todos los clubes de cierto tamaño los tienen, y alimentan y defienden de una manera o de otra. Tratan de hace como que son “chicos simpáticos” con los que nada tienen que ver, pero por detrás les suministran material, entradas, privilegios y otras prebendas que hacen que esos grupos pervivan y mantengan cuotas de poder muy elevadas. Al igual que ocurre con la corrupción y los partidos, todos los clubes denuncian comportamientos intolerantes por parte de los ultras de los otros equipos, mientras que defienden la presunción de inocencia de los suyos, amparados en “el amor a los colores” y otras expresiones igualmente cursis y vacías. Y todo ello, unido a una permisividad de las autoridades, que nunca han querido meter mano en este asunto para no herir al privilegiado y poderoso sector futbolero ha ocasionado que en días de partido bandas de esos grupos ultra merodeen por los estadios y alrededores, organizando desmanes y altercados, de pequeña entidad en muchos casos, pero graves, y que son silenciados por todos. Padres con niños pequeños que se acercan a los campos pueden asistir a los desmanes de estas bandas sabiendo que nadie los parará, y los vecinos y residentes en las proximidades saben que, tras el día del partido, habrá algo roto en la comunidad o algún herido o contusionado por “esos chicos” y que no pasará nada.

Y así, ayer, tras el asesinato cometido en la ribera del Manzanares, asistimos a la lógica, esperada e hipócrita catarata de comunicados de clubes, asociaciones e instituciones, responsables de que existan estos grupos violentos, y que lamentaban la muerte de un aficionado, cuando todos ellos saben lo que hay que hacer para disolver y acabar con estas mafias de camorristas, lo cual no impedirá broncas, muchas veces alentadas por el alcohol y el primitivismo de la masa, pero que sin lugar a dudas evitarían escenas como la vivida ayer. Cuando pasen los días y las “muestras públicas de dolor” todo seguirá igual, los ultras continuarán viviendo a cuerpo de rey y nadie se atreverá a meter mano a todo esto. Espero equivocarme.

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